Melbourne, “no worries, mate»
Australia era uno de los puntos importantes del viaje, una de las razones de la vuelta al mundo. Para viajar por este continente se necesita tiempo (y dinero) y no se puede hacer en unas vacaciones de tres semanas. Aunque uno vea una “isla” en el mapa, las distancias son tremendas, y el venir hasta aquí son muchas horas de avión. Por eso estaba en la lista de viajes pendientes desde hace tiempo, y ahora le llegaba la hora. Y qué destino mejor para una vuelta al mundo que pasar por las antípodas, por el otro lado del mundo.
Todo viaje largo necesita un lugar de descanso para reponer energías. A mitad de viaje, la casa de María en Melbourne fue nuestra casa lejos de casa. Por unos días no tuve que preocuparme de buscar dónde dormir o qué ver o para dónde ir. Simplemente buena comida, agradable compañía y vida casera, cortando el césped o fumigando las arañas. Las barbacoas de canguro en el jardín o los picnics al aire libre fueron la introducción perfecta a la vida cotidiana en este joven país.
Cuesta creer que tras la apariencia moderna, Melbourne no tenga ni 200 años de historia. Sus fundadores llegaron desde Tasmania en 1835 y el boom del oro la hizo crecer rápidamente, con una constante necesidad de inmigrantes, lo que ha forjado un carácter de ciudad multicultural. La televisión es una muestra de ello. Por la mañana se suceden los informativos de las cadenas europeas (así pude ver el telediario mientras desayunaba) y por las noches se programan películas en versión original de variopintos países. Por la calle puedes oír cualquier idioma. De ahí me surge la pregunta que he repetido sin encontrar respuesta. ¿Qué es ser australiano?
No sé si será por esa mezcla, pero el carácter de la gente es amable y desenfadado. Todo es “no worries” (no te preocupes). Un día al montar al bus el conductor no tenía cambio para devolverme. Una sonrisa, un ”no worries”, y me hizo pasar sin pagar. Lo mismo en el aeropuerto. En la aduana hay un chequeo minucioso de los equipajes, pues se toman es serio lo de importar productos vegetales, o incluso traer tierra en los zapatos. Pero el oficial parecía un amigo de toda la vida más que el frío agente de la autoridad que me he encontrado en otros países.
Como gran metrópoli que es, la ciudad tiene muchas caras. Cada barrio tiene su personalidad, con sus cafés más bohemios o más a la última moda. Alrededor del Río Yarra se concentran los rascacielos de la ciudad de negocios, alternados con los edificios históricos, y multitud de bares que la llenan de vida hasta tarde. Como rincón para perderme me quedaría con el Royal Botanic Garden, un pedazo del paraíso dentro de una gran ciudad. Como corazón de la ciudad elegiría la parte exterior del mercado Queen Victoria, donde los vendedores todavía bocean los precios de los productos con los acentos más variados que uno podría pensar.
En estos días también tuve que superar la fase de adaptación a los precios. El dólar australiano casi se ha duplicado respecto al euro en los últimos tres años, por lo que todo es carísimo. El litro de agua mineral cuesta más caro que la gasolina, que tampoco es barata. Los precios de los alojamientos parecen prohibitivos tras venir del sudeste asiático. Así que tras la experiencia de Tasmania decidimos alquilar otra furgoneta y recorrer con ella el país, durmiendo y comiendo en ella. Otra dimensión para el viaje.
En 1919 se inició la construcción de la “Great Ocean Road”, una carretera que recorría la costa hacia el oeste de Melbourne. Por un lado se comunicaban por tierra comunidades que dependían del suministro por mar, en una época en la que los naufragios eran noticia habitual. Por otro lado se abría la costa al turismo. Desde que se inauguró el primer tramo en 1923, la afluencia de viajeros no ha parado. Los acantilados dorados verticales y las playas encajonadas batidas por el oleaje dan unas fotografías espectaculares. De todas las zonas, la más famosa es la de los 12 apóstoles, aunque hay otras zonas menos visitadas e igualmente preciosas. Me encantó la zona de Bay of Islands, a la que un día gris le dio un matiz bucólico especial.
Los entrantes y salientes de la costa deben dar una vista aérea inolvidable para los que dispongan de presupuesto. En cada esquina hay avionetas y helicópteros esperando a los clientes. El resto de los mortales nos tenemos que conformar con pasear a los miradores y disfrutar de las maravillas de la erosión marina: arcos, cuevas, islotes, calas de película… lástima que el mar esté tan frío. Tras visitar el cementerio del naufragio del Loch Ard, me preguntaba paseando por una de esas playas perdidas cuántos náufragos habrían llegado vivos a tierra, pero se habrían quedado atrapados en playas rodeadas de acantilados inescalables, esperando que alguien los localizara.
En los tramos interiores de la carretera abundan los animales. Tuve mi primer cara a cara con los koalas en Keneth River. Más bien debería decir que yo les miraba la cara mientras dormían, pues se pasan 19 horas al día “descansando” y se activan por la noche. El emú y las primeras manadas de canguros saltando las vi en Tower Hill, una reserva natural dentro de un antiguo cráter. La abundancia de animales me recordó al Ngoro Ngoro de Tanzania. El colorido de cotorras, cacatúas y otras especies de las que no sé el nombre te acompaña a cada momento. Es como si aquí todavía el hombre no se hubiera cargado la naturaleza. Y en cierto modo es así, con sus cosas malas también: hay varias especies de arañas y de serpientes venenosas mortales, y encontrarte con ellas no es raro.
Antes de volver a Melbourne visitamos las montañas Grampians, un parque natural con unos paisajes de postal. Los eucaliptos que recubren las montañas dan el mismo efecto visual que los pinos vistos en la distancia, por lo que algunos rincones me recordaban al Maestrazgo, aunque los valles son mucho más anchos y la ausencia humana se nota mucho más. Una vez que te pones a caminar es completamente distinto, empezando por el aroma, y siguiendo porque no conoces casi ninguna planta, algunas de unas flores imposibles. Los trozos de corteza desgarrada de los eucaliptos me dieron más de una vez el susto de creer que era una serpiente, cosa que no pasa con los pinos. De los paseos me quedo con la cascada Mackenzie y el mirador Pinacle. También hay algunos refugios con pinturas aborígenes, que dejan constancia de que el hombre sí habitó estos lugares, pero supo encontrar el equilibrio con la naturaleza y no destruirla en su día a día, cosa que la cultura europea invasora mandó al traste en menos de 200 años.
Tras volver a Melbourne nos pusimos en marcha recorriendo la costa hacia el Este, con destino Brisbane donde debíamos entregar la furgoneta. No había planes establecidos, simplemente avanzar poco a poco parando donde nos gustara, y durmiendo donde se pudiera acampar. La única limitación era que el agua estaba helada, impidiendo disfrutar de baños en playas salvajes y solitarias. De la sucesión de playas y parques naturales, el que más me gustó fue el Promontorio Wilson, con unas playas sorprendentemente blancas, sin ser de origen coralino, encajadas entre el verde de la vegetación y el azul-turquesa del mar. Conforme me alejaba de Melbourne las poblaciones se hacían más pequeñas, y las playas más solitarias. Qué difícil es encontrar sitios así en Europa, y cuánto abundan aquí.
Algunos pueblos tienen monumentos históricos, que los mapas turísticos señalan eficientemente. En Bairnsdale hay una iglesia con pinturas en el interior, con un cierto aire renacentista. Al visitarla, la calidad de las pinturas no es nada especial, pero sí es cierto que es diferente a lo que se da por aquí. Un italiano se encargó de su decoración en 1929, o sea, casi ayer. En Longford todavía opera los fines de semana un viejo puente giratorio que permitía a los barcos seguir remontando el río cuando se abría. Junto al puente había un anciano con ganas de hablar. Me contó la historia de que su padre le contaba cómo lo vio construir, sustituyendo la barcaza que cruzaba el río hasta entonces. Y cómo él, “in the old days” venía de niño a verlo girar cuando el convicto destinado en tan inhóspito lugar accionaba el mecanismo. Casi nada. Me acababa de contar una historia que abarca la mitad de la vida de este país.
Bellísimas fotos, nos vemos en Calanda para la próxima exposición?¿? jejeje hay mucho que mostrar 😛
Bes♥s
Me seduce ese continente. Cuando estudiaba la carrera y había en España poco trabajo pensé seriamente que me acabaría yendo a Australia a «colonizar» el continente.
Me encanta que la gente sea amable. Requisito número uno para elegir un lugar como residencia