Mykonos, en plan tranquilo
El sonido de la palabra Mykonos evoca imágenes de islas del Egeo. Sol radiante sobre colores azules y blancos. Y fiesta, mucha fiesta loca. Para los estudiantes griegos es como nuestro Salou al acabar los exámenes, fechas en las que sólo los beach party animals pueden aguantar el ritmo. Pero si se visita fuera de temporada todavía es un lugar de vida pausada que muestra los encantos que desde antiguo la lanzaron como icono del turismo griego.
La primera impresión fue chocante. Este invierno el tiempo estuvo más lluvioso de lo habitual y para el comienzo de nuestra semana santa muchos negocios aún estaban alistando los últimos retoques para abrir. Aun con todo no fue difícil encontrar alojamiento ni comida y los precios eran como la mitad de los de temporada alta. Otro plus es que no necesitas reservar con antelación y puedes encontrar chollos. Algunos años la semana santa ortodoxa y la católica coinciden, por lo que hay que verificarlo con antelación para no encontrarse con sorpresas.
La desilusión fue que Delos, cuyas ruinas queríamos visitar -la isla en la que nacieron Apolo y Artemisa, una de las razones por las que habíamos venido hasta aquí- estaba de excavaciones arqueológicas y volvía a abrir al público el mismo día que salía el ferry de vuelta. Así que si venís fuera de temporada verificad que no os vaya a pasar lo mismo. Al menos me valió para comprender que el nombre de Cícladas, como se conoce a las islas de esta parte del Egeo, viene de que estaban dispuestas en círculo alrededor de este santuario religioso, importante desde tiempos de la Grecia clásica.
Recorrer un lugar fuertemente turístico fuera de temporada tiene un poco de escenario de “Blade runner”. Un lugar en el que se desarrolló una gran actividad en el pasado y que ahora se ha quedado demasiado grande y vacío, con la decadencia dando sus primeros pasos. Se supone que en el caso de Mykonos en el verano se volverá a activar, pero de momento sólo ves esqueletos de construcciones que hay que repintar, explanadas desiertas que estuvieron llenas de mesas y risas, y carteles caídos que señalaban el destino buscado por cientos de turistas que ahora parece no interesar a nadie.
La ausencia de prisas permite que te sientes con calma en la taberna local a ver pasar la vida cotidiana. Los camiones de verduras se ponen en la playa sin quitarle el sol a ningún turista, y el puesto de pescado expone la captura del día más preocupado de conversar que de vender. Las encantadoras callejas encaladas de Hora se recorren sin la sensación de estar en un centro comercial, pues la mayoría de los escaparates están todavía cerrados, pero dejan adivinar lo que puede ser pasear por ellas en el fulgor de la temporada. Un día llegó un crucero y sólo con los pasajeros que desembarcaron ya parecía que estuviera en otro lugar.
La dimensión de la isla es ideal para descubrirla en moto. En menos de media hora puedes estar en cualquier lugar, al menos en estas fechas que no hay problemas con el tráfico. De todas maneras costó encontrar quién quisiera alquilarla, pues todos parecían estar de acuerdo en querer empezar la temporada al día siguiente. Al final encontramos quien sí quería trabajar y por solo 20 euros tuvimos dos días de moto para recorrer la isla de cabo a rabo. Eso sí, hay que cuidar dónde dejas la moto por la noche, porque por la mañana habían intentado vaciarme el depósito de gasolina.
El paisaje del interior es como una mezcla de otras islas mediterráneas. Los muros de piedra que separan los campos, ahora recubiertos de un verde intenso salpicado de flores multicolores, recuerdan a Menorca. En un cercado pueden estar las ovejas o las cabras, y en el de al lado los coches de alquiler esperando que la temporada los saque del encierro invernal.
Quizás lo más significativo de la isla sean las ermitas de paredes blancas y bóvedas coloridas, mayoritariamente rojas, diseminadas por toda la isla. Cuando se recortan sobre el azul del mar dan fotos que se quedan clavadas en la retina. Nos contaron que cada familia tiene una en alguno de sus campos, y que una vez al año se visita para recordar a los difuntos y se celebra una fiesta centrada en comer y beber. Con las casi 400 que hay en toda las isla da para estar de fiesta todo el año.
En el centro de la isla está la “población” de Ano Mora, con el monasterio de Panagia Turliani. Aunque debía estar abierto, el relajo de los isleños hizo que ese día el encargado no acudiese, así que me quedé sin poder visitarlo. Nos desquitamos en las tabernas de la plaza con la ensalada griega más sabrosa de todo el viaje.
La imagen que yo tenía de Mykonos era sinónimo de fiesta en las playas. Cuerpos exhibiendo el moreno al sol del atardecer, preparándose para una larga noche. Creía que iban a ser playas con construcciones asfixiando la arena, pero para mi sorpresa la mayoría tienen pocos edificios cerca y algunas son cuasi vírgenes y me evocaban la zona del cabo de Gata. En estas fechas se tiene la playa prácticamente para uno mismo. Un lujo que en temporada es imposible. La mala noticia: ahora sólo los valientes se atreven a bañarse.
Iba a hacer una lista de playas para visitar, pero lo mejor es que os deje con las fotos y así cada uno elije la que más le guste.