Entre Yazd y Shiraz.
Muy temprano en la mañana tomamos un bus desde Isfahan a Yazd. Cinco horas de recorrido, en un comodísimo autobús a un precio de risa. Una vez, en la antiquísima ciudad, nos dirigimos al centro para buscar nuestro pintoresco alojamiento. Esta vez nos permitimos un lujo, de esos que son posibles en países tan económicos como Irán; el edificio era una antigua casa convertida en un encantador hotel, manteniendo la esencia en cada rincón.
Una vez mas nos encontramos con una ciudad casi desierta, bazares cerrados y poco ambiente, pero con mucho para ver y disfrutar. Gracias a su difícil acceso, durante la época de batallas por la invasión de Gengis Khan y los consiguientes saqueos de guerra, la ciudad se mantuvo protegida, así que pasear por sus callecitas estrechas nos transporta un poco al pasado. Además de minaretes y hermosas cúpulas, muy características de la arquitectura musulmana, se pueden apreciar por doquier, las torres de viento, para mantener frescas las casas y los qanat, que son estructuras utilizadas para aprovechar las aguas subterráneas para irrigación.
Los iraníes en general son chiitas, una de las dos ramas del islamismo, conocida o al menos así nos la dan a conocer, como fanática y escandalosa debido a la celebración anual de procesiones con penitentes que se golpean hasta que la sangre brota de sus pechos, mientras claman el nombre de su difunto, asesinado en el año 680 dela Hégira.Curiosamente, al preguntarle a varios locales por esta conmemoración, sus respuestas demostraban poco interés y en ocasiones nos hablaban de manera personal, lo absurdo que les parecía.
Para transportarnos desde Yazd hasta Shiraz, compartimos con una pareja de franceses, un coche con chofer, ya que nuestra idea, era durante el camino hacer varias visitas. Empezamos por una de las torres del silencio, que se encuentra a las afueras de la ciudad. Esta antigua estructura, era el sitio donde los seguidores de la religión mazdeista dejaban a sus familiares muertos para que los buitres los consumieran, ya que ellos consideraban contaminantes los enterramientos. Este ritual podía tardarse días, por lo cual los familiares se alojaban en caravanserais a los pies del montículo donde se encontraba la torre.
El paisaje pese a ser desértico y algo monótono, es agradable, además tuvimos mucha suerte con nuestro conductor, parlanchín y amable a quien le encantaba su trabajo. Tras horas en carretera echamos un vistazo desde lejos a la tumba de Ciro, el cual representa uno de los modelos de enterramiento de la dinastía aqueménida, en forma de edículo o edificio pequeño, muy diferente a las que se encuentran en la pared rocosa de Naqsh-e Rostam donde se pueden admirar las tumbas reales de conocidos reyes como Dario I, Jerjes I y Artajerjes I. No solo impresiona la altura en la que se están las fachadas talladas de cada monarca, si no los detallados bajorrelieves.
Quizás, el sitio turístico más conocido del país sea Persépolis, y su fama la debe gracias a la importancia que tenía este inmenso complejo a partir de509 a.C, y las impresionantes ruinas que se pueden visitar. Curiosamente, se dice que su construcción no se realizó con mano de obra esclava, sino con obreros provenientes de todo el imperio. Un elemento repetitivo en toda la construcción, son los bajos relieves, que nos muestran innumerables desfiles de personajes de todos los pueblos del imperio, con características propias que los diferencian entre otros. Durante poco más de un siglo fue el centro de reunión para la celebración del Nowruz o año nuevo persa, donde súbditos de todos los rincones se presentaban ante el soberano con obsequios típicos de su zona. Al no ser una construcción fortificada, con poca dificultad fue tomada por Alejandro Magno y su ejército en el331 a.C; tras saquearla y destruirla la manda incendiar. Algunos historiadores sostienen que esto se debió a una venganza por el asalto de Atenas por Jerjes I.