Ruta por el norte de Polonia y Gdansk
Unas entradas atrás os hablábamos de la Guarida del Lobo, esas ruinas nazis que tanto nos sorprendieron y que me llevaron a escribir nada más volver. Dejaba pendiente hablar del resto del viaje, y ahora ha llegado el momento, ya que Polonia es un buen destino de vacaciones para los meses en los que el frío se retira.
Si se va con tiempo se puede hacer en transporte público, pero si viajan varios, para una escapada corta es mucho más práctico alquilar un coche, que es lo que hicimos nosotros alquilando con Easy Terra, recogiendo sin problemas en el aeropuerto. Ya os contábamos en la entrada anterior cómo estaba el paisaje de espectacular con los colores del otoño. La pena es que no pudimos disfrutar de los lagos de Manchuria, pues la actividad turística se había acabado. Si podéis dejar unos días para esta zona, la pinta la tiene muy buena.
Después de la Guarida del Lobo, nuestra siguiente parada fue el castillo de Mariemburgo, a unas tres horas de coche. Los amantes de los castillos no pueden perdérselo pues es una de las fortalezas más grandes de Europa. Cuando te dicen que fue construido en el siglo XIV para ser la sede de la Orden de los caballeros Teutones, entiendes la gran cantidad de símbolos religiosos que hay por todos los lados. Hasta el nombre cobra significado: El castillo de María.
También me sorprendió encontrarme con varias imágenes de Santiago apóstol, con su concha de peregrino y todo. Cuesta creer que la gente fuera desde aquí a Santiago y volviera andando. ¡Ese sí que es un viaje! Quizás por eso durante la época nazi fue usado como lugar de peregrinación de las juventudes hitlerianas. Imagino que se lo pasarían genial perdiéndose por la multitud de salas y pasadizos que todavía hoy se pueden recorrer.
La construcción es de ladrillo, lo que la hace diferente a los castillos de piedra a los que estamos acostumbrados. Pero eso también supuso que tras la II Guerra Mundial, la mitad estuviera en ruinas, razón por la que la iglesia parece un collage de materiales viejos y nuevos. Desde 1997 es Patrimonio de la Humanidad y la verdad es tras la restauración que terminó en 2016, ahora está muy bien y puede ostentar con dignidad el título de ser el edificio de ladrillo más grande de Europa. En las bodegas hay varios restaurantes típicos locales, que aunque un poco más caros que los de fuera, merecen la pena el gasto.
Decidimos aprovechar que daban buen tiempo al día siguiente para visitar la península de Hel, a unas dos horas de coche del castillo. Los mapas del siglo XVII todavía mostraban islotes inconexos entre la isla de Hel y tierra firme, pero el viento y las corrientes han terminado por unirlas formando una lengua de arena de 34 kilómetros de largo, pero solo 300 metros de ancho. El lado interiores apacible y alterna varios campings de aguas tranquilas y algún puerto pesquero.
La parte que da al mar Báltico es una playa salvaje interminable, salpicada de objetos arrastrados por el mar, en el que las olas incansables no paran de rugir. La vegetación crece deformada por los vientos constantes y también esconde ruinas de búnkeres de la época nazi. La carretera termina en el pueblito de Hel, que es usado como excusa para las asociaciones de moteros para ponerse en ruta y recorrer la “road to Hel(l)”.
El pueblito es curioso. A pesar de ser un país muy católico, la iglesia gótica ahora es un museo de pesca, con un jardín lleno de barcas de todos los tamaños. El banco de la calle principal se llama “Bank Pekao”, que no sé lo que significará, pero para los hispanohablantes no es muy comercial. La otra atracción destacable es el acuario con focas bálticas, al que se accede metiendo una moneda que libera un torno, como si fuera la entrada del metro.
En el restaurante donde repusimos fuerzas, tenían un retrato colgado al revés entre la parafernalia pesquera de la decoración. La camarera nos explicó con la ayuda del traductor de google, que es algo así como que significa que quieren que gastes (que el dinero se te caiga del bolsillo). De mayo a septiembre hay barcos que unen Hel con Gdansk por si vienes en transporte público
Gdansk es una importante ciudad portuaria que tiene el nombre ligado a sus astilleros y al movimiento Solidaridad que inició el fin del comunismo en Polonia. Sorprende que la parte antigua esté tan lejos del mar, pero en los tiempos de la liga Hanseática, el río Motlawa era el puerto ideal, y sus orillas se convirtieron en los muelles justo al lado de las casas. Ahora las terrazas para los turistas ocupan lo que antes eran fardos esperando a ser cargados.
Uno de los lugares más fotografiados es una antigua grúa portuaria del siglo XIII, llamada Zuraw, situada encima de una de las puertas de acceso a la ciudad. Para elevar las cargas se usaban unas ruedas como las que tienen los hamsters en las jaulas, pero éstas accionadas por hombres, que llegaban a levantar 4 toneladas. A pesar de que la ciudad fue destruida en la guerra mundial, la reconstrucción ha sido bastante fidedigna y tiene un casco antiguo muy interesante.
Las fotos se las lleva la calle Mariacka, con sus gárgolas de animales asomándose de unas curiosas terrazas y la calle Real (Dluga) que tiene unos cuantos edificios muy recomendables. En el antiguo ayuntamiento está la famosa Sala Roja, con un artesonado que te deja embobado y que tiene una de las joyas de la ciudad, la llamada apoteosis de Gdansk. También me gustó la réplica de las medidas oficiales de la ciudad al lado de la escalera, a la que los vecinos podían recurrir si se sentían estafados en alguna compra.
Un poco más abajo está la casa señorial de Artus, sede de la hermandad de mercaderes y luego bolsa de cereal y lugar de fiestas y conciertos. La calentaba la mayor calefacción de azulejos de Europa (unos 10 metros de altura y 520 azulejos) y está decorada con armaduras, cornamentas que salen de las pinturas y barcos, entre otra parafernalia, además de un Santiago con su concha de peregrino.
Un curioso restaurante local es el Gdanska, que parece un museo de antigüedades y barcos, y en el que se pueden probar platos locales a un precio razonable. Para un café alternativo, el Josef Z es pintoresco, todo decorado con material reutilizado. Nos quedamos sin tiempo para el museo de Ambar y el de Solidaridad, pues queríamos aprovechar para visitar la ciudad de Torun de regreso a Varsovia.
El emplazamiento de Torun a orillas del río Vistula es muy idílico. Creció bajo la protección de un Castillo que los Teutones construyeron en el siglo XIII, y desde entonces mantiene el trazado original de su casco antiguo. Además de la casa de Copérnico, hay varios graneros de época gótica y las típicas iglesias polacas con altares en cada columna.
Una torre inclinada de la muralla le añade un poco más de gracia a la visita, pero la verdad es que me esperaba un poco más para ser Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Sí que recuerdo con agrado el museo de las galletas de jengibre, muy populares aquí, en el que te enseñan a prepararlas. Pero lo que me cautivó fue el escaparate de una tienda de telefonía. Era un recorrido por los móviles del pasado. Me encantó. Es de los pocos escaparates que me ha detenido.
A nosotros nos encantó Gdansk, desde allí visitamos Westerplatte y el castillo de Malbork.
Ambas excursiones nos encantaron y las hicimos en transporte público de forma muy sencilla.
La verdad que el coche podía haber sido una opción pero encontramos vuelos baratísimos y ya no nos merecía la pena alquilar un coche.
No tenía ni idea de que hubiera un museo de las galletas de jengibre ni la playa de 34 kms, si lo llegamos a saber…
Me ha encantado el artículo.
Muchas gracias por tus palabras, Ipaelo. Ya tienes una excusa para volver. Y si lo haces, no te pierdas la guarida del lobo
Me parece espectacular.
Tendré que ir
ni lo dudes