Kerala, la despedida de India
Kerala es un descanso para el viajero comparado con la India del norte. Las carreteras no son malas, la gente hace filas para sacar billetes sin colarse, y hasta hay papeleras, aunque encadenadas para que no le salgan patas. Las palmeras son las protagonistas del paisaje, de un verde exuberante, junto con los canales y las playas. Un buen lugar para poner fin a nuestro periplo indio.
Cochín, el primer asentamiento europeo en india, te transporta todavía a la época colonial, cuando era un puerto clave en el comercio de especias. Hoy aún se pueden ver algunos almacenes con los sacos a granel en el barrio judío de Matancherry, aunque la mayoría de los edificios se dedican a tiendas de recuerdos o se han convertido en hoteles boutique. Aun con todo es un sitio en el que se puede pasear agradablemente, tan solo molestado por los conductores de tuktuk, ansiosos por montar al turista. En la orilla todavía están en uso un buen número de redes chinas, y es una gozada sentarte a verlas funcionar, con el grupo de “pescadores” levantando la red a modo de colador, corriendo luego a recoger los peces atrapados, tal y como se hacía desde hace siglos.
Entre los sitios a visitar, un par de edificios me sorprendieron. La mezquita Pardesi, fundada en el 1568, está prácticamente igual que hace cien años, anclada en el tiempo. La iglesia de San Francisco, cuya primera versión era de 1503, todavía conserva los abanicos oscilantes colgados del techo que algún pobre tendría que mover, asándose, desde fuera de la iglesia. En un lateral está la lápida de la primera tumba de Vasco de Gama, antes de que se lo llevaran a descansar definitivamente a Portugal. El pobre hombre, tras una vida ajetreada de viajes y descubrimientos, llegó como virrey a la India Portuguesa el 23 de septiembre de 1524. Intentó poner un poco de orden en los ya corruptos oficiales que por allí andaban, y eso le generó un estrés que se lo llevó por delante apenas dos meses después, sin llegar a navidad. Vaya final para el descubridor de la ruta marítima a la India.
Uno de los atractivos de Kerala es contemplar la vida en los canales que recorren gran parte del estado. La gente vive junto al agua, que es su fuente de sustento, y en algunos casos diría que bajo el nivel del agua, pues hay muros de contención y bombas que drenan el agua para que el terreno esté seco. Los barcos-buses hacen el mismo papel que los autobuses en las ciudades, y son una buena manera de recorrer la zona sin gastarte el dineral que cuestan las casas-bote turísticas, en las que ves desplazarse a las parejas de recién casados con su comedor al aire libre y su pantalla de televisión plana. Nosotros compramos comida para llevar, y me tomé el mejor Navratan Korma de toda la India sentado en mi banquito de madera del barco-bus en las casi tres horas que duró el trayecto entre Kottayam y Allepey.
Para visitar los canales más pequeños hay que entrar con canoa, en lo que podría ser casi como una excursión en góndola por los cantos del remero. Te detienes para ver cómo todavía la gente fabrica cuerdas con las fibras de coco, o construye barcas juntando los trozos de madera con cuerdas y sellándolos con betún. También te permite disfrutar más de la naturaleza y ver animales. Las águilas pescadoras nos observaban desde los árboles, y el martín pescador nos daba exhibiciones de caídas en picado y buceo. Este peculiar pájaro, que aquí tiene unos colores mucho más brillantes que en España, es el símbolo de una curiosa compañía que además de vender agua y, cerveza, tiene una línea aérea de bajo coste.
Continuando nuestro periplo hacia la punta de India llegamos a la playa de Varkala, enmarcada por un escarpado acantilado, y que es sagrada para los hindús. En la orilla hacen sus ritos y ofrendas, por lo que el oleaje, además de espuma, trae flores a la orilla. Para algunos turistas también tiene su punto místico, pues al amanecer está llena de gente haciendo yoga. Para nosotros se convirtió en un imán que nos hizo olvidar los otros sitios que queríamos visitar más al sur, quedándonos aquí todos los días que habíamos reservado para las playas. Es un sitio muy agradable, con los cafés y restaurantes asomados al borde del acantilado, desde los que divisar las barcas rodeando con sus redes los peces que luego cenamos a la brasa, o los intrépidos pescadores que salen en tres troncos atados con cuerdas jugándose el tipo con las olas a la puesta del sol.
Las letras de las canciones de Franco Batiato son una amalgama de nombres, hechos y lugares, muchos indescifrables para la mayoría de los mortales que los repetimos sin saber qué son. De vez en cuando uno se tropieza por casualidad con alguno y entonces cobran sentido. En una habla de los tambores del Kathakali y en Kerala le puse por fin cara a la palabreja. El Kathakali es una danza local, en la que los bailarines se maquillan con pigmentos minerales mezclados con aceite de coco para destacar los gestos con los que ponen el sentimiento a las acciones de las historias que narra el cantante sobre el único sonido del tambor. El resultado es vistoso, aunque para un ratico no más.
Cuando pudimos escapar del encanto de Varkala fuimos a Kanyakumari, la ciudad en la punta misma de India. No sé por qué todos los “finis terrae” ejercen esta atracción tan particular, pero está visto que en India también pasa. Allí se levanta el memorial en el que descansaron parte de las cenizas de Gandhi antes de ser sumergidas en el océano, en el punto en que dicen confluyen tres mares. Acompañados de cientos de indios -como es de rigor- vi el último atardecer sobre el cabo Comorín, mientras las olas bañaban el lingam de la playa. Con el sol que se ocultaba se acababan casi dos meses de viaje. En la punta sur terminaba un recorrido que empezó en el punto más al norte de India, en Ladakh. Los recuerdos de los lugares y la gente que he conocido se agolpaban en la memoria en esos momentos, como queriendo destacarse sobre los otros.
Para ponerle la guinda al periplo indio, cruzamos a Sri Lanka en ferry. Tras el fin del conflicto bélico, hace sólo unos meses que se ha inaugurado la línea que une Tuticorín con Colombo, con el Scotia Prince. Es una excelente y barata forma de saltar del sur de India a la isla de las especias. El viaje es por la noche y duermes cómodamente en camarote. Además te dan de cenar y desayunar, y llegas al centro de Colombo como lo hacían los antiguos viajeros coloniales.
Las luces de la costa de India se alejaban en la noche mientras observaba una escena que se repite desde hace siglos, inmutable. Un grupo de musulmanes buscaba con ansiedad la dirección a Meca para cumplir con la oración. El más anciano utilizaba la brújula, pero la dirección que marcaba no le gustaba a otro con la barba teñida de naranja que se fijaba en las estrellas, dado que el metal del barco podía confundir el imán de la brújula. La discusión la zanjó de un plumazo un chaval joven. Conectó su teléfono a una aplicación, y una flechita digital indicó la dirección para orar. ¿Quién dijo que los musulmanes no se modernizan?