A Kyrgyzstán en transporte público
Al planear el destino de nuestro verano, lo único que tenía claro es que el grueso del recorrido lo haríamos por China; una vez más la idea era alejarse un poco de los reclamos turísticos más conocidos y meternos un poco en las rutas menos transitadas por los viajeros, por esto decidimos que hacer la ruta de la seda china no era mala idea, pero, ¿dónde empezar?
Ese fue el comienzo de la lluvia de ideas acerca de los países que podríamos visitar antes de entrar en territorio Chino. Kyrgystán fue el país escogido gracias a que no se requiere visado para entrar y nos daba la posibilidad de cruzar al país vecino de manera aparentemente fácil. Además así podría tener la experiencia de la vida nomada que tantas veces me había contado Nacho.
Tres cosas del destino revisé a conciencia antes de salir de casa: el clima, la religión y qué podíamos ver. En cuanto a la primera cuestión, la estación es verano como en casa; por otro lado, el 70% de la población es musulmana, así que una vez más pillaríamos varias semanas de ramadán, De todas formas cabe aclarar que son pocas o casi nulas las restricciones en cuanto a la comida y bebida. La larga influencia rusa en el norte del país se ha hecho notar y las mezquitas son poco abundantes. Por último, mercados, montañas, lagos, yurtas, en fin mucha naturaleza es el atractivo kyrgys.
Bishkek, la capital, me sorprendió gratamente, en medio de su caos, es una agradable ciudad para visitar, con gente por todos lados y marshrutkas que la recorren hacía todas las direcciones.
Algo que me llamó mucho la atención y luego durante el viaje se hizo más evidente, es la cantidad de etnias que comparten espacio en el país, es fácil encontrar en un mismo lugar, caras orientales de ojos rasgados con pieles muy blancas como los chinos, o morenos del sudeste asiático, así como personas de cabellos rubios con facciones rusas o aquellos de rasgos europeos. Esto es consecuencia de la antigua condición nómada de sus habitantes.
Un ejemplo de esta situación la vimos en el lago Yssik, donde conocimos a una encantadora señora, de rasgos armenios (desde mi punto de vista), que había nacido en China, descendiente de tártaros, que creció en Kyrgystán y actualmente vivía en Kazakhstán, así que al preguntarle de que país se sentía más identificada, su respuesta fue: “Soy ciudadana del mundo”.
Gracias a las primeras informaciones que recibimos por parte de las oficinas de la CBT, la organización que hace las veces de oficina de turismo y otros viajeros, nos dimos cuenta que recorrer el país como mochileros no sería tarea fácil. Y en algunas zonas tampoco económica, pues la falta de trasporte público hace indispensable juntarse para formar un grupo o contratar planes cerrados. Aún así nos lanzamos a capotear como mejor pudimos las opciones que se nos presentan, invocando a la diosa fortuna a que no nos abandone.