Mi mundial en Río de Janeiro
Yo vi la final del mundial de fútbol en Río de Janeiro. Esta frase dentro de unas semanas será una realidad para más de cien mil espectadores. Pero el mundial al que me refería no era en Brasil, y de esto hace ya ocho años. Como por entonces no existía el blog, he querido revivir aquellos momentos y compartirlos ahora, dada la euforia colectiva por Brasil y su mundial de fútbol.
Río de Janeiro es uno de esos sitios que te cautivan desde que los conoces. Las imágenes de sus playas, del carnaval o del Cristo redentor van a hacer que tarde o temprano la visites. Éste fue el caso en el verano del 2006, y quiso la casualidad que ese fin de semana fuera la final del mundial de fútbol de Alemania.
La niebla matutina cubría el aeropuerto y el piloto tuvo que dar unas vueltas esperando que aclarara, con lo que nos regaló unas preciosas vistas aéreas de la ciudad y su caprichosa geografía coronada por el famoso Cristo. En el trayecto hasta el centro pude ver almacenes que guardaban carrozas del carnaval. Sólo me quedaba ponerme el bañador y disfrutar de la playa de Copacabana para cubrir mis expectativas del viaje. ¡Y ni siquiera llevaba dos horas!
Por supuesto quería ver las cosas más despacio, así que me pateé las playas de Copacabana y de Ipanema. La arena y el agua no son una cosa de quitar el hipo, pero el espectáculo humano sí es único. Curioso ver cómo las tumbonas están de espaldas al mar, pues es la dirección en la que está el sol, y con el culto al cuerpo que hay en esas arenas, uno no puede permitirse el lujo de que el moreno no sea perfecto. Con sus minúsculos bañadores, había zonas de la playa donde parecía que la gente estaba más pendiente del posado y de la imagen que de pasar una jornada alegre a la orilla del mar.
No sé cómo estará estos días la seguridad, pero en esa época había que andarse con cuidado. Mi cámara les gustó a un grupo de chiquillos de las favelas vecinas que comenzaron a seguirme descaradamente esperando un descuido. Por suerte o experiencia lo gestioné bien y libré, pero se oían historias de otros viajeros solitarios que no tuvieron tanta fortuna.
Por la noche nos juntamos un grupo en el albergue y nos animamos a vivir el sábado carioca. La discoteca de moda estaba en un antiguo teatro, en el que además de grupos en directo en el escenario, había otros ambientes en el foyer y la terraza. Espectacular pero la pena es que era una noche temática gótika y me quedé con las ganas de ver mover las caderas a las bellezas de Ipanema bailando samba y forro.
Aparte de la visita al Cristo, con las impresionantes vistas de la ciudad, el barrio más turístico que no hay que perderse es Santa Teresa, con sus callejas que recuerdan a Lisboa, y su tranvía amarillo que te transporta a la lejana Alfama. No hay que olvidar que Río fue la capital de Portugal entre 1808 y 1815 y que el contacto entre estas ciudades las enriqueció a ambas. Las aceras de adoquines blancos y negros tan características de Lisboa tienen su origen en este lado del Atlántico, representando las olas del “encuentro de las aguas” del Amazonas cerca de Manaos.
Dejé para la tarde del domingo 9 de julio la visita al Pan de Azucar. En Urco, la estación intermedia del funicular, había preparada una pantalla gigante para ver la final. En los laterales estaban los carteles con las eliminatorias para rellenar, en las que Brasil había sido impreso ya como seguro finalista. Francia los apeó en cuartos y en un ambiente triste, el medio aforo era claramente pro Italia. Cuando llegó la prórroga empezaba a atardecer así que subí a la cima pues no quería quedarme sin disfrutar las maravillosas vistas con luz diurna.
Arriba no había pantalla gigante. Por los gritos descubrí que el vigilante del teleférico tenía un pequeño televisor de seis pulgadas en su cabina, y allí termine de ver la final del mundial de Alemania. Poco glamur para la frase que iniciaba la crónica, pero un final inolvidable. Afuera el cielo había cambiado el azul por naranja y, justo cuando el sol teñido de rojo se ocultaba detrás de las montañas, Zidane le daba el cabezazo a Materazzi y le enseñaban su última cartulina roja. Todo un símbolo para el final de la carrera de un astro.