José Salvany y la expedición de la vacuna de la viruela por Sudamérica.
Al viajar por Latinoamérica de vez en cuando uno acaba oyendo eso de “español, de los que se robaron la plata y mataron a los indios”. Habría mucho que hablar al respecto, y quizás más adelante me anime a escribirlo, pero ahora quiero hacer hincapié en una historia preciosa, desconocida para la mayoría, y que fue parte del legado español en estas tierras: la expedición de la vacuna de la viruela. Un VIAJE con mayúsculas.
Si las epidemias de viruela causaban estragos en Europa (se calcula que en el siglo XVIII mataban 400.000 personas al año), no es difícil de imaginar cómo atacaron a la población indígena americana, carente de defensas ante esta desconocida enfermedad. La primera epidemia se desencadenó en Santo Domingo en 1518 cuando llegó un barco portugués con esclavos negros de Guinea infectados. Al año siguiente la mayor parte de la población indígena de la isla había muerto.
Un año más tarde Pánfilo de Narváez partió hacia México en busca de Hernán Cortés, y la historia ha cargado a su esclavo negro Francisco Eguía como el que introdujo la viruela en Mexico. La terrible epidemia que se desencadenó redujo la población a la mitad en 1520. Hay historiadores que le atribuyen éxitos militares, pues según ellos la epidemia se desencadenó en Tenochtitlán justo tras la huida de los hombres de Cortés, lo que les permitió reorganizarse sin ser atacados, pues durante 60 días la población y los soldados aztecas sufrieron la epidemia. También se cree que la muerte del Inka Huayna Cápac, que desencadenó los enfrentamientos entre sus hijos que favorecieron la conquista de Perú por Pizarro, fue debida a la viruela que ya había llegado a esas tierras.
Las epidemias se sucedieron periódicamente a lo ancho del globo y no fue hasta finales del siglo XVIII que el médico inglés Edward Jenner, tras varios ensayos, estuvo seguro de que la inoculación del fluido de la viruela vacuna, era un método eficaz de prevención. Anteriormente se practicaban otros métodos, pero su fiabilidad variaba, y en muchos casos se desarrollaba la enfermedad. Rápidamente el método de Jenner se difundió por Europa, y Francisco Javier de Balmis tradujo el libro del francés Moreau donde se detallaba el procedimiento para vacunar, sin que las patentes farmacéuticas hubieran aparecido en escena todavía.
Maria Teresa, una de las hijas del rey de España Carlos IV casi muere de viruela, por lo que cuando el rey se entera de la existencia de la vacuna contra la viruela decide financiar una expedición que lleve la vacuna a todos los súbditos de la corona, incluyendo América y Filipinas. El elegido para esta misión es el alicantino Balmis, que partió de La Coruña el 30 noviembre de 1803 con los 21 niños que iban a llevar el fluido vacuno en sus brazos hasta América, y 2000 ejemplares del libro sobre la vacuna, para establecer juntas de vacunación en las ciudades visitadas que garantizaran la conservación del fluido y la vacunación a las generaciones futuras. Era la primera vez en la historia que se preparaba lo que ahora llamaríamos una misión humanitaria de medicina preventiva, y que dio el primer paso para la erradicación de la enfermedad en el futuro.
Tras las Islas Canarias y Puerto Rico la expedición llegó a Venezuela, donde se separó. Balmís siguió a las Antillas y México, para luego continuar a Filipinas y regresar a España en 1806, donde fue recibido con todos los honores. La otra parte de la expedición no tuvo tanta suerte y es menos conocida, por lo que me voy a detener un poco más, ya que es la parte que recorrió Suramérica, los mismos lugares que ahora estoy recorriendo. Si ahora hay mapas y carreteras, y aun con todo el viaje en estas latitudes es lento y pesado, cuesta imaginar lo que en el inicio del siglo XIX tuvieron que pasar los expedicionarios que iban en burro en el mejor de los casos, por caminos sin definir, viajando con niños que llevaban en sus brazos el fluido de la vacuna, y necesitando encontrar niños sanos en las ciudades que visitaban para poder seguir transportándolo.
Para cubrir la mayor parte de territorio en su avance al sur, varias veces la expedición se dividió para volver a encontrarse más tarde. Por ello además de Salvany hay que reconocer el trabajo de sus ayudantes Bolaños, Grajales y Lozano, que también pasaron lo suyo. En un viaje anterior por Colombia visité parte del recorrido de la expedición. En Monpox, un precioso pueblo colonial anclado en el tiempo se realizaron 24410 vacunaciones. En Santa Fé de Bogotá, donde sólo unos años antes de la llegada de la vacuna un brote de viruela había matado a tres mil de sus quince mil habitantes, logré encontrar en la biblioteca un ejemplar de los 2000 libros de procedimiento de vacunación que se trajeron a América.
La expedición siguió su rumbo al sur. El 16 de julio de 1805 entró con todos los honores en Quito. El 12 de octubre llegaba a Cuenca. El 17 de enero de 1806 a Trujillo, y el 23 de mayo a Lima. Por esa época Balmis ya había regresado a España tras vacunar en Filipinas. Tras pasar una temporada en Lima, Grajales es enviado hacia Chile, y el resto de la expedición inicia una penosa marcha a través del duro terreno andino llegando a Puno a finales de 1808. La ya frágil salud de Salvany se ve agravada por el cansancio del viaje. Si en Colombia había perdido la visión de un ojo, las crónicas cuentan que en estas alturas del viaje sufría de malaria, difteria y tuberculosis, además de tener la muñeca derecha mal curada después de habérsela dislocado.
Aun con todo siguió adelante con su misión y vacunó en La Paz, Oruro y Cochabamba, donde el 21 de julio de 1810 fallecía a los 34 años de edad. En 1809 la vecina Sucre se había rebelado contra la metrópoli. Pronto le seguirían otras. En estas circunstancias, y muerto el director, la expedición de la vacuna se diluyó. Pero el legado que dejó en América no debe morir en el olvido. Se calcula que fueron vacunadas alrededor de un millón de personas. Si la llegada de los españoles trajo la viruela a América, en el momento que se supo el remedio se preparó la primera misión sanitaria que ha conocido el mundo, pocos años antes de que las colonias se independizaran.
Llegué a Cochabamba para rendirle homenaje a Salvany, esperando encontrar una lápida en su tumba. En la Iglesia de San Francisco, donde fue enterrado no queda ningún registro. Sólo en el Sagrario de la Catedral pude leer su partida de defunción, sin que aparentemente nadie en la ciudad recordara que hasta allí llegó el fluido de la vacuna que fue el primer paso para la erradicación de la enfermedad que tantas muertes causó en América. En lo que resta del viaje mi recorrido va a ser prácticamente el inverso al de Salvany hasta Colombia, visitando muchas de las ciudades en las que él vacunó. Intentaré recuperar información, pero de momento dejo estas líneas de reconocimiento cerca del 202 aniversario de su muerte.
Ma agrado bastante encontrarme y leer su artículo. Lo felicito por haberse tomado la molestia y por la manera en la que usted ha visitado aquellos lugares en los que se llevó a cabo la expedición. Buscaba información acerca de Salvany en Cochabamba y como Cochabambina me da mucha pena que esta magnífica historia no tenga un lugar que nos haga recuerdo de ella.
Hola Varinia
Sí, es una pena. Si algún día se encontrara la tumba de Salvany me agradaría que me lo hiciera saber.
Impresionante relato y trabajo que has conseguido Nacho, te felicito por hacernos llegar ese pedazo de historia española que nos pertenece conocer y que yo desconocía por completo. Saludos
Gracias Carlos. Ojalá sirva para hacerle justicia, que se conozca más, y que estas pequeñas historias vayan borrando la leyenda negra que nos lastra.