Riga
Finalmente decido cruzar a Riga. La otra opción era Tallin, pero el recuerdo de los 900 muertos cuando el Estonia se hundió en el 94 haciendo ese recorrido me hacen decidirme por la capital Letona. Durante más de dos horas el Baltic Kristina juega al escondite con otros 4 barcos a través de los canales del archipiélago hasta llegar a mar abierto. Cuando el piloto del puerto abandonó el barco recibió una merecida oleada de aplausos. Para acabar de poner aliciente a la escena, Estocolmo nos despedía llorando, con nubes negras recortadas por arcoiris perfectamente semicirculares y pasando por casas solitarias en islas perdidas. Vaya última imagen de Suecia.
El barco es como un mini crucero, con barbacoa en popa (eso sí, con jersey), sauna y miniorquestas en el salón de baile que parecían de los años sesenta, tanto por el look, como por las canciones de playa que tocaban. Incluso el «Que viva España». Sólo faltaba la tuna, que no sé por qué, aparecía en el folleto del barco en la parte de «entretenimiento» con foto incluida. Mi camarote estaba en la primera cubierta, es decir, bajo el nivel de flotación. Si pasaba algo no lo contaba y, por si fuera poco, me quedé colgado en el ascensor al bajar con la maleta»¦ vaya premonición.
Pero por la mañana seguíamos a flote, y además nos esperaba la salida de la regata Cutty Sark de grandes veleros. Todo un espectáculo verlos desplegar las velas, que hizo que ni nos acordáramos de las horas de retraso. Por cierto esa noche adelanté en el reloj la primera hora por viajar hacia el este.
Riga es desde hace 800 años un puesto comercial codiciado. El puerto, metido un poco en el Río Daugava, está a rebosar de madera para exportar, y apenas están desmontando los servicios auxiliares de la regata. La verdad es que la ciudad se ha quedado con el ritmo acelerado aún después de irse los barcos. Un montón de turistas invaden las terrazas que llenan las calles del centro histórico, protegido del tráfico por barreras que impiden el paso a los coches de no residentes. Las calles adoquinadas y los edificios de influencia alemana le dan un toque de encanto, con la casa de los cabezas negras como lugar más fotogénico.
La parte histórica es compacta, pero está llena de recovecos para perderse, parques para enamorarse y tiendas para vaciar la visa. Buscando donde remendar un pantalón termino en la iglesia A. Nevska en medio de un rito ortodoxo. No entiendo nada, pero la procesión alrededor del recinto, los cantos, las velas y las vestimentas de los sacerdotes con sus barbas parece que te elevan.
Otro día me voy para las afueras, a ver el museo etnográfico. Por estos países no es raro encontrarte con este tipo de recintos, a los que traen edificios de distintas partes del país, y los rellenan con paisanos vestidos de traje regional, dando un conjunto cuando menos pintoresco. A mí me encanta pasarme el rato imaginándome como sería la vida en esas condiciones, analizando los mecanismos de un molino de 5 niveles, o sintiéndome uno más de los habitantes de una granja en la zona costera Letona. Es como un viaje en el tiempo mientras te das un paseo por el bosque, y para reponer fuerzas nada mejor que una estupenda comida casera en lo que era una fonda de 1841.
Más de la mitad de los turistas son varones italianos con aire de ir de «caza». No es el caso de Ales y Paco, pero igual les dio. Después de haber estado bailando en un bar, decidimos echar la última en una de las discotecas para turistas. El ambiente estaba un poco espeso y los dejé allí. Al día siguiente al ir a buscarlos al hotel estaba la policía. A Paco le habían echado narcótico a la bebida y lo habían limpiado. Así que nos pasamos la tarde intentando recomponer los hechos que habían pasado entre la traductora, un policía, el jefe de seguridad del hotel, el vídeo, la taxista»¦ para poder poner la denuncia en la comisaría. Vaya sitio. Qué miedo si tuviera que ir allí detenido o contra mi voluntad. Oscuro, destartalado, con trajín de tipos esposados. Nadie habla. No puedes evitar que te venga a la cabeza rápidamente la escena de una película del KGB con el sonido de unos golpes surgiendo del fondo de algún pasillo al abrirse una puerta que deja salir un breve resplandor»¦ Pocas veces he sentido tanto gusto al salir a la calle.