Basilea, la ciudad del pez, ¿en plan barato?
Antes de que nadie siga leyendo, voy a dejar las cosas claras. No me gusta decir que algo es imposible, pero sí puedo decir que visitar Basilea en plan barato es difícil, muy difícil. Pese a todo, la actividad estrella del verano en Basilea sí es gratis, si te atreves. Este verano pasé un par de días en la ciudad y quería compartir mi experiencia con la bolsa pez.
La situación peculiar de Basilea se pone de manifiesto nada más bajar del avión. ¿A qué país salgo yo ahora? Puedes elegir entre Francia, donde está el aeropuerto, Alemania o Suiza. Eso sí que es optimizar recursos si comparamos con la filosofía de otros lugares europeos en los que cada barrio querría tener su aeropuerto. Pero claro, estamos en Suiza. Y eso tiene sus pros. Y sus contras.
Aunque uno venga mentalizado, el primer golpe se lo lleva uno con el precio de las cosas. Digamos que el doble, o más, que en casa. Y no es que uno esté siempre comparando, pero aquí, o te aplicas, o te puedes llevar un buen susto a la hora de pagar. Tuve la suerte de no tener que preocuparme del alojamiento y de que la terraza de mi amigo Alex fuera ideal para soportar el calor que pese a llegar sólo a 32 grados, tenía cerrados algunos cafés de 1 a 5 con su correspondiente cartel informativo: “cerrado por ola de calor”.
En cuanto a los pros, la ciudad emana orden y paz (quizá demasiada). Como sólo las bicis y los tranvías pueden circular, la contaminación es prácticamente inexistente en el centro, y está tomado por los peatones. Es una ciudad para pasear sin rumbo. Para los más organizados, la oficina de turismo ha marcado unos recorridos para seguir los lugares importantes de personajes ilustres. Para los amantes de la cultura y los museos, la lista es amplia y variada. Incluso había uno sobre las “relaciones rotas”.
Si se quiere simplemente dar una vuelta, son fotogénicas las puertas antiguas de la ciudad amurallada, y muy curioso el ayuntamiento, con su característico color rojo y unos murales coloridos en el patio interior. Por supuesto la visita a la catedral es inevitable, y además es gratis. Allí descansan los restos de Erasmo de Róterdam (la lápida está en una columna del ala este, no en el suelo ni paredes laterales). La sobriedad protestante del interior contrasta con los colores de las figuras de los frescos de la cripta, que han sobrevivido de cuando era una catedral católica y la ciudad era un importante centro religioso que acogía concilios.
Desde el claustro, erigido en la colina sobre la que los romanos erigieron la primera fortaleza, se puede salir a un mirador del Rin desde el que se divisa una de las mejores vistas de Basilea. Al este la sede de Novartis y al oeste la torre-vela de Roche nos recuerdan el poderío económico actual de la ciudad. En las orillas, las cabañas con sus redes de pesca china dejan constancia de que la pesca en el río tuvo su importancia también en el pasado.
Abajo el río está lleno de vida. Unas curiosas barcas (faehri) cruzan de orilla a orilla utilizando un ingenioso sistema. Van agarradas a un cable fijo transversal, con una sirga que termina en una rueda que puede moverse por el cable. Según la inclinación que adopten contra la corriente se mueven hacia una orilla o hacia la otra, cruzando a los paseantes desde tiempos antiguos. Coste energético nulo. Precio para el pasajero: suizo.
Estos días de verano, el río atrae a sus orillas a los basilenses como medida de supervivencia. Los más refinados aparcan su bicicleta en la entrada del river club y se solean en las cubiertas de madera o se bañan en el rectángulo de río que delimitan. Esto es de pago. Pero existe la versión gratis. El resto elijen cualquier trozo de ribera y plantan la toalla para tomar el sol junto al río y darse su chapuzón. Los hay a cientos y le dan vida al río con sus picnics o arrumacos.
Pero si uno se sienta a ver pasar a la gente, una cosa le llamará la atención. Una gran cantidad remonta la arbolada orilla derecha con una bolsa rara al hombro. Es una bolsa que has visto antes, pero a la que no le prestaste atención, salvo que tu subconsciente la registró por repetición. Al ver tanta gente con ella empiezas a preguntarte si es que lo regaló algún periódico o es que el Mercadona local se ha volcado en el diseño de sus bolsas. A base de observar te das cuenta de que tiene forma de pez, y aunque los colores sean diferentes acaba haciéndose familiar. Había que seguir a la gente para averiguar qué pasaba.
Al llegar al museo Tinguely el misterio se resuelve. Unas escaleras bajan hasta la orilla y un cartel suspendido informa de la temperatura del agua. 23 grados frente a los 32 de fuera. Es el punto de lanzamiento preferido para los que van a descender el Rin. Basilea es la primera ciudad desde la que es navegable el Rin, y parece que sus ciudadanos quieren hacer lo mismo. Allí la gente se va poniendo el bañador y se sienta a concentrarse como los nadadores profesionales antes de lanzarse a la piscina a nadar su serie. Y es que la primera impresión al entrar al agua es como para pensárselo antes dos veces.
Las bolsas con forma de pez son bolsas estancas que se están convirtiendo en el icono de la ciudad de Basilea. En ellas la gente guarda su ropa cuando va a descender el Rin y una vez cerradas con suficiente cámara de aire hacen de flotador para dejarte llevar por la corriente y disfrutar de la vista de la ciudad desde el río desconectando del calor. Valen para llevar por el día lo que cargarías en un bolso o en una mochila, pero con sólo añadir el bañador al salir de casa, te permiten disfrutar de la atracción estrella de la ciudad en cualquier momento. Y pese a ser Suiza, es gratis… cuando hayas pagado la bolsa pez a precio suizo.