Monte Athos, un viaje en el tiempo
Hace tiempo que me di cuenta que una de las cosas que me mueve a elegir el destino de un viaje es intentar ver con mis ojos cómo era la vida en el pasado. Cuesta encontrar lugares anclados en el tiempo, en los que se viva sin la vorágine del mundo moderno. Generalmente están en rincones remotos y el aislamiento los ha preservado. Pero cuando descubres que en el siglo XXI, en plena Europa, al norte de Grecia, hay uno de estos lugares, la curiosidad te empuja a visitarlo sin dilación.
El Monte Athos, también conocido como Agion Oros es una de esas islas en el tiempo. La presencia continuada de comunidades monásticas ha querido que en la parte oriental de la península Calcídica, el avance del mundo exterior se haya quedado fuera. A pesar de estar en territorio griego, el Estado Monástico Autónomo de la Montaña Sagrada, nombre oficial de esta península, tiene un estatus especial, ajeno al tratado de Schengen. Sólo 110 peregrinos ortodoxos y 10 no ortodoxos pueden obtener cada día el permiso para entrar, el preciado Diamonitirion.
El control de entrada es aún más férreo para el género femenino. Las mujeres han tenido vetada la entrada desde siempre. Aunque aquí, como en el mundo moderno, los contactos siempre ayudan. Cuentan las crónicas que en el siglo XIV, Helena de Bulgaria, esposa del emperador de Serbia, pudo entrar sin problemas para refugiarse de la peste que asolaba su país. Eso sí, nunca puso el pié en la península, pues era transportada todo el tiempo en palanquín.
La última mujer que intentó entrar vestida de hombre, Maria Poimenidou, acabó motivando que en los años 50 se aprobara una ley en el parlamento griego por la que la entrada de una mujer conllevaba una pena de 12 meses de cárcel. Por raro que parezca, la prohibición se extiende también a los animales domésticos, a excepción de las gatas (¿será porque cazan ratones?). Según se rumorea, en un alarde de modernidad, se está estudiando permitir gallinas, por el aporte a la dieta que suponen sus huevos. Y es que las cosas cambian lentamente en el monte Athos. En algún monasterio incluso llegué a ver señal de wifi. Codificada, eso sí.
Y por eso me animé a comenzar los preparativos para la visita. Para verlo antes de que cambie. Para experimentar cómo pudo ser la vida monástica que durante varios siglos protagonizó la economía europea. Para viajar por primitivos caminos de herradura entre monasterios que cierran sus puertas amuralladas por la noche. Para ser acogido como peregrino venido de lejos, y encontrar cobijo como sucedía en el camino de Santiago antes de que se convirtiera en lo que hoy es. Y para disfrutar de unos paisajes salvajes y de unas vistas inolvidables de estos impresionantes monasterios-fortalezas.
Según la tradición cristiana, la Virgen María y San Juan iban a Chipre a visitar a Lázaro cuando una tormenta les obligó a buscar refugio en la costa, cerca de donde hoy se levanta el monasterio de Iviron. Admirada de la belleza, la Virgen le pidió a Dios que le diera la montaña como regalo, y Dios se lo concedió. Desde entonces se le conoce como el Jardín de la Virgen María. Hay constancia de que desde el siglo IV dC ha habido presencia de monjes en la península. Y los monjes llevan más de 1500 años dedicados a la vida contemplativa y ascética desde entonces.
La llegada de Atanasio el Atonita en el siglo X supuso una transformación en la vida ascética individual que llevaban los monjes. En 958, con la ayuda del emperador Niceforo II Focas, comenzó la construcción de la Gran Laura (Megisti Lavra) y reunió a los monjes que habitaban dispersos, para llevar una vida de cenobio alrededor de la iglesia (katholicon). Comenzaba así una tradición monacal que continúa en los 20 monasterios que todavía están hoy en pie.
Una curiosa jerarquía los ordena del 1 al 20. Megisti Lavra es el primero, y Konstamonitou cierra la lista. Todos los monasterios participan en la Santa Asamblea (órgano legislativo formado por los superiores) y en la Santa Comunidad (órgano administrativo), pero sólo los 5 primeros monasterios participan en la elección de los 4 miembros de la Santa Supervisión, el poder ejecutivo de Athos. Ellos son los celosos guardianes del tiempo.
El peregrino puede asomarse a este modo de vida ancestral visitando alguno de los monasterios de Athos. La alimentación y alojamiento corren por cuenta del monasterio. No se recomienda presentarse sin haber avisado, o incluso reservado, pues para conseguir plaza en algunos hay que hacerlo con mucho tiempo. En el caso de Simonos Petra, está tan demandado, que hay que contactarlo con meses de antelación. Los que han tenido la suerte de alojarse en él, recomiendan ofrecer un abanico de fechas y cuando te acepten en la que tengan hueco, planificar el resto del viaje.
Hay peregrinos que se quedan en un mismo monasterio, pero lo más habitual es pasar cada noche, de las tres que te permite el diamonitirion, en un monasterio distinto. Al llegar hay que buscar al archondari, el monje encargado de atender a los visitantes. Él será el encargado de enseñarte el dormitorio asignado y de informarte de los horarios de las celebraciones y comidas. El horario puede resultar confuso, pues en la península rige el horario antiguo bizantino, en el que el día comienza con la caída del sol. Aunque eso obligue a cambiar periódicamente la hora de los relojes, la tradición manda.
El primer servicio del nuevo día que comienza es vísperas, que puede durar alrededor de una hora. Unas horas más tarde hay otro servicio, completas, que no sé cuánto dura pues tras hora y media solía irme a dormir sin que terminara. Al terminar uno de estos dos servicios, el vimataris saca las reliquias del monasterio para que las veneren los peregrinos. Cada cenobio muestra sus centenarias reliquias con orgullo. Además de varios trozos de la cruz de Cristo, la reliquia que me pareció más curiosa fue el cofrecillo con el oro, incienso y mirra que los reyes magos ofrecieron a Jesús en Belén. Está en el monasterio de Pavlov y sólo han salido una vez de allí. En 2014 la llevaron a Moscú y se formaron colas de más de 25000 personas para venerarla.
En medio de ambos servicios es la hora de la cena, en la que se come en absoluto silencio, mientras un monje lee pasajes de la biblia. El trapeza (comedor) no es un lugar para socializar y hablar con el resto de peregrinos. Se come con cierta prisa, pues cuando el abad lo decide, el lector para, todo el mundo se levanta y la comida se da por concluida, hayas terminado o no. Durante mi estancia eran días de cuaresma, y muchas veces los monjes estaban de ayuno, por lo que estábamos sólo los peregrinos.
A las 4 de la mañana, en horario del siglo XXI, son los maitines, que duran unas tres horas. Yo solía llegar al final, pues sin entender lo que allí sucede, con un rato me valía. El canto a capela de los monjes llena todo el espacio de la iglesia. Poco a poco un monje va encendiendo las velas por lo que la penumbra se disipa y se ve un ir y venir de peregrinos y monjes que van besando los iconos distribuidos por toda la iglesia.
Tras maitines es la hora del desayuno. Cómo aquí el tiempo está detenido, no ha llegado la moda de los cereales o similares. Aquí se comienza el día con un plato de bisaltos, habas y pulpo, todo revuelto. Y en vez de café con leche, el único líquido es un espeso vino tinto hecho por los propios monjes. Pan y olivas riquísimas completan el menú. En los días de cuaresma, esa puede ser la única comida que tomen los monjes.
Normalmente tras el desayuno los peregrinos se dirigen a otro monasterio. Antiguamente había que caminar, pero ahora los monasterios principales tienen unas furgonetas que llevan a los peregrinos a Karies para que sigan su camino. Al mediodía regresan recogiendo a los que vienen a quedarse al monasterio. Los que están situados en la costa tienen también conexión por barco. En la próxima entrada hablaré del recorrido que hice en el Monte Athos. Si no quieres perdértelo, escribe tu correo en la caja de arriba y te llegará a tu buzón cuando lo publique.
Si te interesa más información aquí va el link a la charla que di sobre el viaje al Monte Athos en la biblioteca de Zaragoza.