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Hong Kong y Macao

Hong Kong y Macao

Al llegar a Hong Kong te sorprenden el orden, la limpieza, que las mismas caras que antes no te entendí­an, ahora hablen inglés y que además no escupan (este mérito hay que apuntárselo al SARS), que no haya bicis por la calle… y que vuelves a ver grafitis por las paredes. Parece que hayas vuelto a Europa. Al verte con mochila por la calle empieza el acoso para que te alojes en su casa de huespedes, y casi que aceptas para liberarte de la presión. Al salir de la calle, ves la parte trasera de los rótulos luminosos. Edificios de hasta 40 plantas, con un hacinamiento que no se corresponde con las fachadas de cristales. En el edificio donde me alojé, hay más de 20 hostales, alternados con los más inverosí­miles negocios o talleres. Los clientes son de todos los continentes y colores, muestra del lugar de comercio que es Hong Kong.

Al dar un paseo por Kowloon, es como si estuvieras en medio de una inmensa tienda donde además vive gente. El subconsciente se atonta ante tanto reclamo visual y, pasear por las aceras es una lucha contra los vendedores o contra tu bolsillo. Hace falta un nivel de concentración mental casi de Lama para no caer en la tentación. El dinero se mueve a sus anchas. Al ir a cambiar dinero, el cajero ni se inmutó cuando le entregaron tres fajazos de billetes que equivaldrí­an cada uno a unos 10.000 euros. En medio de la tontera, al salir casi me lleva por delante un autobús de dos pisos. ¡Acá se conduce por el otro lado!

La isla de Hong Kong es el area de negocios. Y el aspecto es de pelí­cula del futuro. Las calles tienen un sistema de aceras elevadas sobre el tráfico y cubiertas para ir de un lado a otro. Incluso si es cuesta arriba hay escaleras mecánicas. Allí­ están los rascacienlos sobre el fondo de verde del Pico Victoria, al que se puede llegar en un tren de cremallera (sube una pendiente de 45 grados). La vista es magní­fica y es el tí­pico lugar que te hace pensar sobre la vida mientras ves la puesta de sol, y de reojo el hotelazo con piscina en el último piso. Lástima de bruma. Luego las luces empiezan a cambiar el paisaje, y al volver con el ferry parece que estés cruzando a Staten Island en New York, en vez de estar en Asia.

Mientras esperaba para el visado chino me recorrí­ los mercados de peces, pájaros e insectos de compañí­a, donde todaví­a puedes ver grillos de pelea en acción. En el templo de Wong Tai Sin, encajado entre rascacielos, vi por primera vez los inciensos en forma de espiral roja que pueden arder durante semanas, y descubrí­ un recoveco de tranquilidad en el parque de Kowloon. Además de tener piscina, el parque parece aislado del bullicio y puedes incluso disfrutar de oí­r los pajaros que se esconden en la vegetación tropical, puesto que estamos en el trópico. Si el calor te agobia, no hay problema. En un bar, decorado a lo ruso, tienen una habitación a -20 grados para que te tomes el Vodka en su ambiente. Eso sí­, te dejan un abrigo de piel antes de entrar.

A hora y cuarto de ferry esta Macao. Si ya te sentí­as en Europa, al leer los letreros en chino y portugués (que te parece español) te sientes más en casa. Las casas coloniales de colores pasteles dejan patente la influencia portuguesa, e incluso algún edificio tiene sus azulejos blancos y azules. Las iglesias, que aquí­ son católicas, tienen ventanales abiertos de par en par y ventiladores, y las calles tienen porches. Incluso hay lugares que sirven café expreso, con el camarero esperando para que le hables del tiempo como si fuera el bar de la esquina en España. Pero estamos en China, y también puedes ver el tí­pico anciano que ha sacado a pasear las jaulas de sus pájaros, mientras él siestea en un banco. Como era mi cumpleaños aproveché la parte europea del asunto y me di el gusto de cenar bacalao con vino portugués.

Y no te puedes ir sin visitar un casino. El del hotel Lisboa tiene cuatro pisos dedicados en exclusiva al vicio. Para entrar, tienes que pasar un control y sortear a las busconas de fortuna. Luego empieza el bullicio y el despilfarro. Pese a ser entre semana, está a reventar, y en vez de apostar en patacas de Macao, se juega con dólares de Hong Kong. La mayorí­a de los juegos son chinos y no me entero, así­ que me entretuve viendo la única ruleta que hay. Recuperada la inversión inicial (3 euros) con las tragaperras, me decidí­ a apostar en la ruleta los beneficios (otros 3 euros). Grace, con la que viajaba esos dí­as, se concentró y me dijo que al 3. Cuando llegué a la mesa ya no se podí­a apostar… y salió el 3!! Entonces me dijo… 21. Aposté y salió el 23. No fue un fallo, sólo un problema de temporalización. A la siguiente tirada, salió el 21.

admin

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