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Navegando el Amazonas desde Leticia a Manaos

La boca de la verdad

Navegando el Amazonas desde Leticia a Manaos

Surcar las aguas del Amazonas es un sueño para muchos viajeros. Sólo su nombre inspira aventura. Una extraña sensación te invade al observar la puesta de sol sobre la selva mientras evocas las gestas de los exploradores que como Orellana o Teixeira surcaron estas mismas aguas siglos atrás. Cuesta creer que uno esté en el mismo país que Rio o Salvador.

Aterrizando en Leticia

Aterrizando en Leticia

Mi puerto de embarque fue Leticia, uno de los tres pueblos que han crecido al amparo de la triple frontera donde convergen Perú, Brasil y Colombia. Es territorio colombiano, pero curiosamente sólo se puede llegar por el Amazonas desde los otros países o por avión desde Bogotá, como fue mi caso.

Atardecer en Leticia

Atardecer en Leticia

Esta particular isla urbanizada rodeada de selva tropical ofrece un peculiar panorama cuando te aproximas a ella desde el aire. El verde inacabable del dosel del bosque amazónico, sólo interrumpido por los sinuosos afluentes del gran río, comienza a salpicarse de los efectos del desarrollo humano, que explotan en este curioso asentamiento humano, que poco a poco va expandiéndose con la construcción de carreteras a ninguna parte que conllevan la desaparición lenta y progresiva de la selva. Todas convergen al puerto, por donde entra y sale la savia que las alimenta.

Baño en Tabatinga

Baño en Tabatinga

Tabatinga es la continuación en territorio brasileño del mismo núcleo urbano, en el que tienes que preguntar para encontrar donde te sellen el pasaporte. Santa Rosa está en una isla en mitad del río que corresponde a Perú y que por tanto te permite disfrutar de un sabroso ceviche tras un corto paseo en barcobus. En las orillas están atracadas las barcas de los vecinos de los asentamientos cercanos que vienen a la “capital” a tener su dosis de civilización y aprovisionarse de lo que la selva no da.

De compras a Leticia

De compras a Leticia

Entre esas barcas también están los barcos grandes que conectan con Manaos o Iquitos, las otras capitales amazónicas, utilizando esta autopista acuática que es el gran río. Como las salidas no son fijas, lo mejor es acercarse al puerto para enterarse de las fechas más probables, y una vez negociado el precio con el capitán, ya se puede uno sumergir en recorridos por la ribera del río, visitando poblados indígenas o dando paseos por la selva. De esta manera uno se puede llegar a formar la idea de qué es lo que se esconde en los mil cien kilómetros de orillas de bosque tropical que se van a recorrer hasta Manaos.

Victoria regia

Victoria regia

Entre las decenas de plantas del bosque cuyo nombre he olvidado, pero cuyas raíces todavía me sorprenden por su tamaño, pude observar en su hábitat la victoria regia, el nenúfar gigante capaz de soportar en sus hojas el peso de un niño pequeño. Al acercarte a un pescador seguramente puedas ver de cerca los afilados dientes de una piraña, o como me pasó a mí, la versión fluvial de una centolla. Tuve la suerte de ver un perezoso que se había caído de su madre, que lentamente bajó a buscarlo sin inmutarse de nuestra presencia. Pero a pesar de estar atento, no pude ver el escurridizo delfín rosado. Las cosas de la naturaleza son así, que aparecen cuando quieren… por suerte para ellas.

Perezoso en Leticia

Perezoso en Leticia

Las cubiertas del Oliveira V fueron mi casa durante los tres días que duró la travesía. Aunque como viajaba solo había pensado en coger camarote, finalmente me decidí por colgar mi hamaca recién comprada en la segunda cubierta (mejor alejarse de los ruidos del motor) y dejarme llevar por la aventura. Y menos mal, porque realmente la vida entre la telaraña de hamacas es lo que hace el viaje inolvidable.

Hamacas

Hamacas

Conforme la gente va subiendo en las paradas, el espacio es un bien preciado, y al terminar el viaje la cubierta podría asemejarse a una cama corrida en la que comparten sueño y ruidos cientos de personas. Mis vecinas de hamaca se convirtieron casi en familia, cuidando de los bienes comunes y compartiendo comidas. Cuando el sol dejaba de apretar la cubierta superior pasaba a convertirse en un animado bar desde el que disfrutar del atardecer frente al imperturbable límite de la selva amazónica.

La boca de la verdad

La boca de la verdad

Los árboles que el río parecía mantener a raya, de vez en cuando clareaban para dejar sitio a unas construcciones de madera, primitivas, apoyadas en pivotes para evitar las crecidas del río. En otros casos los poblados aparecían en lo alto de los taludes, comunicados con las barcas de la orilla por escaleras rudimentarias que cada riada se encargaba de destruir. En algunos puntos el barco se aproximaba a una especie de muelle y se montaba un mercadillo con los vecinos que acudían a vender frutas exóticas y peces gigantes de formas inverosímiles.

Mercadillo amazonico

Mercadillo amazonico

Esta naturaleza indómita nos barría diariamente con tormentas que atravesábamos con la sensación de que nos avocábamos al fin del mundo, con nubes grises que luego dejaban paso al sol como si no hubiera pasado nada. En algunos momentos sólo veía una orilla del río, sintiéndome insignificante en medio del pulmón del planeta. Pero llego el día en que empezaron a aparecer los cruceros de lujo a modo de hoteles flotantes en chocante disonancia con el entorno, y los poblados empezaron a hacerse más frecuentes. El tráfico fluvial se intensificó, y  hasta parecía que había una carretera por la orilla. Un puente gigante conectaba las dos orillas del gran río en la distancia. Nos acercábamos a Manaos, final del viaje y extraña sucursal del mundo urbano en mitad del último reducto salvaje del planeta.

 

Pueblito en la orilla del Amazonas

Pueblito en la orilla del Amazonas

 

Asi se viaja en el Amazonas

Asi se viaja en el Amazonas

Amazonas puro

Amazonas puro

Centolla en el amazonas

Centolla en el amazonas

atardecer amazonico

atardecer amazonico

admin

admin

6 Comments

  • Laura

    Hola! Cuánto te valió el viaje en el barco a Manaos?

    13 noviembre, 2016 at 5:04 pm
    • nacho
      nacho

      Hola Laura
      En esa época no apuntaba los costes en el diario y no lo sé. No era caro, además incluye la comida. En el puerto tuve que comprar una hamaca, que ahora uso en casa y me alimenta los recuerdos, pero no el de cuánto me costó. Sorry

      13 noviembre, 2016 at 5:17 pm
      • Sam

        Hola, cuándo fuiste?… Más o menos, cuánto puede costar?, como para tener un presupuesto.

        21 enero, 2017 at 6:45 pm
        • nacho
          nacho

          Hola Sam
          Fui en agosto de 2010, pero no anoté el precio y la memoria me flojea para darte una cifra. No era caro, y la comida estaba incluida. Ahora desconozco si se ha encarecido.

          21 enero, 2017 at 8:39 pm
  • Fidel

    Hola, y cuánto tiempo cuesta ir entre Leticia y Manaos?

    29 noviembre, 2016 at 11:55 pm
    • nacho
      nacho

      Depende del barco, entre 3 y 4 días cuando yo fui

      3 diciembre, 2016 at 8:35 pm

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