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Retorno al sudeste asiático

Retorno al sudeste asiático

Una cámara de infrarrojos mide la temperatura de todos los viajeros que llegan al aeropuerto por si alguno quisiera traerse una enfermedad no deseada. En el control de pasaportes te escanean las huellas digitales de los dedos y te hacen una foto para verificar que eres tú y no una reencarnación. Es como si, tras salir de Sri Lanka, se viajara en el tiempo hacia adelante. Bienvenido a Malasia. La espiritualidad del subcontinente indio deja paso a los rascacielos donde residen “los mercados” y a ras de calle se abren tiendas y tiendas para evitar que caigas en el mayor pecado: no comprar.

Kuala Lumpur colonial y moderno

Con la intención de que la transición no se hiciera tan dura, Meliá nos ofreció una de sus habitaciones para sentirnos como en casa. Tras dos meses por India se agradece un baño en bañera y salir envuelto en tu albornoz a una habitación amplia, limpia y con todas las comodidades. Además el hotel está muy bien situado: delante de la parada del skytrain, para ir a hacer turismo, en la calle paralela a una zona de terrazas y bares con música en directo para entretener las noches, y enfrente de uno de los mayores centros comerciales de Kuala Lumpur.

Meliá Kuala Lumpur, nuestra casa lejos de casa

Veníamos de India, referente de espiritualidad, y un país donde las ofrendas (pujas) forman parte de la cotidianidad. En el sudeste asiático se han sustituido algunos de los elementos, pero se siguen haciendo ofrendas a la nueva religión, el consumismo. Primero se obtiene el objeto a ofrecer en el cajero automático, luego se elige la marca del dios al que se le va a ofrecer, y la dependienta-sacerdotisa te da un objeto a cambio que te llevas a casa, con la sonrisa del deber cotidiano cumplido, mientras abandonas el verdadero nuevo templo de la modernidad, el centro comercial.

Y el que teníamos enfrente era uno gigantesco. La lógica interior era un poco caótica, pues todos los tipos de tiendas estaban entremezclados, y no había zonas específicas de ocio o comida, lo que te obligaba a recorrerlo entero para encontrar algo, buena jugada. Lo que más me sorprendió es que parte de alguna de sus plantas eran un parque temático, y el temblor que me asustó al entrar, y que se repetía cada rato, no era otra cosa que una gigantesca montaña rusa en la que los atrevidos podían ver el centro comercial cabeza abajo.

Cuando hace ocho años llegué a Malasia ya me sorprendió cómo la temática navideña inundaba todos los rincones, aunque ninguna de las tres religiones mayoritarias sea la cristiana. Mandaba el consumismo. Y recordaba el árbol de navidad de siete pisos de las torres Petronas. Volví a ver si estaba, pero ahora había cuatro, más pequeños. Es curioso volver a los sitios a los que has viajado antes. Ya no partes de cero, si no que tienes una imagen previa que te condiciona. Por eso los templos y edificios de Chinatown o Little India no me llamaron la atención como la primera vez. Sí que me sorprendió ver cómo los jóvenes sucumben aquí a las tendencias de la moda, con pelos teñidos de rubio y de formas imposibles, o llevando monturas de gafas sin cristales. Lo que no ha cambiado es la diversidad culinaria. La mezcla de las culturas malaya, china e india hace que Kuala Lumpur sea uno de los mejores sitios de Asia para comer.

Torres Petronas

Pasé las navidades de 2003 en Koh Phi Phi, justo un año antes del fatídico tsunami. Me apetecía volver y ver cómo estaban las cosas. Mi amigo Alex andaba por allí, así que cogimos el tren cama nocturno y amanecimos en Tailandia. Tras tantas noches en trenes indios, éste era un verdadero lujo, aunque tengas que dormir con el equipaje en la cama. Eso los indios lo tienen mejor resuelto, pues lo puedes candar debajo de las camas. Al bajar del bote se volvió a repetir la escena ya olvidada de viajes anteriores. Una multitud de agentes intentan localizar a sus clientes con reserva, mientras con el rabillo del ojo estudian a los que parecen venir por libre para llevarlos a sus hoteles. Para los que intentamos llegar por nuestra cuenta a los alojamientos, cuesta atravesar esa marabunta.

Wat Ratchabopit, Bangkok

El panorama que me encontré en Phi Phi volvía a competir con los recuerdos de cuando pasé por aquí en la primera vuelta al mundo. Me pareció que ahora había más gente, sobre todo chinos, y que los precios habían subido bastante. Las cabañas de bambú y palma de Long Beach en las que me alojé entonces se habían convertido ahora había un resort de lujo. Probablemente se las habría llevado el tsunami, y con él el espíritu mochilero que las acompañaba.

Playita en Koh Phi Phi Don

Lo que no ha cambiado es la fiesta nocturna. Al irse el sol la playa se llena de bares con los correspondientes malabaristas de fuego, y los turistas se abandonan a los elixires de los cubiletes de bebida. Para no quedar fuera del circuito festivo se han inventado la fiesta de la media luna, con lo que tienen motivo para celebrar a lo grande dos veces al mes, frente a la única ocasión de la luna llena de Koh Phangan. Listos ellos.

Fiesta de la media  luna en Koh Phi Phi

Con esto del cambio climático, lo que se supone que era la época seca se tradujo en días nublados y más lluvia de la que a uno le apetece soportar cuando está en la playa. Para echar más leña al fuego, una leve infección de oído me impedía meter la cabeza en el agua, con lo que el tubo y las gafas de bucear no salieron de la maleta, y no pude comprobar si los peces de colores seguían allí o se los llevó el tsunami. Me cuestionaba si era acertado eso de volver a recorrer los lugares del otro viaje, pues lo que en el recuerdo eran lugares preciosos podían dejar de serlo o coger nuevos matices no tan ideales. Pero cuando esperaba que Adriana volviera de la excursión a Phi Phi Leh, viendo llegar los cientos de turistas que desembarcan en cada ferry, salió el sol y se me borró de un plumazo la más mínima duda. Las miradas de satisfacción y de sorpresa de los recién llegados me animaron. No pasa nada con volver, lo que pasa es que te apetece hacer otras cosas, o ir a otro ritmo. No puedes esperar repetir lo vivido.

Koh Phi Phi, nublado

Para ir a Bangkok cogimos el típico billete combinado de ferry y bus para turistas que te deja en la zona de Khao San. El barco es común para turistas y locales, y allí vi cómo a un niño que se peleaba con su hermano y su abuela acabaron atándolo a una barra. Nadie dijo nada, aunque para los occidentales la visión nos ponía los ojos como platos. Khao San Road no es el mejor sitio para conocer la cultura tailandesa, pero desde luego es conveniente para muchas cosas, si te sabes mantener al margen de los timadores y buscavidas. De momento había señales de que en el bus me intentaron abrir la mochila que iba en el compartimento de equipaje.

Bangkok

Esta vez no hice ninguna visita turística. Me limité a conseguir los visados de Myanmar y a pasear sin rumbo por mercadillos y calles secundarias. Entré a templos de segunda división, donde los tailandeses hacen sus ofrendas diarias a esa mezcla tan peculiar de hinduismo y budismo que practican. Ni siquiera fui en tuk-tuk, aunque estuve tentado a montarme en uno de los taxis rosas que dan color a las calles. Prefería disfrutar con el bamboleo del barco-bus que va por el río.

Mercado nocturno en Chinatown, Bangkok

Las calles de Bangkok todavía muestran los rastros de la inundación de las pasadas lluvias. Los sacos sin retirar dejan imaginar las trincheras de una lucha para evitar sucumbir a los destrozos del agua. En la parte norte aún hay calles inundadas, aunque la normalidad parece recobrarse poco a poco. En medio de lo que parece un paisaje de trincheras, sorprende ver los altares erigidos por el cumpleaños del rey, tan pulcros e iluminados, como si estuviera al margen de lo terrenal. Bueno, al fin y al cabo ellos lo consideran un dios.

Detalle de templo chino

 

admin

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