Mongolia Interior (Parte china de Mongolia)
Recorrer China por libre no es fácil. Eres incapaz de diferenciar si el rótulo de un negocio dice videoclub o restaurante, y por fuera no se diferencian mucho. La dificultad del idioma lo complica un poco. El chino tiene diferentes significados para un mismo sonido, dependiendo de cual de los cuatro tonos utilices: «Cha», significa té o sexo según el tono, así que el intentar hablar lo básico puede generar gestos de sorpresa en el interlocutor.
Cuando cruzas la frontera se te queda la misma cara que a los japoneses despistados que vemos en España. No te enteras de nada y te sientes perdidísimo. En Ulaan Baatar me dijeron que había un tren que seguía hasta Hoh Hot pero, según los chinos, no había tal tren. Así que en medio de la confusión confié en mi buena estrella y me fié de un supuesto coche compartido que iba a Hoh Hot. ¿Compartido con quién, si no había más pasajeros? Tras unas vueltas por la ciudad, encontramos otros pasajeros y por fin pusimos rumbo hacia la capital de la Mongolia china.
El cielo estaba plomizo, y cuando aparecieron las praderas tras una zona de colinas, la sensación era la de encontrarse ante el mar en un día de lluvia, con toda su inmensidad gris. Debe ser el primer espejismo sin sol de la historia. El encanto se rompe cuando aparecen los primeros campings de gers, pero a lo chino, construidos en ladrillo y con ventanas: apiñados para poder albergar los autobuses repletos de turistas con sus gorras amarillas que siguen la banderita del guía. Los chinos utilizan muy bien el reclamo turístico mongol, pese a que no tiene mucho que ver con las sensaciones que se pueden vivir con los nómadas del país vecino. Aún con todo, en China se ha conservado el idioma Uigur escrito, parecido al árabe pero escrito en vertical, dando un toque gracioso a los carteles comerciales. La atracción estrella son las dunas del Gobi, que en algunas zonas tienen hasta telesillas para acceder al sitio donde te esperan los camellos, quads y demás parafernalias turísticas.
La razón de venir a esta parte de China era la de visitar a mi amigo Enrique que está trabajando en Baotou para «Baryval», una empresa zaragozana. Baotou fue pensada para ser una ciudad industrial, y tiene poco que hacer o ver, salvo las puestas de sol, probablemente unas de las más bonitas de China. El mérito, más que al paisaje, hay que dárselo a la increíble contaminación ambiental, que ya durante el día, tiñe el cielo de amarillos y naranjas.
Fueron días de no tener que preocuparme por los hoteles o restaurantes, y me pude dedicar a descansar. Sólo al pararme por unos días fui consciente de que había atravesado la tercera parte del planeta ya. Se dice pronto. La hospitalidad de Enrique y sus amigos hizo que me encontrara como en casa y recargara las baterías. También se encargaron de demostrarme la versión china del «deporte ruso»: sacar comida hasta que el extranjero reviente. Venga y venga platos en la mesa. Además, al comer en China, hay que hacer todo lo que en casa de tus padres no te dejaban hacer de niño. «No te lavas las manos», pues no tocas la comida con las manos, aunque «coges todo con los dedos», que son los palillos. Vas «picando de los platos» y cuando tienes algún hueso, lo «escupes al suelo» y ya está. Salvo por los ruidos de algunos vecinos, comer en China es un placer… siempre que puedas sobrellevar el picante.
Conducir, sin embargo, es una prueba para los nervios. Sólo se respetan los semáforos. Cualquier otra cosa te puede sorprender en cualquier momento…, como hacer un giro en U en mitad de la avenida principal, aprovechando el hueco para peatones de una valla puesta para evitarlo. Los giros a la izquierda son otra de las especialidades de la casa, aún a costa de parar todo el tráfico. A pesar de todo, nadie pita. Mi teoría es que, tras tantos años en bici, siguen con esa mentalidad al ponerse al volante.
Entre comida y comida también tuve tiempo de ir a un colegio a hablar de mi viaje, ya que me fusilaran a preguntas de cómo son los colegios en mi país. Acá trabajan duro, yendo a clase de 7 a 7 con una pausa para comer. Además de eso, trabajo para hacer en casa, y vestir un uniforme. Me gustaría ver aquí a alguno de mis alumnos españoles que tanto se quejan. Al ver el aparcamiento de bicis fui consciente de que un colegio normal puede tener más de dos mil alumnos.
Lo que sí resultó divertido, fue participar en un programa de televisión chino. Estuvimos hablando del viaje y de las diferencias culturales en los países visitados. Era como estar en «Humor amarillo», pero conmigo dentro. Y, como alguien les sopló que me gusta la salsa, el programa acabó con todos moviendo la cadera. Entonces me informaron de que en Pekín había un buen sitio latino, y aunque la próxima etapa debía ser Shanghai, siempre se puede hacer un pequeño desvío en el camino para satisfacer los resultados de la encuesta.