Praderas nómadas y ruta de la seda en Kirguistán.
Cuando por fin funde la nieve, los pastores suben a los prados altos (jailoos) y plantan sus yurtas para pasar el verano. Cualquiera que se acerque podrá disfrutar de la cálida hospitalidad heredada de los nómadas kirguís. Los niños salen corriendo de las tiendas para invitarte a tomar té. Si la cosa se alarga también te hacen un hueco y te puedes quedar a dormir.
Uno de los jailoos más frecuentados es el del lago Song (kol). Los más valientes acceden caminando, durmiendo en yurtas por el camino. Otros optan por dejar que sean los caballos los que hagan el trabajo. Nosotros elegimos el coche y nos comimos todo el polvo del camino. Pero una vez arriba el paisaje compensa todo el esfuerzo. Las praderas se decoran con los picos de las montañas que rodean el lago, pero no alteran la sensación de inmensidad que se transmite a los ojos del visitante.
Los prados están repletos de flores de nieve, como si fueran margaritas blancas. Las manadas de caballos, vacas y ovejas puntean el verde en las cuatro direcciones mientras nubes grises amenazan con refrescarte conforme avanza la tarde. Las distancias son difíciles de calcular por la falta de referencias, pero montado a caballo sin darte cuenta estás a los pies de las montañas con una vista de altura del lago y sus grupos de yurtas.
Ante el auge del turismo, hay ya grupos de yurtas que se montan junto al lago exclusivamente para dar alojamiento a los turistas. Cuentan con la ventaja de que alguien habla inglés y así se puede interactuar un poco más con la familia y aprender de la vida nómada. Por la mañana se separa la crema de la leche y te la sirven fresca en el desayuno, con mermeladas caseras de las bayas que tanto abundan por el país. Por la tarde se ordeñan las yeguas y si el estómago te lo permite puedes disfrutar del sabor ácido del kymys, la leche fermentada.
La vida no es fácil a estas alturas. El único combustible son los excrementos secos de los animales. Cuando la noche cae la única luz es la de las estrellas. Por suerte un armario a prueba de moscas puede hacer de nevera sin la necesidad de electricidad y mantener unos trozos de carne y pescado ahumado que aporten proteínas a la dieta. Un modo de vida que no ha cambiado en cientos de años y que todavía hoy se puede disfrutar.
El punto de acceso más fácil es el pueblo de Kochkor. Como la mayoría de pueblos kirguís se extiende a lo largo de la carretera, con calles sin asfaltar y sin iluminar perpendiculares a la carretera, en las que familias locales te alojan a falta de hotel. Las mujeres se dedican todavía a fabricar el fieltro a la manera antigua prensando la lana con agua caliente. Un par de estatuas de Lenin aún dan muestra del pasado soviético sin parecer que molesten a nadie.
Siguiendo hacia el sur se encuentra Naryn y el puerto de Torugart para cruzar a China. Por el capricho chino la burocracia para entrar al país por aquí es cara y complicada, así que sólo nos acercamos hasta Tash Rabat, un antiguo caravasar que marcaba la última etapa de la ruta de la seda antes de coronar el puerto. La localización es pintoresca y despierta la imaginación de cómo sería la escena de las caravanas preparándose para coronar el último puerto antes de llegar por fin a China.
En el camino las montañas adoptan formas y colores caprichosos. Las cúpulas de los cementerios dan la impresión de ser verdaderas ciudades de muertos, recortándose fotogénicamente contra colinas peladas. A mitad de camino de Tash Rabat se pueden visitar las ruinas de Koshoy Korgan. Al estar construido en adobe no ha tenido la misma suerte que el caravasar y hoy sólo quedan los restos de sus muros exteriores, pero las vistas de la llanura y de los cerros nevados es impresionante.
Aunque en el mapa una línea dice que hay una carretera entre Naryn y Kazarman, en realidad es poco más que un camino que sólo es transitable en verano. La única forma de cruzar por esta montañosa ruta es contratar un coche pues el transporte público es aleatorio. Por suerte un grupo de francesas quería hacer lo mismo y nos embarcamos juntos en la que ha sido la mayor paliza del viaje. Cuatro horas dando botes hasta Kazarman, disfrutando de conversación y paisaje hasta que el cansancio trajo el silencio. Al llegar es difícil creer que una población de 15000 habitantes pueda pasar la mayor parte del invierno incomunicada.
Lo que luego creíamos que serían dos horas más de viaje por una carretera decente se convirtieron en cinco, botando y rascando los bajos de otro coche que tuvimos que arrancar con cables. El puerto que se cruza está por encima de los 4000 m, pero el cuerpo ya ni siquiera estaba para disfrutar del paisaje. Una vez llegados a Jalal Abad, parece que habíamos cambiado de país. El ambiente musulmán se nota mucho más y el calor se hace pesado al haber bajado de las montañas.
El premio a la maratoniana jornada lo obtuvimos tras otra hora más de viaje llegando a Arlansbob. Allí pudimos descansar con la frescura que crea este microclima de 22000 hectareas de bosque natural de castaños bajo unos imponentes picos calizos. El agua cristalina corre por todos los rincones refrescando el ambiente. Cuesta imaginar al empezar a remontar el río por un valle seco y duro que un poco más arriba puede haber un vergel tan ajeno a la llanura.
Sería como un mundo secreto de no ser porque los locales vienen aquí a escapar del calor del verano. Eran los días de fiesta del fin del ramadán y la actividad era frenética. Las caminatas a cascadas y al bosque estaban repletas de familias que miraban con extrañeza que unos europeos caminaran pudiendo ir en coche. En algunos rincones el paisaje me recordaba al Pirineo.
Las fronteras en esta parte del mundo son caprichosas. Cierran los fines de semana, y además los tres días de Aid el Fitri, la fiesta del fin de ramadán, así que tuvimos que dejar pasar los días en Osh, ciudad que estaba muerta por las fiestas. Por suerte Patricia y Alberto, a los que habíamos conocido en Bishkek estaban por la ciudad y pudimos intercambiarnos las vivencias del país.
Subimos hasta el pueblo de Sary Tash para cruzar al día siguiente la frontera en autostop en un autobús cargado de mercancía por todos los rincones imaginables. En las curvas las sandías salían rodando debajo de los asientos que los jóvenes todavía ceden a los ancianos que se montan. Tuvimos que declinar las invitaciones de ir a pasar la noche a yurtas que nos hicieron los compañeros de viaje, en el que sólo al bajar me di cuenta de que con nosotros iban 10 bebés sin hacer ningún ruido.
Las nubes cubrían las cumbres al llegar a Sary Tash, y los 3600 m de altura trajeron en frío intenso a nuestro último día en Kirguistán. Al despertar, una tormenta que alternaba granizo con relámpagos hizo replantearnos el cruce por el puerto de Irkeshtam. Hacer autostop no era una buena idea, y no hay transporte público. Pero la diosa fortuna siguió acompañándonos y un grupo de alemanes que viajaban en camión-bus se ofreció a llevarnos hasta el puesto fronterizo a través de una carretera que amaneció nevada en pleno verano.
Las vistas de la parte alta del puerto estuvieron cubiertas por las nubes, pero al menos pudimos llegar a tiempo de cruzar, pues con las diferencias horarias entre China y Kirguistán y sus paradas a comer, cada uno en su horario, y cerrando la frontera por supuesto, el intervalo en que ambas fronteras están abiertas es muy limitado. Además en la parte china la frontera donde te sellan el pasaporte (y te revisan el equipaje y equipos electrónicos a conciencia) se encuentra a 140 km del puesto avanzado y no se puede ir por libre. Y los supuestos taxis oficiales que te llevan previo pago tampoco aparecían.
Los alemanes se ofrecieron nuevamente a llevarnos, pero estaban pendientes de que dejaran entrar a su guía uigur para recogerlos, y confirmar si se podía llegar a Kashgar debido a los incidentes recientes. Rumores sin confirmar (en esta parte de China no funciona google, ni Hotmail, ni gmail ni facebook) hablaban de 200 muertos en los días pasados y del apuñalamiento del imam de la mezquita de Kashgar. De hecho, sea por los horarios caprichosos o por cuestiones políticas, no vimos cruzar a nadie más en ese día, y la cola de camiones esperando era larga.
Al final todo se solucionó y los alemanes nos llevaron hasta Kashgar, disfrutando de las formaciones rocosas de la parte baja del paso, peladas de vegetación pero impresionantes. No íbamos en las antiguas caravanas pero habíamos coronado el puerto con nuestra pequeña carga en la mochila. Ahora se abría delante de nosotros el último capítulo de la ruta de la seda. Ya estábamos en China.
Qué bonitas fotos y qué bonito relato!
Nos gustaría ir a Kirguistán el próximo verano. Acabo de empezar a buscar información y la verdad estoy un poco perdida….Deduzco por lo que cuentas que no puedes pasar con coche alquilado a China. Pero ¿se puede circular sin problemas por Kirguistán o hay lugares a los que tienes que ir en transporte público u otro medio?
Nuestra idea es alquilar un coche y recorrer por nuestra cuenta…
Un saludo!!
Se puede recorrer en coche de alquiler sin problema. Si te vas a salir de las carreteras principales, necesitas un coche alto. Yo prefiero el transporte público porque te acerca a la gente local. Lo de pasar a China lo desconozco.
Te encantará, ya verás