Cruzando el Pacífico en carguero
Tras muchos esfuerzos por fin me embarcaba en el barco que me llevaría a América. Había conseguido encontrar un carguero que aceptaba pasaje y podría continuar la ruta sin coger el avión. El ritmo frenético del puerto, con los camiones, los containeres que vuelan, y el golpear de metales, cesó, y empezamos las maniobras para hacernos a la mar. El sol se ponía mientras abandonábamos el puerto de Tokio, convirtiendo las grúas plegadas en gigantescas aves metálicas. Durante los siguientes días sólo vería agua.
El Peking Senator es un moderno carguero porta-contenedores de bandera alemana, capaz de llevar 4500 containeres en sus casi trescientos metros de eslora. De puertas adentro, ofrece un espacio acogedor para la tripulación, pues durante los meses que pasan en el barco, apenas tienen tiempo de bajar a puerto. Amplias salas de recreo se complementan con sala de pesas, ping pong, sauna y piscina. Incluso los camarotes eran como habitaciones de hotel, nada parecidos a las literas que yo tenía en la cabeza.
La vida de pasajero en un carguero es tranquila. Nada que hacer entre comidas, y nadie que te moleste. Es la oportunidad de leer, escribir, dormir o dejar pasar las horas mirando al horizonte en busca de algo que rompa la monotonía. Las comidas son el momento de socializar, y escuchar las historias de marinos de los oficiales, aunque últimamente el tema favorito de conversación son las nuevas medidas antiterroristas que Estados Unidos quiere imponer unilateralmente en el tráfico marítimo.
Los oficiales alemanes me hicieron sentir como en casa, y tenía completo acceso al puente de mando. Los ordenadores han tomado el control, y el timón ha quedado reducido a un pequeño volante para las maniobras en puerto, dejando el piloto automático para el resto del viaje. Una serie de pantallas de GPS te informan de dónde estás exactamente, y si hay barcos cercanos, a dónde van y qué llevan. Gracias a la tecnología no hay que preocuparse si la mayor parte de la travesía el cielo está cubierto. Conforme más me enseñaban, más me maravillaba la valentía de los antiguos navegantes, lanzándose al océano sin mapas, y sin medidas de longitud fiables.
La mayoría de los días me daba un paseo hasta la proa, y allí me pasaba el rato mirando cómo la quilla seccionaba limpiamente el agua unos metros más abajo. Curiosamente no se oía el ruido, y el viento no soplaba como lo hace en otras partes, con lo que se crea un remanso de paz. A veces los peces voladores intentaban echarnos carreras, pero sólo los delfines eran capaces de mantener nuestro ritmo de veinticuatro nudos.
Cada día adelantábamos una hora el reloj, hasta que un viernes nos fuimos a dormir para levantarnos otra vez»¦ en viernes. Habíamos atravesado la línea de cambio de fecha, y me solidaricé con el protagonista del día de la marmota. Ya lo llevaba haciendo unos días, pues todas las mañanas al levantar repetía la misma rutina. Miraba por la ventana y comprobaba que seguía cubierto y, sorprendentemente con el mar en calma. Imaginaba que en mitad del océano las olas serían gigantescas, pero la realidad es que parecían una piscina. Sólo al entrar en el Canal de Santa Bárbara desapareció la bruma y apareció la costa a ambos lados, de repente, y por primera vez me llegó el olor a mar a pesar de haber estado navegando nueve días.
Llegamos a Long Beach al anochecer, pero no teníamos sitio para amarrar, así que tuvimos que echar el ancla y esperar a que nos avisaran. Durante dos días permanecimos inmóviles frente a las luces de de Los íngeles, como mirando a un mundo que nos era negado a pesar de estar allí. Intentando matar el rato busqué qué canales de TV había, y me sorprendí de que más de la mitad estuvieran en español. Definitivamente California es hispana. Y si nos quejamos de telebasura, nos quedaremos sin adjetivos cuando nos lleguen a España los programas que se ven allí. Valga como ejemplo uno en que le enseñan a un marido, en directo, videos de cómo su mujer se la pega con otro. Tendrán que pagarle mucho, porque una cosa es que te pongan los cuernos, y otra que lo vea todo el país.
Había pasado por L.A. hace unos años, y salí en cuanto pude. La ciudad es un laberinto de autovías que comunican diferentes ciudades que se han fusionado, y sin coche es dificilísimo moverte. Esta vez mi amigo Adam me hizo de guía, y con coche la cosa es muy diferente. Pude visitar los barrios de casas de película, acercarme a las playas de Malibú y Santa Mónica, recorrer Rodeo Drive o perderme por los vecindarios hippies de Westwood. Incluso la parte de Hollywood Boulevard la encontré más limpia y revitalizada, no como el antro de drogas y prostitución de hace unos años. Y aprendí que L.A. no es sólo hispana, si no también la puerta de entrada de la inmigración asiática, con interesantes templos Tai e Hindú, y sabrosa comida que me devolvieron al otro lado del charco mentalmente.
Todo empezó con la Misión de Nuestra Señora de los íngeles en 1781, y cuesta creer que en poco más de doscientos años se haya construido semejante megalópolis, en base a población emigrante. Gente venida en busca del sueño americano, que sonreía a unos pocos y alimentaba la imaginación de todos. Uno de los más peculiares de entre estos emigrantes fue Simon Rodia, que se dedicó durante su tiempo libre a construir unas torres en el patio de su casa con materiales de deshecho. La similitud de las torres Watts con la obra de Gaudí es mucha para considerarlo pura coincidencia, pero no deja de asombrar lo que es capaz de hacer el tesón de un hombre.
Y tesón el que hace falta para cruzar América en los autobuses Greyhound, así que antes de ponerme en marcha decidí mentalizarme bailando salsa en la ciudad que ha dado nombre al estilo más internacional de este baile. En Los íngeles bailé salsa»¦ estilo cubano.
Madre mía! No me lo puedo creer! jajajajaja Yo leí este artículo en 2007 cuando tenía 17 años. No leía blogs pero intentaba encontrar alguien que hubiera hecho esto. Lo que no llegué a investigar fue quién lo había hecho, y ahora veo que eras tú! Muy fan!!
jajajajaja Qué pequeño es el mundo….
Un saludo,
Borja
Ya ves Borja, ahora sólo falta que te animes a hacerlo tú. Es una experiencia única
Hola!! Empiezo mi vuelta al mundo en junio y lo de cruzar el Pacífico por mar la verdad es que llevo un tiempo pensándolo! Cómo lo conseguiste? Fuiste al puerto y empezaste a preguntar? Pagaste por ello? Cuenta porfa! Por otra parte soy chica y viajo sola, es seguro meterme 9 días en un barco con marineros??
Gracias.