Cruzando Canada hacia el este. Banff
Tras disfrutar de paisajes espectaculares me esperaba la otra cara de la moneda, la dosis de sacrificio con los miles de kilómetros que me separaban aún de la costa este. Me puse en marcha con la intención de acercarme al máximo hasta que mi cuerpo dijese «bájate», pensando en un viaje con pocas paradas. Pero en Canadá las cosas son diferentes que en USA. Lo que en el papel era un horario Calgary-Toronto, en realidad era una sucesión de trayectos en autobuses que conectaban, pero que te obligaban a recoger la mochila, ponerte en fila para embarcar en el siguiente bus, e ingeniártelas para que te toque ventana y poder dormir un poco. Casi sin darme cuenta se pasaron tres días y sus noches.
Con el pasar de los kilómetros y los cambios de asientos empiezas a sentirte como en familia con el resto de los pasajeros. La mayoría eran de Québec. Los más hippies volvían de hacer la temporada, recogiendo fruta en la provincia de Columbia Británica, y daban un toque alternativo al autobús. El resto volvían de cursos de inglés en el Oeste, contentos de poder volver a usar la lengua de Moliere. Me sentía como en medio de una ola que me llevaba hacia este reducto francés de Norteamérica, así que decidí que terminaría el viaje en Montreal antes de bajar a Nueva York.
Las Rocosas se convirtieron en colinas, y luego en praderas. A diferencia de las llanuras en USA, aquí se plantaron árboles para evitar la erosión del terreno, y el paisaje no se hace tan duro. Pero eso no evita los kilómetros interminables de carretera recta, con cereal a ambos lados, sin que la vista pueda ver dónde terminan. Al acercarnos a los Grandes Lagos, el bosque vuelve a ganar terreno, y la carretera se pega a la costa, pasando junto a casas de madera en idílicas playas. Las canoas dan color a las orillas, y las barcas y veleros rompen la línea del horizonte.
Los conductores hacían lo posible por hacer el viaje agradable. Como si fueran pilotos de avión nos avisaban de los cambios de hora al cruzar provincias, de las puertas donde estaban los autobuses de los que tenían que coger una conexión, y de las películas disponibles, que acabamos viendo dos veces. Al pasar junto a un mirador, paramos para estirar las piernas y disfrutar del paisaje del Lago Superior. En otra ocasión íbamos con un poco de adelanto sobre el horario, y el conductor preguntó si queríamos parar en una granja donde hacían helado artesanal, a lo que el autobús respondió con un «oui» unánime. Parecía que era una excursión de escolares.
Un cartel de «arret» me dio la bienvenida a la peculiar provincia de Québec. Pero yo tenía que seguir viaje hacia el sur. En Filadelfia me esperaba Tom, otro de los profesores voluntarios de Xavier High School, para seguir un curso de repaso de «cómo volver a tener vida social» para ex-habitantes de islas del Pacífico. Todo comenzó un día en que me propuso bajar al centro de Weno a tomar una cerveza, pero por los avatares de la vida en la isla no pudimos bajar hasta cuatro días más tarde. Allí quedamos en que si podía me acercaría a conocer la vida nocturna de «Fili». Y no estuvo nada mal, con salsa incluida, y con escapada a la costa de Nueva Jersey para huir del calor, a donde la movida se traslada en verano.
Los edificios del centro histórico de Filadelfia te permiten seguir los pasos de la independencia de las colonias que darían lugar a los Estados Unidos. En los alrededores los campos de batalla se han convertido en parques nacionales a visitar, rodeados por zonas de viviendas y centros comerciales. Los distintos barrios están conectados por autopistas, pero las calles forman una red de asfalto que recorre todos los rincones de esta megalópolis en la que se han fusionado las ciudades vecinas. El coche se convierte en casi una necesidad, y aunque la edad para consumir alcohol es 21, con 16 años ya se puede conducir ¿Qué será de este país si el petróleo se pone por las nubes?
La siguiente parada fue Washington DC. Aquí los estadounidenses han convertido la construcción de memoriales en un arte que alimenta su particular sentido patriótico. Los hay de todos los tipos, pero los más aparentes son los de los presidentes, y los de las distintas guerras. Nadie nombra los motivos que llevaron a las tropas USA a lugares a los que nadie les invitó, ni hablan de los inocentes muertos, o de los empresarios que se enriquecían mientras se destrozaban familias para toda la vida. Sólo se honra a los héroes de un lado, en una historia re-esscrita convenientemente.La razón de venir hasta aquí era visitar los museos Smithsonian. Entre otras cosas quería ver cómo cuentan su propia historia a su gente. Cómo cuentan el trato a «Indios», «negros» e inmigrantes. Y aprendí que en los museos no hablan de sufrimientos. Valga como ejemplo la inscripción que acompañaba a un bisonte disecado en la sección de la colonización del Oeste: «este bisonte fue criado en una granja, y murió de muerte natural». ¿Es acaso más importante el sufrimiento de los animales que el de las personas? Al salir del museo de Historia Natural saboreaba lo que había aprendido en la sección de culturas del mundo, cuando al final de las escaleras me encontré un display que mostraba unos videos de cómo se trata a los pollos en las granjas. Pamela Anderson explicaba en una foto que «por esto soy vegetariana». Para esto sirve la libertad de expresión que hay que ir a reestablecer a otros países.
Por suerte no todos los estadounidenses son seguidores del «pan y circo» que inventaron los romanos. Cuando hacía autostop en las rocosas, la mayor parte de los que me cogieron eran ciudadanos USA que impregnados por la seguridad que transmite Canada se atrevían a parar a extraños, cosa impensable en su país. Y la conversación era recurrente: ¿Qué opinión tiene Europa de nosotros? Eran conscientes de que la información que les llega no siempre es exacta, y que la política exterior de Bush está haciendo que más de uno prefiera decir que es canadiense antes que reconocerse como «americano» (pues así se autodenominan). Pero no hay que confundir los ciudadanos con la política exterior de sus líderes. Y aunque no trascienda en los medios de comunicación, me alegró el ver que sí hay gente que piensa por sí misma, y que adopta posturas activas dentro del país en contra de las políticas de su presidente. Pero no sé si eso logrará que el memorial de Iraq sea el último en erigirse.