Beijing
El tren camino de Pekín cruza varias veces la Gran Muralla, y tiene una estación allí mismo. Me gusta romper tópicos, así que, aunque es una construcción impresionante, no es cierto que se vea desde el cielo. Cuando se popularizó esa frase, el hombre todavía no había salido al espacio. Además no es un único muro, sino varios. Pero todos sabemos que los mitos no hay quien los mueva. Y, si no, que se lo digan a Mao. A pesar de que, oficialmente, ya se dice que sólo tenía razón en un 70%, todavía se venera su persona.
La visita al mausoleo sigue formando largas colas. El «rito» que la gente sigue es gracioso. Si quieres, compras unas flores protegidas por plástico. Subes las escaleras en silencio y las depositas en un carrito delante de una estatua con Mao sentado. El carrito desaparece al llenarse (cada dos minutos) y entonces entiendes lo del plástico. A continuación pasas a ver el cuerpo, que parece tener una luz interior amarilla y, al salir de la sala empieza, la «Mao manía» y el fin del silencio. Primero están los puestos oficiales dentro del edificio. Luego tenderetes legales dentro del recinto y, finalmente, al llegar a la plaza, los vendedores callejeros con las falsificaciones a mitad de precio. En China todo tiene su versión falsa, hasta los visados.
Llegaba a Pekín en sábado y, tras cenar el pato laqueado en un restaurante perdido en un hutong (callejón), me dirijo a «Latinos» a bailar salsa. Aquí cruzas la puerta y te trasladas de continente, como si estuvieras en el Caribe. En nada parece China. Y bailé con china y con latina; así queda resuelta la encuesta. Cumplido el objetivo, tenía pensado partir al día siguiente, pero no contaba con que empezaba la semana del día nacional chino. Trabajan un fin de semana más, y alargan el puente de cinco a siete días. Entonces, unos cuantos millones de chinos se ponen en movimiento, de manera que conseguir billete es casi imposible. Así que, entre unas cosas, y más salsa, tuve que estirar la estancia en la capital.
El día nacional me dirijo a Tiananmen, para ver el desfile de misiles y demás parafernalia. Resulta que, a pesar de que las tribunas son permanentes, el desfile sólo es cada 5 años, y el único movimiento de gente era el del millón de chinos que estaban en la plaza. Si ya un día normal hay gente, en esta semana Pekín se pone a reventar. Muchos de ellos son de provincias remotas y entre las fotos más codiciadas para llevarse a casa está la del la wei (extranjero). Si te paras estás perdido. Primero, se ponen cerca de ti y te hacen la foto en plan despistado. Enseguida, alguno pregunta si se puede hacer una foto contigo, y entonces empieza la sesión en la que van rotando decenas de compañeros de instantánea. Tendrías fotos durante horas. Va a ser verdad que la profesión de modelo es cansada.
Como ya había estado en Pekín, pude permitirme el obviar los sitios imprescindibles que, por otro lado, estaban a reventar. He de confesar que sólo visite el Lama Temple, donde por cierto, vi por fin una estatua del buda feliz, gordito, que resultó ser Maitreya. Me pasé los días con amigos paseando por los hutones, visitando pueblitos en las afueras, y en los parques viendo volar cometas. Lo de la cometa es una cosa seria, y no el típico juego de niños que creemos. Las vuelan personas de edad y cada cometa es para un tipo de viento. Algunas de ellas no son más que un punto entre los edificios a más de un kilómetro de distancia del suelo.
Creo que, si siguen construyendo rascacielos a este ritmo, esto también puede terminarse por falta de espacio aéreo. En teoría, tienen que parar en el 2006 para adecentar calles y parques, y, así, estar radiante para el 2008. Ese será el año de las olimpiadas y la presentación de la China moderna al mundo. Y nos sorprenderán. Pero el coste no es bajo. Mientras unos se llenan los bolsillos, otros pierden sus casas con compensaciones ridículas que hacen que alguno se haya pegado fuego en pleno Tiananmen, aunque traten de acallarlo. De momento, todo lo que vi, al acercarme a ver los «ex-interesantes» alrededores antiguos de la mezquita Ninjie, fueron lonas verdes de las obras de futuros pisos, entre las que la mezquita sobrevivía de milagro.
Otro día me entero de que hay una inauguración de una muestra de moda aragonesa, organizada por SIPCA, un organismo del Gobierno de Aragón. Como espectáculo «español» de comienzo, me encuentro a dos parejas bailando ¡salsa!, que además eran amiguetes del «Latinos». Qué pequeño es Pekín. La hospitalidad china hizo que olvidara este pequeño desliz cuando, de repente, me veo invitado a la comida de rigor en un lujoso hotel, con sus doce platos y sus innumerables brindis. Casi se me olvidaba que estaba de viaje mochilero. Para acabar, por fin conseguí billete a Shangai y me fui para la estación central.
Según lo que adivinaba de los carteles, el tren salía del andén 1. Me dirijo a los andenes y»¦ ¡horror!.. empiezan por el andén 2. Intentaba preguntar por el andén 1, pero nadie me entendía. Me empecé a agobiar. Si conseguir el billete me había costado tanto y ahora perdía el tren…, como me quedase otro día más en Pekín ya no habría quien me sacara de allí. Tenía la misma cara de estresado que Harrisond Ford en cualquiera de sus papeles de agobiado. Por fin, juntando señas de aquí y allá, me dirigieron a la sala de espera VIP, por donde una puertecita daba acceso al andén 1. Ufff. Puse el pie en el tren y arrancó. Lo gracioso es que, pese a lo que decían en la taquilla de mei you (no hay billetes), el tren iba medio vacío.