Issyk kol: el mar de Kirguistán
El lago Issyk (kol) atrae la atención de cualquiera que mire el mapa de Kirguistán. Para los rusos y kazajos es uno de los destinos típicos de vacaciones, así que por qué no empezar nuestro periplo de la ruta de la seda pasando unos días en sus orillas, aprovechando para descansar y planificar el recorrido.
Cerca de Bokombaevo está Bel Tam, un campamento de yurtas a orillas del lago. El lugar ideal para cambiar el chip de la vida española y poner el modo viaje. Éste y otros muchos consejos los pudimos conseguir gracias a las oficinas de CBT, una asociación que hace participar a las comunidades en el desarrollo turístico y que hace las veces de oficina de información turística en inglés. Reconforta saber que los 15 años de trabajo de una ONG suiza (helvetas) han sido útiles para la gente local y para los que no tenemos la suerte de hablar ruso.
En las cercanías hay cañones erosionados con formas caprichosas en los que perderte, un lago salado en el que nadie se hunde, y un poblado en el que casi todo el mundo fabrica yurtas. La temporada turística está en su apogeo y cada trozo de playa tiene su grupo de gente montando el picnic. De vez en cuando se ven esqueletos de los que fueron o iban a ser hoteles soviéticos y que ahora parecen decorados de una película fantasma.
Las montañas nevadas se recortan en el horizonte en ambas orillas mostrando de una tacada que la dicotomía playa-montaña para veranear, en Issyk kol va unida. Es una de sus señas de identidad. Coincidimos con un grupo de malayos que aprovecharon para subir al glaciar y conocer la nieve, tan exótica en su país. A la mañana siguiente tenían programado un show de cetrería y pudimos disfrutar de la majestuosidad de esta tradición ancestral que todavía cultivan los pueblos nómadas.
Para saborear las montañas elegimos el valle de las flores, encima de Jeti Ogyz. El paisaje parece alpino de no ser por los puntos blancos de las yurtas. Los más atrevidos tienen alta montaña al alcance de la mano, pero los domingueros nos quedamos en paseos junto al río blanco glacial, en collados panorámicos, o en cascadas escondidas.
La gente local sube con coches destartalados a las praderas a pasar el día, mientras que los pastores que montan las yurtas durante el verano se desplazan a caballo en un curioso contraste. Chiquillos a los que los pies no llegan a los estribos manejan el caballo como expertos. Rebaños enteros de ovejas son dirigidos por muchachos que apenas sacan una cabeza al ganado. Igualito que en España.
Karakol es la ciudad más antigua del lago. Hasta que los rusos la fundaron en la segunda mitad del siglo XIX, estas tierras eran territorio nómada. Hoy queda de aquello un curioso mercado de animales el domingo que te retrotrae a tiempos pasados, donde las ovejas con el culo más gordo por lo visto son las más buscadas y las exponen para que se vean las partes traseras.
El presente de la ciudad es más bien triste, con la mayoría de las calles sin asfaltar y sin farolas. Algún vecino aprovecha la circunstancia para plantar patatas en lo que debía ser la acera. Las casas funcionan con retretes en el jardín que van moviéndose conforme se van llenando. Aun con todo la mezquita de Dungan y la Catedral ortodoxa de la Santísima Trinidad, hecha en madera, merecen una visita.
Una de las cosas que más llama la atención en los alrededores de los pueblos son los cementerios. Parecen pequeños barrios alejados. Algunas tumbas son construcciones de ladrillo vistosas, alternadas con otras que tienen esqueletos metálicos de yurtas. Muchas tienen retratos del difunto tallados en monolitos que hacen de lápida. Una diversidad que refleja la variedad de etnias que conviven aquí.
Para terminar la circunvalación del lago nos acercamos a la orilla norte, donde se concentran los resorts de playa. Paramos en Cholpon Ata, en casa de Gulya, una familia encantadora que nos hizo sentirnos como en casa. En esa zona del lago hay colonias de estromatolitos vivos, una rareza difícil de encontrar y que no está registrado en las guías.
También se pueden visitar los interesantes petroglifos milenarios de la época saka, los primeros pobladores de la región. Pero lo realmente curioso es el ambiente que se da en las playas: Matronas rusas de picnic perpetuo comparten espacio con camellos bactrianos para hacerse la foto, con muchachos de ojos rasgados vendiendo pescado ahumado (a pesar de que no es del lago, pues lo esquilmaron hace años) y con tatuadores light que solo pintan la piel.
Unos chicos fuman pipas de agua mientras sus vecinos se ponen arcilla gris que venden en bolsas de plástico. Las motos de agua esquivan veleros y viejas pedaletas, y las motoras levantan paracaídas para observar el panorama desde las alturas, siempre con el fondo de las cumbres blancas de las montañas que hacen existir al lago. Este país promete. Comenzamos la ruta de la seda hacia Pekín.