Los otros rincones de Micronesia
A pesar de la cantidad de islas que tiene Chuuk, cada una particular a su manera, es sólo una pequeña parte de la diversidad de Micronesia. En Xavier High School hay un poco de cada rincón, y la celebración del día cultural se convierte en la ocasión para los isleños de conocer un poco de la cultura de esas otras islas de las que tanto han oído hablar y que quizás sus antepasados visitaban con asiduidad. A mí me mostró un mundo nuevo, del que no conocía ni que existía, y al que poco a poco me he ido asomando; y ahora os cuento.
El centro de referencia de Micronesia es Guam, la que fue la sede administrativa española en los tiempos de la colonia y desde donde partían los galeones de Filipinas a cruzar el Pacífico hasta Acapulco. Fue lo único que los estadounidenses se quedaron después del 98, y se encargaron de darle su imprenta particular llenándolo de bases militares. Pero todavía se pueden oír palabras españolas en el chamorro, la lengua que hablan los paisanos cuando no usan el inglés.
Al norte de Guam están las Marianas, las de la famosa fosa, el lugar más profundo del planeta. Al perder la flota de Filipinas no sabíamos qué hacer con ellas, así que junto con las Carolinas se las vendimos a los alemanes por cuatro millones y medio de dólares. Así terminó en el 99 la presencia española en el Pacífico, que empezó casi cuatrocientos años antes cuando Magallanes, exhausto, encontró tierra para aprovisionarse tras cruzar el «Mar del Sur».
Aunque el monumento de rigor está en Guam, parece ser que fue en Rota, una isla de las Marianas, donde Magallanes tuvo el primer encuentro con la hospitalidad micronesia. Después de que le llenaran el barco de víveres frescos, los nativos procedieron según su costumbre a apropiarse de lo que les gustaba de la «canoa grande» a la que habían ayudado. Pero esa parte no le gustó a los españoles, que lo solucionaron a tiros en una secuencia que se repetiría numerosas veces en el futuro. Así, las islas entraron en los mapas, pero con el informativo nombre de «Isla de ladrones» que se mantuvo durante muchos años. Otra historia más de malentendidos culturales.
Fueron barcos españoles que se amotinaban o que por tormentas se desviaban del rumbo los que descubrieron el resto de islas, aunque debido a la precariedad de las técnicas de navegación, las coordenadas no estaban muy claras y muchas veces no podían volver a encontrarlas. Las más occidentales son las islas de Palaos. La confluencia de varias corrientes marinas hace que tenga la mayor biodiversidad submarina del pacífico, y que sea un destino de ensueño para los buceadores. Se pueden ver mantas gigantes y bucear entre tiburones que, saciados con los abundantes peces, parece ser que te dejan tranquilo.
Pero el destino me deparaba otra sorpresa. La tormenta tropical 9W se convirtió en el tifón Dianmu justo los días que visitaba Palaos, así que en vez de disfrutar del espectáculo subacuático me «conformé» con vivir un tifón. Siendo positivo, al menos volví a sentir lo que es tener fresco y la necesidad de abrigarme por la noche tras tanto tiempo en el trópico. Y quizás sea de los pocos que no ha podido disfrutar del color verde esmeralda de las Rock Islands, que esos días no había forma que tuvieran otro color que el gris plomizo.
Pero hubo suerte. Dianmu pasó sin grandes destrozos. No tuvo la misma suerte Yap, el grupo de islas que sigue hacia el este. Para Semana Santa, Sudol, otro tifón, le dio de lleno, destrozando el 95% de las construcciones. Por suerte no se llevó ninguna vida, pero lo que era una de las islas más tradicionales, con las casas todavía con tejado de palma y la gente en topless y taparrabos, quedó arrasada. Sólo quedaron sin inmutarse las impresionantes monedas de aragonito que todavía se usan como pago en rituales, y que pueden alcanzar un par de metros de diámetro.
De las actuaciones del día cultural, la de Yap es la más colorida por su vestuario y demás parafernalia. La tradición rige todavía mucho del día a día. Cuentan que cuando el gobernador americano llamó al jefe para pedirle que las mujeres se cubrieran los pechos al ir a la capital, el jefe replicó que no había problema: él respetaría las costumbres americanas, pero le pedía que cuando las mujeres occidentales visitaran sus poblados, fueran respetuosas con las suyas y no vistieran nada por encima de la cintura.
Continuando hacia el este encontramos Chuuk, del que he hablado en anteriores crónicas. Le sigue Ponape, que con sus 21 km. de diámetro te hace olvidar que estás en Micronesia. El interior está formado por montañas volcánicas cubiertas de nubes que cuando descargan, y es bastante a menudo, la convierten en el segundo lugar más lluvioso del planeta. El bosque te rodea mires donde mires, y cataratas espectaculares te devuelven el ruido de agua en movimiento, casi olvidado. Tanta abundancia la convirtió en lugar de aprovisionamiento de los balleneros que surcaban el Pacífico, y cuando España tomó posesión de las Carolinas de facto, estableció la capital en el norte, que aún hoy se llama Kolonia.
De aquellos tiempos sólo quedan las murallas del fuerte de Alfonso XIII, y que hoy son uno de los laterales del campo de béisbol que curiosamente se llama «Spanish Wall» (Muralla española). Pero en la parte sur hay otras ruinas mucho más interesantes: se trata de Nan Madol, una ciudad construida sobre islotes y que alcanzó su apogeo en el siglo trece; impresionantes prismas hexagonales de basalto levantan muros de palacios y tumbas con una curiosa similitud a la proa de los barcos, rodeados de canales como si fuera una Venecia prehistórica. No se sabe mucho de la civilización que los construyó, tan sólo lo que las leyendas cuentan, por lo que un halo de misterio lo sigue rodeando.
Toda la vida social en Ponape gira entorno al sakao. Cualquier reunión va acompañada del ruido de las piedras machacando esa raíz de propiedades sedantes que se ofrece ritualmente siguiendo un complicado protocolo de rangos para los que se usan lenguajes especiales.
Siguiendo hacia el este está Kosrae, y más allá las Marshalls, donde está el desgraciadamente famoso atolón de Bikini. Los alumnos hacen bromas diciendo que en las Marshalls nieva a pesar de estar en el trópico, en referencia al polvo radiactivo de coral que cayó tras los test nucleares. Todavía hoy siguen sin acabar de pagarse las indemnizaciones a los habitantes que tuvieron que iniciar un peregrinaje en busca de un nuevo hogar. Deseosos de ayudar al progreso (tal y como les vendieron la moto) pero ignorantes de los efectos a largo plazo, todo lo que deseaban era volver a casa, a su isla.
Pero esa no es la única desgracia de estas pobres islas coralinas. El punto más alto de todo el país es el puente que une las dos partes de Majuro, la capital, y será el primer estado en desaparecer de no detenerse el aumento del nivel del océano debido al calentamiento del planeta. Cuando explicaba este ejemplo en Zaragoza, nunca pensé que tendría que hacerlo mirando a los ojos de alumnos Marshalleses. ¿Podremos hacer algo para evitar que Roma, Whitmark o Milan tengan que volver a dejar sus casas, esta vez para siempre?