Por el Perú pre inca
Si uno tiene la posibilidad de abandonar la zona andina de Cuzco y darse una vuelta por alguna otra zona de Perú, pronto descubre una multitud de culturas antiguas eclipsadas por la fama turística de los incas. En el camino al norte quise detenerme en Nazca para ver las famosas líneas. Volar estaba fuera de presupuesto, así que me tuve que conformar con verlas desde un mirador junto a la carretera panamericana.
Me las imaginaba más anchas, pues tienen poco más de 20 cm, pero aun con todo sorprenden. El solo hecho de amontonar en las orillas las piedras calcinadas por el sol, dejando al descubierto la tierra que hay debajo fue suficiente para que estas líneas se vieran desde el aire hace cientos de años, aunque en las postales aparecen retocadas para que se vean mejor. Quizás si los españoles hubieran llegado cuando la cultura nazca estaba en su apogeo, ahora conoceríamos el significado de las líneas por las crónicas escritas. Como llegaron siglos más tarde solo existen suposiciones con mayor a menor grado paranormal.
A mí me sorprendió el acueducto de Cantalloc, ajeno a la fama internacional de las líneas. Son una serie de pozos en forma de espiral que siguen un curso de agua subterráneo, y que fueron la clave del éxito de los nazcas. Con esa agua lograron regar el duro desierto costero y hacer florecer huertas a los pies de los valles que llegaban de las montañas. Aun hoy sorprende la alternancia de dunas y desierto con frondosidad vegetal, en la que crecen desde naranjas, hasta muchos de los espárragos que nos comemos en España. Y un poco más arriba tenemos los viñedos de Ica y Pisco, donde se obtiene vino y el famoso destilado base del riquísimo “pisco sour”.
Entre las dunas cercanas a Ica hay un lugar surrealista: Huacachina. Podría ser la definición perfecta de oasis. Un lago rodeado de palmeras, y un poco más allá las dunas. Sólo la arquitectura de los viejos hoteles balnearios nos diría que no estamos en oriente medio. Por un precio razonable uno puede sentirse piloto de rali volando sobre las dunas, o deslizarse en tabla de surf sobre una ola de 200 metros de arena.
En Lima el desierto alterna con los edificios de una de las mayores ciudades de Sudamérica. El centro histórico presume con los balcones de sus palacios, los azulejos sevillanos de los claustros de sus monasterios y la decoración de sus iglesias. Viendo la proliferación de santos de la iglesia de la Virgen de la Merced, cada uno con su nombre en un cartelito pues las nuevas generaciones no distinguen los atributos de cada santo, se hace difícil explicarle a un musulmán que el cristianismo sea monoteísta. Con la que está cayendo en España llama la atención la cantidad de carteles en los que se necesita mozo o señorita. O la economía es un cohete, o pagan miserias.
Entre las exposiciones que vi, dos me llamaron la atención. Una sobre la Inquisición en la que los datos chocan con el mito creado por la historia negra. Resulta que los indígenas americanos estaban fuera de su jurisdicción por ley y, en toda su existencia en España, se calcula que se condenó a muerte a unas 1500 personas. La inquisición alemana o la inglesa se llevaron por delante a 100000 y 50000 respectivamente. Hay que añadir que éstas últimas juzgaban delitos civiles además de los morales, pero unos llevan la fama…
La otra sorpresa fue la exposición sobre la cultura Caral que tuvo su apogeo hace 5000 años en unos valles al norte de Lima. Antes de que se construyeran las pirámides de Egipto en Sudamérica se desarrolló una cultura con la complejidad suficiente para edificar ciudades y elevar pirámides de adobe para adorar a sus dioses. Luego se desvaneció, pero su legado continuó a través de los siglos. En las excavaciones se han encontrado quipus (conjunto de cuerdas anudadas para guardar información) como los que hicieron famosos los incas. Esa es parte de la grandiosidad de los incas. No es que fueran unos genios, si no que sumaron los conocimientos de la multitud de culturas anteriores que conquistaron, pero que pasaron desapercibidas para los españoles.
De la cultura Lima quedan algunas huacas (lugar sagrado) como la de Pucllana dedicada al dios mar. Ante la falta de piedra en el desierto costero no les quedó otra que usar el ladrillo de adobe para levantar sus templos pirámides. Lo mismo hicieron los Moche más al norte. En los alrededores de Trujillo se puede visitar la espectacular huaca de la Luna, y enfrente queda la huaca del Sol, que está siendo excavada todavía y que por fuera sólo parece un montículo de tierra erosionado por las lluvias del “niño”. Al carácter perecedero del material le salvó la forma de construir los templos. Cada gobernante dejaba su impronta construyendo su templo sobre el anterior, por lo que rellenaba las habitaciones con ladrillos para crear un nuevo nivel, preservando de la intemperie lo que quedaba en el interior.
A mi me cautivaron los Moche. Su alfarería representa muchos aspectos de la vida cotidiana con un detalle sorprendente para la época. Los frisos y dibujos en cerámica son los únicos testimonios de la vida de esa cultura que surgió entre el año 200 y el 850 de nuestra era. Las escenas que recrean muestran luchas entre guerreros que intentaban quitarle el tocado al oponente. Eso significaba que había perdido y sería sacrificado a los dioses, representados como personajes mitad animales mitad personas. Pero la falta de registros históricos hace que la investigación sobre estas culturas pre inca sea muy difícil y que no se sepa si lo que se representa es mito o realidad.
Los siglos de saqueos en busca de tesoros no han ayudado, pero cuando en 1987 se descubrieron intactas las tumbas de la huaca rajada, cerca de Chiclayo, se pudo resolver el rompecabezas. Los vestidos encontrados en las tumbas del señor de Sipán y sus sacerdotes eran los representados en los dibujos, por lo que eran descripciones de la vida real en tiempo de los moches. Con su estudio cada vez se conoce más sobre esta cultura. El museo en Lambayeque es muy informativo en este sentido y muestra todo lo recuperado en las tumbas. Es impresionante.
El pasado colonial de Trujillo, con sus casas coloridas y sus amplios balcones de forja o madera, queda eclipsado por las ruinas pre incas. Además de los moches, en sus alrededores están las ruinas de la cultura Chimú, que tenían en la ciudad de Chanchan su capital. Su periodo de gloria se inicia en el siglo X y termina bajo el ejército inca en el siglo XV, poco antes de la llegada de los españoles, por lo que tampoco se sabe mucho de ellos. Adoraban a la luna y los restos del palacio Tschudi dan idea de su dependencia de los productos marinos, con frisos llenos de olas, pelícanos, redes y peces.
Tras ver la puesta de sol en la playa de Huanchaco, donde los locales todavía vuelven de pescar haciendo surf sobre las olas en embarcaciones de totora como en tiempos inmemoriales, pusimos rumbo a las montañas del interior otra vez. Al llegar a Cajamarca uno se sorprende de los sombreros gigantes de paja blanca que usan los locales, y se resorprende cuando se entera de los precios, de cien euros para arriba. A pesar de ser la capital del departamento, parece un pueblo grande. Los edificios no superan las dos plantas y su decoración es mínima. Entre tanta austeridad blanca destaca la iglesia de Belén, con sus angelotes musculados sosteniendo la bóveda azul.
En los alrededores de Cajamarca quedan restos de las culturas que habitaban la zona antes de la llegada de los incas. Enterraban a sus muertos en huecos en la roca, llamadas ventanillas por los lugareños, y tallaron un canal en la roca de Cumbe Mayo para traer agua a la ciudad desde el otro lado de la montaña. Pero la fama de Cajamarca se debe a los baños termales en los que descansaba el Inca Atahualpa cuando fue apresado por Pizarro. De esa época se conserva un único edificio inca, “el cuarto del rescate”, la habitación que supuestamente se llenó de oro hasta una marca roja (en la pared hay pintada una) para comprar la libertad de Atahualpa, que aun con todo acabó muerto.
El oro parece estar ligado a problemas en esta zona. Se sentía tensión social contra la instalación de una nueva mina por la contaminación que podía causar al agua. Al menos eso era lo que se leía en los carteles, pero un paisano me lo explicó de otra manera. No lejos de Cajamarca está la mina oro de Yanacocha, la tercera más grande del mundo. Cada 25 días saca los 5700 kg de oro que se calcula fue el rescate de Atahualpa. Sin embargo desde que se instaló la mina, la región no solo no ha avanzado económicamente, si no que es una de las más pobres de todo Perú. En la calle se veían a las cholitas mendigando, cosa que no me había encontrado antes. En realidad lo que causaba el conflicto era ver que se genera toda esa riqueza, pero que no se queda nada en la zona. Y de eso ya no nos pueden echar la culpa a los conquistadores españoles.
Aunque la distancia entre Cajamarca y Chachapoyas en el mapa era cortísima, el viaje duró 13 horas. Había que subir y bajar tres puertos con desniveles de más de 2000 metros, y con una carretera colgada literalmente en el vacío. Al mirar por la ventanilla apenas se veía un palmo de separación entre la rueda y el abismo. Y eso sacando la cabeza, por que sin sacarla parecía que uno iba simplemente volando sobre el valle. Este tramo es uno de esos que hay que hacer una vez en la vida, pero no dos. Menos mal que la compañía de bus era Virgen del Carmen.
La razón de llegar hasta Chachapoyas era visitar las ruinas de Kuelap, una fortaleza pre inca construida por la cultura Chachapoyas. Situada 1300 metros por encima del valle ofrece unas vistas impresionantes. Está rodeada por una muralla de piedra de 20 metros de altura y en su interior se han encontrado restos de más de 400 casas. Se calcula que se empleó 3 veces más volumen de piedra que el necesario para construir la gran pirámide de Egipto. Si los incas no hubieran existido, este sería el Machu Pichu de Perú.
Regresé a la costa por Chiclayo para ver el museo del señor de Sipán, y de allí seguí a Máncora, una playa repleta de turismo local, hippies latinoamericanos y mochileros que aprenden a hacer surf en una ola constante, eso sí, con el imprescindible traje de neopreno. A pesar del eslogan “Máncora, como el Caribe pero con ceviche” ni a estas latitudes el agua está apetecible para bañarse. Al menos en esta época del año.
Me tocaba despedirme del país sufriendo un “corre corre” que me privó de mi último ceviche. Mirando la puesta de sol, con suero de rehidratación en vez de pisco sour, pensaba en que Perú tiene mucho más que ofrecer además de los restos incas de los alrededores de Cuzco. Hay una variedad de culturas pre incas, pero todas quedan eclipsadas por lo inca, del mismo modo que hace siglos sucumbieron bajo la fuerza de sus ejércitos.
QUÉ FOTOS MÁS GUAPAS!
Y FLIPANTE EL OASIS en medio de la nada…