Shanghai
Shanghai era una parada técnica en mi camino hacia el sur. Una forma de partir el viaje en dos jornadas menos maratonianas, pero con la dificultad de que al llegar a la estación de tren debía enfrentarme al reto de conseguir billete hacia Hong Kong en medio de la semana de la fiesta nacional. Era cuestión de aplicar el protocolo «conseguir billete en China». Primero hay que buscar alguien que hable un poco de inglés, en este caso un compañero del tren, y escribir las frases en chino para pedir el billete con el destino, fechas, etc. necesarios. Al llegar a la estación se deja la mochila en consigna y se busca en qué sala se venden los billetes para donde quieres ir, en las fechas que quieres ir. Tras encontrar la sala correcta (tarea no obvia pues los carteles están lógicamente en chino) hay que buscar la fila adecuada (más bien cúmulo de gente) y esperar al momento clave cuando ya estás junto a la ventanilla. Normalmente, cuando enseñas el papel con el destino y día que tú quieres, te suelen responder: «Mei you» (no hay) y entonces empieza el contraataque, con otra serie de papeles con opciones B, pero en este caso «What day you want to leave?» fue la respuesta a mi papel. ¡¡Hablaba inglés!! Genial. En poco más de una hora conseguí el billete a Hong Kong para el día siguiente.
Shanghai es uno de esos nombres exóticos de ciudad que sin duda evocan la época colonial. Pero también es el exponente de la nueva China, con sus rascacielos, centros comerciales, y desgraciadamente sus mendigos pidiendo, cosa nueva en China para mí. Tuve la suerte de ir a parar al Hotel Pujiang, que fue el primero que se abrió en la ciudad y en el que incluso se alojaron algunos presidentes de EEUU y Scott Jopplin entre otros. Las habitaciones son de techos altos, pasillos de madera que cruje, y ascensorista con uniforme raído. Aún guarda ese atractivo del lujo venido a menos. Y es que la parte colonial, el «Bund» guarda ese mismo ambiente de los años 30, más cercano a los alrededores de Wall Street en Manhattan, que a China. La mayoría de los edificios están «protegidos» por el ayuntamiento, y forman un frente común ante los hoteles y rascacielos que se reproducen justo al otro lado del río Huangpu, en el barrio de Pudong, que pronto parecerá otro Hong Kong.
Un paseo por las zonas comerciales de lo que fue la parte francesa te transporta al siglo XXII. Teléfonos públicos con internet incorporado, avenidas que se cruzan a cuatro niveles, tiendas de todas las marcas internacionales (incluidas la versión original y la de imitación) y un tráfico infernal, sin apenas bicis. Pero al callejear un poco fuera de las calles principales despiertas del espejismo y todavía te puedes encontrar casas de la época colonial con sus baños comunes, o calles porticadas a la europea donde la gente sigue viviendo ajena a los cambios. La ropa está tendida en bambús apoyados en los cables de la luz, y los vecinos juegan a las cartas o al ajedrez chino vestidos tranquilamente en pijama.
Al principio sorprende ver a la gente en pijama a todas horas, pero luego te das cuenta que el concepto de vestir es muy diferente aquí. Incluso al hacer deporte la gente no se viste de manera especial, sino con la ropa que lleva normalmente. Y aquí el ejercicio es una cosa universal, no una moda de gimnasio o culto al cuerpo. Si uno madruga se sorprende de la cantidad de adultos y ancianos que hacen deporte o tai chi en los parques antes de ir a sus ocupaciones. ¿Serán éstos los secretos de la longevidad china?
Por la noche, Shanghai se ilumina para deleite de los miles de turistas que compiten por las fotos en las orillas del río o se apelotonan en los cruceros a la puesta de sol. Una manera de huir de la multitud es cruzar con el ferry a Pudong, al barrio de los rascacielos en construcción. Al no haber todavía muchas tiendas, es el territorio de las bicis negocio. Sobre una bicicleta puedes encontrar todo tipo de grills, vitrinas o ingeniosos artefactos transportables para satisfacer el hambre del paseante. Y si ya de día, la vista de los rascacielos es espectacular, por la noche, los rótulos luminosos y las pantallas de video gigantes le ponen la guinda. Pero esto es China y no hay que despilfarrar. A las 11 se apaga la iluminación y todo el mundo a dormir. Para llevar la contraria, me fui a «Che», a bailar salsa en vivo con «Fuego Latino». Si es que no tengo cura…
El tren K99 sale del andén 1, pero allí embarcan los pasajeros que se quedan en el trayecto. Al ser un tren internacional, los vagones a Hong Kong embarcábamos por otro lado tras pasar los controles fronterizos. Y ese «otro lado» me costó encontrarlo, así que casi pierdo el tren. En medio del agobio de si llego o no llego, y del firma aquí y rellena allá, me pegué un susto de muerte cuando un policía, de repente, me apunta a la frente con una pistola. Cuando la imagen pasó por mi cerebro me di cuenta que me estaba tomando la temperatura. Iba a entrar a zona SARS, justo desde donde saltó la noticia al mundo.