Djemaa el-Fna; la cena más exótica de Marrakech.
Al recrear la época de las mil y una noches evocamos imágenes exóticas de un Oriente lejano, mezcla de la suntuosidad de los sultanes turcos y persas, y de los maharajas indios. Cuando pensamos en la gente de la calle los imaginamos bulliciosos, tocados con turbantes y largas túnicas, enfrascados en un mercadeo eterno. Los relatos de los viajeros románticos se encargaron de crear el mito, y Hollywood hizo el resto. Pero, ¿queda algo de todo esto? Si algún lugar conserva todavía esa esencia, esa es sin duda esta increíble plaza de Marrakech. Al pasear por ella somos testigos privilegiados de espectáculos que se repiten inalterados desde hace siglos.
Se acercan las esperadas vacaciones de Navidad y fin de año. Cuando no he tenido planificado ningún gran viaje, siempre he acabado poniendo rumbo al sur para sentirme ajeno al tiempo mientras dejo pasar la vida en Marrakech, la ciudad que dio el nombre con el que los europeos conocemos al país que ellos llaman simplemente Al magrib -el poniente. De todos sus rincones, el que me enganchó desde la primera vez fue la mágica plaza de Djemaa Elfna en Marrakech. Me asombré al verme trasladado a la edad media. Además es un lugar ideal para celebrar el fin de año.
La sabia decisión del General Lyautey, obligando a construir las ciudades nuevas del protectorado francés sin derribar los barrios antiguos, preservó intactas las viejas medinas de las ciudades marroquíes, que hoy siguen contenidas por murallas centenarias. Sólo sus compatriotas del Club Med lograron años más tarde levantar uno de sus centros entre dos de los atractivos principales de Marrakech, la Koutubia y la Plaza de Djemaa el-Fna. Cuando con el fresco de la mañana uno de sus turistas salga y vea la plaza, pensará que la fama no es para tanto, y probablemente pase camino de los zocos sin hacerle ni siquiera una foto, si no es que muestra abiertamente su decepción. Y tendrá razón. Arquitectónicamente la plaza no tiene nada de especial. Más bien es rancia. Pero como decía Paul Bowles, sin esta plaza, Marrakech no sería más que otra ciudad cualquiera de Marruecos. ¿Dónde está pues el encanto? Aunque parezca increíble, en lo que sucede en la plaza.
Durante el día el sol aplastante mantiene la actividad al ralentí. Unos puestos de frutos secos y dátiles la flanquean por un lado, y los carritos de zumos ponen un poco de colorido por el centro, diseccionando su forma irregular. Desde mi primera visita han pavimentado toda la plaza y han prohibido el paso de vehículos, quitándole el ruido de fondo que tenía hasta que despertaba de su letargo. Ahora ya se puede oír el tintineo de las campanillas de los aguadores, tocados con sus sombreros rojos y pertrechados de brillantes cuencos dorados, a la caza de los turistas que se adentran en los zocos. En otras ciudades todavía se les puede ver ofreciendo agua a los atareados mercaderes, pero aquí ya han descubierto la rentabilidad del pose para la foto.
Y no son los únicos. Los dentistas exhiben orgullosos cientos de dientes invitando a que los inmortalices… previo pago. A su lado el mono acróbata espera su turno con su traje rojo, enseñándote los dientes y, a continuación, te puedes encontrar con una culebra en el cuello, para invitarte a que te acerques a los encantadores de serpientes. La imagen de una cobra levantándose con la garganta desplegada, acompañada de la música seductora de la flauta te deja impactado. Pero cuando el bereber del turbante le golpea con la pandereta para que se mantenga en la pose de foto, la magia se acaba y te invade la sensación de estar en un parque temático para turistas.
Conforme la tarde avanza el paisaje humano comienza a cambiar. El creciente número de chilabas va difuminando la presencia extranjera, y la plaza empieza a tomar su verdadera alma marroquí. Como un ejército silencioso, camareros sonrientes con batas blancas comienzan a montar en la parte central unos tenderetes, a los que poco a poco irán vistiendo con apetitosos platos. Los vecinos empiezan a llenar a la plaza y a formar corros alrededor de los más variopintos espectáculos que empiezan a aparecer por la plaza. El aspecto cambia completamente. Ya no son números para turistas. Ahora son los propios habitantes de la ciudad, o visitantes venidos de las montañas, los que ríen y aplauden. Entonces el encanto medieval comienza a envolverte y comienzas a sentirte viajero en el tiempo.
Al pasear descubres narradores de historias centenarias que mantienen encandilados a hombres de caras arrugadas, y que casi te enganchan con el tono y las pausas, a pesar de que no entiendas el bereber. A continuación un torso humano preside un puesto en el suelo en el que poder señalar la parte dolorida para así recibir la correspondiente medicina tradicional, entre la que no faltan pieles de serpiente o huevos de avestruz. El puesto de al lado exhibe lo mejor de la cosmética local, en una ordenadísima sucesión de cuencos llenos de vistosos colores, y más allá un cuenta-cuentos utiliza el apoyo de un raído póster con viñetas para ilustrar los momentos cumbres de su narración. Estos son los momentos en los que lamentas no poder cargar un idioma en tu cerebro como si de un programa informático se tratase.
Unos ancianos acurrucados en el suelo, con turbantes y gruesas chilabas esperan que lleguen clientes a los que predecirles el futuro, y conforme el sol va bajando recogen el paraguas que les ha hecho de toldo. Los acróbatas están anunciando que en breve comenzará el espectáculo, intentando atraer gente de otros corros. Cuando comienza el número ya tienen el público listo para jalear cada una de las piruetas, contrastando con las risas de los espectadores del show vecino, donde unos hombres disfrazados de mujer, velo incluido, hacen su particular revista satírica. Entre el público las chilabas y los turbantes son mayoría frente a los pantalones. Puede que sea la imagen que el cine nos ha creado, pero hay muy poca diferencia entre el ambiente que toma la plaza, y lo que podría ser un día de feria, quinientos años atrás.
El humo que sale de la zona de los puestos de comida indica que las brasas están ya en marcha, y que pronto acudirán los primeros comedores. Llega el momento de encontrar un buen sitio para ver la puesta de sol. Al volver a atravesar la plaza descubro a un joven sentado en un cajón, junto a dos pares de guantes de boxeo, esperando a que se acerque algún contrincante para buscar su momento de gloria. Un grupo de danzantes mueven circularmente sus cabezas al ritmo de tambores y qaraqib (versión metálica de las castañuelas) mientras un lazarillo se mete picaronamente al bolsillo la limosna que el ciego suplica entre el gentío. Hay cosas que no cambian desde hace siglos…
Desde la terraza del Café de Francia se disfruta de una magnífica vista de la plaza con el sol ocultándose junto a la Koutoubia, la hermana mayor de la Giralda de Sevilla. Abajo, el progreso ha sustituido lo que probablemente antes serían antorchas por luces de camping-gas, que comienzan a encenderse entre el humo que asciende de los tenderetes. La actividad frenética que se adivina en la calle contrasta con la tranquilidad que transmite este momento del día, cuando el cielo es una explosión de color, y las luces de la ciudad comienzan a encenderse. Los almuédanos se encargan de sacarte de este dulce estado de hipnosis llamando a los fieles a la oración por los altavoces de los alminares, contagiando el canto a la siguiente mezquita como una onda expansiva.
Llega el momento de ir a cenar. No es fácil decidirte entre los más de cincuenta puestos disponibles. Los camareros te intentarán atraer hacia su negocio con una amplia sonrisa y frases ocurrentes en cien idiomas. El centro de cada puesto está ocupado por los diversos alimentos que ese restaurante ofrece, dispuestos con arte para hacerlos atractivos a la vista, y salpicados por los colores de las botellas de bebida. Junto al número del local cuelgan despintados carteles con el menú y los precios, pero todo el mundo ordena señalando con el dedo. Es parte de la gracia. Unos bancos corridos alrededor de una repisa hacen las veces de asiento y mesa. En un abrir y cerrar de ojos te preparan unos pinchos morunos, cuscus o kefta, acompañado de berenjena, ensaldas o patatas. El encanto del lugar complementa ampliamente las carencias culinarias que puedan tener.
Algunos puestos son monotemáticos, como los que sirven huevos hervidos, en los que un camarero no para de pelar huevos y ponerlos en pan. Otros muestran montones de pescado frito, y en otros, solitarios camareros subidos en pedestales hacen guardia frente a palanganas llenas de caracoles blancos. Para los más atrevidos es una buena oportunidad de probar la cabeza de ternasco hervida, que es uno de los platos preferidos de los locales. Al pedir la cuenta entra en juego la última parte de la cena: el eterno regateo, puesto que la suma final nunca coincide con los cálculos que tú habías hecho. Entre bromas y risas vas ajustando el precio, como parte de un guión oculto que debas seguir. A veces me imagino que si fuera a pagar directamente, quizás el señor se plantara y no me quisiera cobrar sin dialogar un poco antes.
Ahora la noche es cerrada y las luces de butano dan un toque de intriga a los corros que alumbran. A las actuaciones de acróbatas y cuenta-historias se han sumado algunos grupos de músicos, y muchachas que durante el día estaban vendiendo en el zoco, ocultas por el velo, salen ahora a la plaza a ganarse algunos dirhams extra haciendo tatuajes de henna. El juego de la pesca de la botella vuelve a cobrar vida, a pesar de que nunca haya visto a nadie meter la anilla que cuelga al final de una caña de pescar por el cuello de las botellas. Y así tarde tras tarde, noche tras noche, como si el tiempo se hubiera detenido en esta plaza casi milenaria. Un zumo de naranja recién exprimido pone el colofón a esta cena irrepetible en ningún lugar que no sea Djemaa el-Fna.
Voy estas cosas Navidades a Marrakech y me he encontrado tu web buscando alguna actividad original para hacer allí la noche de fin de año. Me ha encantado leer este post, la preciosa descripción me ha transportado a allí, y ahora aún hay más ganas de estar allí!
PD: yo estoy empezando un blog de viajes, es http://www.viajayensanchaelalma.com
Espero que os guste! Un saludo