Lalibela en navidad
La primera vez que se ve alguna imagen de las iglesias monolíticas de Lalibela, el recuerdo queda grabado como pocos y normalmente se apunta en la lista de destinos a visitar algún día. Para muchos Lalibela justifica por sí misma un viaje a Etiopía. Al verlas en fotos es difícil no sucumbir ante los encantos de las iglesias excavadas en la roca. Contemplarlas con tus propios ojos mejora la realidad. Y si se tiene la suerte de visitarlas durante la navidad etíope, probablemente sea uno de los momentos inolvidables de una vida viajera.
El acceso por tierra a este pequeño pueblo etíope no es fácil pues está aislado del resto de los lugares que se suelen visitar en Etiopía. Situado en el altiplano, a casi 2500 metros de altura, en un país lleno de cañones agrestes, el acceso conlleva tragar polvo en unas carreteras sin asfaltar de las que suben pegadas a las montañas en curvas inacabables. Si se viaja en transporte público hay que hacer noche en ruta. Nosotros llegamos sin problemas con una furgoneta alquilada desde Mekele en un día. No hace falta todoterreno.
Pero el paisaje rural que se recorre recompensa el sacrificio y te sitúa mejor para entender el paisaje humano que se reúne en Lalibela. Las casas de tejados cónicos de paja indican que la vida ha cambiado poco en los últimos siglos. Las mujeres con sus característicos peinados de trenzas siguen acarreando por los caminos los recipientes cargados de agua a la espalda. La única diferencia es que las más ancianas los llevan de barro, acorde con los colores grises de sus atuendos tradicionales. Las chicas jóvenes suelen llevarlos de plástico, más combinable con los colores de las ropas de tercera mano fabricadas en algún lejano rincón del mundo.
Desde hace unos años un pequeño aeropuerto facilita las cosas para los turistas. Encontrar un lugar suficientemente llano no debió ser fácil y hay que dar gracias de que sólo esté a media hora de Lalibela. En realidad más que un aeropuerto parece una estación de autobuses, con la particularidad de que tienen alas y al despegar ofrecen un panorama maravilloso del paisaje rural. Campos trabajados a mano rodeados del terreno yermo más duro que uno puede imaginarse. Pueblos situados en lo alto de las colinas, herederos de la necesidad histórica de protegerse. Empalizadas de arbustos espinosos para proteger el grano de la voracidad de los escuálidos animales.
Pero volvamos a las iglesias de Lalibela y a la pregunta que muchos nos hacemos al llegar: ¿A quién se le ocurrió hacer esto aquí? Como en todo lugar religioso la leyenda y la historia se mezclan y es difícil separar una de otra. Lo cierto es que Roha fue la capital de la dinastía Zagüe en los siglos XII y XIII, y uno de sus reyes, Gebre Mesquel Lalibela, acabó dando su nombre actual al lugar. Parece ser que él fue el principal impulsor de las construcciones excavadas en la roca que hoy admiramos. El tiempo ha convertido Lalibela en un importante centro de peregrinación local y el rey se ha convertido en santo para la iglesia ortodoxa etíope.
Si entramos en la parte que no está documentada, hay leyendas para todos los gustos. Una de las más extendidas dice que el rey mandó construir las iglesias recreando tierra santa. Jerusalén acababa de caer bajo dominio musulmán y de esta manera sus súbditos podían peregrinar aquí sin tener que pasar las calamidades que le esperaban al que intentara ir a la tierra del Jordán (El arroyo que atraviesa la zona de iglesias se llama así).
Luego están las leyendas de cómo se construyó y durante cuánto tiempo (23 años según la tradición local). Hay quien invoca ayuda celestial que contribuía a que los trabajos no pararan por la noche. Otros dicen que si tuvieron ayuda de caballeros templarios. He oído a guías contar que alguna de las iglesias fue palacio real antes de ser lugar de culto, pero como he dicho antes, eso entra ya en el terreno de las fábulas que alimentan la imaginación romántica del visitante.
Lo que hoy puede verse es un conjunto de iglesias apiñadas en dos grupos, más la de San Jorge, apartada del resto y convertida en el icono por ser la más fotografiable, ya que es la única que no tiene una cobertura protectora. Todas ellas están excavadas en la roca de la montaña y su interior ha sido vaciado para que sirva de lugar de culto. A diferencia de las iglesias del Tigray, que son tipo cueva, con un pórtico que las conecta con el exterior, en Lalibela tienen apariencia de edificios, con sus ventanas, escaleras y techos labrados.
Parte del encanto es perderse por los túneles, cañones y pasadizos que comunican unas con otras. Aunque no se coja guía, merece la pena preguntar para encontrar la entrada al túnel del infierno, entre Bet Gabriel-Rafael y Bet Merkorios. Si se tiene la suerte de coincidir en el túnel con un grupo de peregrinos la experiencia es casi mística. Lo recorren descalzos en absoluta oscuridad durante varios minutos y cuando se divisa la luz que los saca del supuesto infierno (o prisión antigua según las guías) estallan en cánticos de alegría y oración surgiendo a la iglesia por unas escaleras como si de verdad estuvieran abandonando el inframundo.
Bet Medhane Alem es el edificio más grande, rodeado exteriormente de columnas, y con un amplio espacio interior, además de las tumbas excavadas preparadas para sepultar los cuerpos de Abraham, Jacob e Isaac si fuera necesario. También es donde se custodia la cruz de oro de Lalibela que se reproduce en toda suerte de objetos de recuerdo. El paso de los años ha obligado a que un techo metálico arruine la visión exterior pero ayude a preservar esta maravilla de la erosión de los elementos para las generaciones futuras.
Separada a modo de muralla por un trozo de montaña sin vaciar está la pequeña pero coqueta Bet Mariam, que es la que más devoción congrega en los días de Navidad. Aquí se celebra la ceremonia principal de Genna, la navidad ortodoxa etíope. Los sacerdotes venidos de todos los rincones del país la rodearán por la cresta que genera la montaña de donde se excavó y amanecerán bailando con sus bastones y sonajeros ceremoniales tras una noche entera de vigilia esperando el nacimiento de Jesús.
El colorido de las vestimentas de los sacerdotes contrasta con el blanco de las ropas de los peregrinos que han venido de los alrededores a celebrar la navidad. Algunos han recorrido hasta doscientos kilómetros a pie, con sus hatillos colgados de un bastón a la espalda, como lo han hecho durante siglos los peregrinos de todos los rincones del planeta. Los más afortunados habrán logrado encaramarse a algún camión y aliviar las últimas subidas, en las que la ilusión por llegar es capaz de moverte las agotadas piernas.
El pueblo bulle de actividad en esos días y te sientes transportado a un escenario de otra época. La gente duerme al raso sobre esterillas en el suelo. La única protección en el mejor de los casos es un toldo para el sol si hay un árbol cerca. Se cocina en hogueras por grupos y se mata el tiempo visitando los mercadillos de recuerdos y enseres de cada día que surgen donde el suelo es llano. A pesar de que el número de turistas va en aumento, se diluyen entre la multitud de locales. Entre sus túnicas y turbantes uno se siente como si fuera un extra en una película de Ben Hur en Galilea. Choca mucho encontrarse a fotógrafos locales con impresoras digitales para que uno se pueda llevar inmortalizado el recuerdo a una casa en la que probablemente no tenga electricidad.
Las iglesias están a reventar de peregrinos tirados por el suelo y resultan un poco agobiantes para visitar. Muchas mujeres prefieren alojarse en su interior para así poder ver en primera fila las celebraciones, aunque eso suponga guardar el sitio durante varios días. Los sacerdotes van calentando el ambiente a la entrada con sus bailes en fila, hombro con hombro, al ritmo de los tambores ceremoniales. Otros grupos de peregrinos no pueden contener la emoción y estallan en cánticos y ulules guturales delante de la iglesia de su santo preferido. Para aprovechar la explosión de devoción pronto algún colorido paraguas ceremonial se da la vuelta y sirve de improvisada cesta para recolectar las ofrendas de billetes que pronto empiezan a llenarlo.
Imagino que la visita fuera de los días de Genna seguirá siendo impresionante y que probablemente se podrá disfrutar de los monumentos con más paz y tranquilidad que estos días. Pero para mí el paisaje humano ha sido tan extraordinario como las iglesias. Tras pasar la noche en vela, iluminados por pequeñas y rudimentarias velas de cera naranja, el amanecer del día de Navidad es una explosión de alegría en Lalibela. Una de esas experiencias por las que merece la pena seguir viajando.
Información útil.
Cuidado con las reservas de hotel en estas fechas, pues el precio puede subir inesperadamente al presentarte frente al mostrador y no hay opción de protestar si uno quiere tener un techo decente para descansar. He visto cuadriplicarse los precios sobre la tarifa marcada.
La fecha de la fiesta es también variable, por lo que vale la pena confirmarla cada año. Aunque la navidad se celebra según el calendario ortodoxo etíope el 7 de enero, en 2016 se celebró el día 8 en Lalibela porque el patriarca etíope Abuna Matias decidió cambiarla, no sé si para estar él presente, pues me topé de frente con su séquito.
Se me ha quedado la espinita de visitar Yemrehanna Kristos, una preciosa iglesia que está a unas dos horas en coche. Si uno cuenta con su propio vehículo, no está de más planificar una visita porque tiene una pinta buenísima. Si a alguien le valen estas líneas para que no se le escape, justificado el post.