Praga
Por fin Praga, la ciudad dorada. Han sido meses de preparar el encuentro de YMCA, para 7000 jóvenes de toda Europa, y tengo una doble sensación. Por un lado disfrutarlo, y por otro que pase para así cerrar esa carpeta y dedicarme de lleno al viaje.
La ciudad nos recibe con un calor aplastante, y con turistas por todos los lados. Me choca en la memoria con la ciudad que descubrí en el año 89. El puente de Carlos no tenía artistas, las casas parecían grises, y los puestos de helados vendían sólo un sabor. Aunque todavía se puede ver algun viejo Trabant 601 aparcado al lado del último modelo de BMW, y encontrar algún rancio beergarden anclado en el pasado (cómo me gusta el encanto de lo decrépito), lo cierto es que la ciudad bulle de restaurantes y cafés con encanto, tiendas para todos los bolsillos, y cientos de actividades para el turista.
Años atrás, en mi primera visita, la agente de aduanas, sin perder la cara angelical, le vació a mi compañero de compartimento la mochila sobre el suelo del tren, e incluso le perforó la pasta de dientes por si llevaba algo dentro. Esta vez, en la frontera Waldhaus-Rozvadov sólo intentaron retener un poco el autobus con la excusa de que uno de los documentos estaba en un formato anticuado, a ver si lo queríamos acelerar untando un poco el tema. A pesar de llevar la noche en ruta, poniendo cara de paciencia no fue necesario, y tras visitar seis ventanillas y conseguir cuatro sellos salíamos dela UEy entrábamos enla Republica Checa.La meta, el Parque Letna, donde se iba a celebrar el encuentro de YMCA.
Allí estaban llegando grupos de toda Europa. Una de las cuatro carpas de circo del recinto hacía de centro de recepción y, tras averiguar nuestro alojamiento, por fin pudimos descansar. Por delante teniamos cinco días de actividades para todos los gustos. Deportes, talleres, seminarios, conciertos, bailes, coros, exhibiciones de folclore»¦ en un entorno libre de alcohol. Algo que choca con nuestra mentalidad española, aunque es perfectamente adecuado para un evento de estas características, y que hizo que desgraciadamente no pudieramos compartir la sangría que llevábamos en el autobus con todos los países»¦
Aunque el encuentro ha sido en Praga, la cantidad de actividades hizo que tuviera que visitar la ciudad a ratos perdidos. El jueves la actividad se trasladó ala Plaza Mayor, donde el stand español hizo furor, y me dio otro rato para perderme del bullicio de la zona turística, y encontrar todavía alguna de esas casas grises que tenía en la memoria, pues en el centro han recuperado ya sus colores y dibujos.
Del recorrido típico me impresiona el barrio judío, que sigue bien preservado gracias a que los nazis quisieron hacer un museo»¦ de una raza extinguida. Destaca la sinagoga española, y el cementerio, que con sus 12000 lápidas funerarias amontonadas, funcionó entre 1439 y 1787, añadiendo más tierra encima de las tumbas para seguir enterrando, pero subiendo todas las lápidas al nuevo nivel, que hace hasta 12 pisos en alguna zona.
Praga es una de las ciudades con más encanto de Europa. Y al atardecer la vista desde el puente de Carlos hace entender su apodo de «ciudad dorada». Dan ganas de convertirse en una de sus estatuas para poder contemplar desapercibido la marea de gente de todas las razas, entre las que a menudo una conversación a gritos delata la procedencia sureuropea.
Y es que la gente también somos un espectáculo. A las horas en punto, cuando se ponen en movimiento las figuras del reloj astronómico, no deja de ser curioso ver cientos de personas cámara en ristre levantando la vista hacia un mismo punto, con expresiones de admiración, y pronto seguro que hasta aplausos. Pero todavía es mejor por la noche, porque los que se concentran esperando ver el saludo de los apóstoles mecánicos, oyen sonar la campana sin que el gallo cante, ni la muerte estire del cordel. Entonces los gestos de sorpresa de unos y otros, se interrumpen por las carcajadas de algún grupillo decepcionado en la hora anterior, y les hacen deducir desilusionados que los muñecos también tienen que guardar su merecido descanso después de tantas fotos.
Y si el visitante tuviera poco que hacer con los monumentos hay que añadir lo cultural. Además de los artistas callejeros, tuna incluida, en cada esquina los carteles anuncian los conciertos en las iglesias, las funciones de teatro negro, o las representaciones de ópera. La estrella es Don Giovanni, que el propio Mozart estrenó aquí en 1787. Sin embargo los jóvenes se tiran más hacia las discotecas. Cerca del puente de Carlos está una de las mayores de Europa, con cinco pisos y diferentes ambientes. La de al lado tiene el atractivo de una terraza que da al puente. Y si no, una cervecita en una terraza te completa el día. Yo me conformé con descubrir una réplica deLa Bodeguitadel Medio, y así pude beberme un mojito, bailar unas salsas, y dejar escrito para la posteridad (o hasta que vuelvan a pintar) debajo de un altavoz que ahí empezaba la aventura de la vuelta al mundo.