Vaduz, Principado de Liechtenstein
Hay lugares por los que uno pasa habitualmente, y otros que, como decimos en Aragón, hay que ir “de propio”. El minúsculo principado de Liechtenstein es uno de éstos últimos. Encajado entre una orilla del Rin que lo separa de Suiza y el comienzo de los Alpes austriacos, es uno de esos sitios que aunque evocan un nombre exótico, nunca encuentras momento de ir.
Hasta que llega la oportunidad y hay que aprovecharla. Quería aprovechar el viaje a Munich para visitar también a mi amigo Alex que vive en Zurich. Al hablar para ver cómo nos encontrábamos nos dio un ramalazo de película de James Bond y terminamos quedando a comer en Vaduz. Así, como quien queda a tomar una cerveza en el bar de la esquina.
La logística para llegar no es fácil. Vaduz no tiene aeropuerto (el más cercano es Zurich, a 130 Km) y aunque hay una vía férrea, el tren es una anécdota. Por suerte desde hace un par de años en Alemania permiten las líneas de autobús interurbano, y una de la compañía Flixbus va de Munich hacia Milan. En tres horas y media te plantas en Dornbirn, Austria tras atravesar unos túneles de las primeras estribaciones de los Alpes austriacos.
En Dornbirn se coge el tren hacia FeldKirch (frecuentes, se tarda media hora) y de allí toca montarse en el autobús que te llevará a Liechtenstein. Si se tiene suerte y va directo, en media hora llegas a Vaduz. Si no, te tocará hacer cambio en Schaan. Ya ves, no sólo el nombre es impronunciable, si no que llegar en transporte público es casi una prueba de yincana.
Entre las peculiaridades de este minúsculo estado destaca el haber sobrevivido como ente independiente a los vaivenes políticos de los últimos siglos, a pesar de contar sólo con una extensión de 160 Km2 y con poco más de 37000 habitantes. Se habla alemán, pero la moneda es el franco suizo, y el control de aduanas lo lleva Suiza. Vamos, que al pasar de Austria hay frontera, pero al ir a Suiza, no.
¿Y entonces, cómo no se ha integrado como un cantón suizo más? Eso habría que preguntárselo a los antepasados del Príncipe Hans Adam II, que todavía vive en su castillo, como un tradicional monarca de cuento de niños. Desde su fotogénica atalaya se divisa a vista de pájaro el pueblito de Vaduz, pues aunque es la capital, tiene poco más de 3000 habitantes.
Según Tripadvisor, el Castillo de Vaduz es la principal atracción turística, pero lo cachondo es que el interior no se puede visitar. La subida quita el aliento, pero la verdad es que la vista sobre el valle del Rin, con las montañas suizas enfrente, es reconfortante. Y salvo un autobús de turistas chinos, que ya me gustaría saber quién les ha diseñado el viaje para pasar el día aquí, el resto de los visitantes nos los cruzamos subiendo o bajando del castillo. Las otras atracciones locales no dan para mucho más de medio día.
Lo visitable está en una calle peatonal de poco más de 600 metros. Comienza en la catedral de San Florián (que el papa Juan Pablo II visitó, pues la mayoría de la población es católica) y termina en el ayuntamiento. En medio los edificios del parlamento, del gobierno y cuatro museos bien contados: El nacional; el postal y del tesoro, y dos de arte. Y poco más. Bueno, una enorme escultura de Botero que te sorprende colocada en una pequeña calle lateral cuando sales del parking subterráneo.
Como el principado en realidad está en la ladera de una montaña, tiene zona llana de unos 24 Km de largo paralela a la orilla del Rin (donde está el estadio de fútbol que canta estrepitosamente en medio de unos pocos cultivos) y luego comienza a subir hasta los 2600 metros, donde tiene sus pistas de esquí en Malbun, con una anchura máxima de 12 Km. Y ahora la pregunta que todos nos hacemos. ¿Con este poco de terreno, de qué vive esta gente?
Sobre los papeles hay 4000 empresas operando en el principado. Otra cosa es que para muchas, la operación sea solamente la de recoger el correo, porque mucha actividad yo no vi. Lo que sí se ven son algunos campos de viñedos. Nos acercamos a visitar las Bodegas del Príncipe, donde puedes degustar sus vinos (pagando) y una bonita perspectiva de su castillo (gratis) sobre los viñedos.
Parece ser que son punteros en hacer prótesis dentales, pero que me expliquen cómo puede ser uno de los primeros países en poder adquisitivo del mundo per cápita. Según las últimas listas publicadas, ya no es considerado un paraíso fiscal, pero los precios de los relojes en la calle principal no bajaban de 11000 euros, y alguno de los que tenía el precio medio tapado marcaba 36000. No, no se me escapado un cero de más. Treinta y seis mil euros. Sí.
Podéis imaginar la cara que puse cuando empezamos a buscar restaurante para comer. Tampoco es que en un pueblo haya mucho donde elegir, y los precios iban en la misma línea que los relojes. Una ensalada básica costaba 20 euros. Había un sitio de kebabs para un apuro, pero ya que habíamos quedado a comer, insistimos hasta que encontramos un menú del día, versión Vaduz: sopa y un plato de pollo al curry con arroz por unos 24 euros por barba. Bebidas aparte. Y nada especial. Si tienes coche, mejor pásate a comer a Austria.
Ni me quiero imaginar lo que puede costar un hotel aquí. Por suerte volvíamos a Zurich a dormir. Cruzando el Rin me llegaba el sms avisándome del cambio de compañía de roaming, que es la forma moderna de enterarte de que cruzas una frontera. La tercera en un curioso día. En mi cabeza se perseguían dos pensamientos: ¿Alguien habrá pensado ofrecer qué hacer en Vaduz cuando vengan los seguidores de la selección española de fútbol el 5 de septiembre? ¿Y cómo puede ser que un país con la población de la ciudad de Teruel tenga un equipo de fútbol internacional?