Pekin, entre lo ancestral y lo moderno
Nuestro periplo por China lo cerramos en Pekín, tras un mes y más de cuatro mil kilómetros en el cuerpo. Los 300 km/h del tren de alta velocidad en el que llegamos son un ejemplo de la modernización que está cambiando el país y que, entre otras caras negativas, produce una alarmante contaminación. Dicen los pekineses que es difícil ver por más de 3 días seguidos el cielo azul.
Al llegar a la ciudad todo es caótico, enorme o al menos es la sensación que se tiene y, más aún, cuando es imposible leer los carteles en las estaciones. Menos mal que habíamos aprendido a reconocer algunos de los caracteres útiles en nuestro viaje, como arriba, abajo, salida, entrada, de esta manera logramos encontrar la puerta a una ciudad abarrotada de gente por donde mirases, con un cielo plomizo y un calor asfixiante, lo que no sabíamos es que todo era un preludio de los cuatro siguientes soleados días, todo un lujazo tras una refrescante tormenta.
Una de las visitas obligadas es la Ciudad Prohibida, el hogar de los emperadores durante 500 años desde la dinastía Ming hasta la Quing. Aquí vivían apartados del mundo tras la enorme muralla con sus torres coronadas y sus cuatro majestuosas puertas. Antes la entrada podía costarte la vida. Hoy sesenta yuanes lo arreglan.
El esplendor es evidente nada más entrar. Los edificios, patios, salones y jardines, todo en perfecta concordancia y armonía, como debía ser el hogar ideal del hombre que además de ser emperador era considerado hijo del cielo y quien debía mantener el equilibrio y el orden del estado que gobernaba.
A los chinos les encanta disfrazarse y meterse en la piel de sus ancestros, ya sea como guerreros o como grandes personajes. Es curioso ir paseando por entre el complejo palaciego y encontrarse con familias enteras vestidas con coloridos y llamativos trajes típicos para no desentonar con el entorno en las fotos.
Otro de los reclamos de la ciudad es la visita a la Gran Muralla. Hay varias zonas que no están lejos, y parece que las van convirtiendo poco a poco en Disneyland. Nos negábamos a ir a Badaling, el trozo de muralla que tiene hasta tobogán, así que decidimos ir a uno bastante más alejado y por tanto más complicado aunque no imposible de visitar. Nacho lo había hecho años atrás y tenía muy buenos recuerdos del lugar. Allí la muralla todavía estaba atrapada en la vegetación y no había nadie.
Para ir a Huanghuacheng contratamos un coche con chofer pensando que podríamos ir más a nuestro aire, pero no, nos obligaron a hacer las visitas previas de cualquier tour: La cata de té y la tienda de perlas, pero bueno al final valió la pena, porque el sitio es realmente espectacular y más aún cuando eres el único visitante. No está claro si permiten subir o no, pero los lugareños te cobran tres yuanes y te prometen que está permitido. Un lujo pues estuvimos solos.
De vuelta en la ciudad, decidimos perdernos un poco por lo que quedan de los antiguos hutones e ir a comer el famoso pato laqueado en Liqun Roast Duck, uno de los pocos sitios auténticos para degustar ese manjar y que de seguir así pronto lo derribarán. Si quieres saber cómo era antes de que llegaran los grandes restaurantes, no te lo puedes perder.
En tan poco tiempo hay que elegir si ver más monumentos o buscar la auténtica imitación china. No podíamos irnos de China sin visitar el Silk market, donde hace unos años Nacho había hecho sus últimas compras. Él recordaba el lugar como una enorme calle donde podías encontrar lo que buscaras. Actualmente es un edificio, tipo centro comercial. Lo que sigue igual es que encuentras de todo, eso sí, los vendedores te juran que el material es original así hay que tener paciencia y regatear con ganas. Te irás feliz habiendo comprado barato, falso pero de muy buena calidad.
El palacio de verano lo dejamos para la última jornada, pensando que al ser un día de la semana habría poca gente. Que insensatos. Es China y hay miles de personas todos los días en todas partes. Aún así es un lugar precioso. En su día se construyó para el deleite del emperador y su familia, donde no faltó de nada. Podemos encontrar residencias, teatros, pagodas, puertas, muelles y diversas construcciones. La mayoría de ellas hacía el lago Kumming en una romántica postal.