Estocolmo
Por fin me ponía en marcha. Pero lo bueno del viaje independiente es que los planes pueden cambiar rápidamente. Quién me iba a decir que iba a visitar Estocolmo pasando la noche rodeado de 300 suecas. Además añadia el barco a los transportes usados.
Creía que al terminar el encuentro de Praga iba a empezar a enfrentarme solo al viaje, pero la delegación sueca de YMCA hizo que me sintiera unos días más como en casa. Surgió la posibilidad de ir con ellos a Estocolmo en el tren que habían fletado. Así que pasamos por Berlín y, en Sassnitz partimos el tren en dos para que cupiera en el barco (impresiona ver la rapidez de la maniobra), para cruzar hasta Trelleborg. La luna llena ilumina el Báltico, y las literas del tren hacen de camarote. Al despertar me parece estar metido en el sueño de Alfredo Landa o Pajares. Me doy cuenta que prácticamente todo mi vagón son…suecas. Si hubiera estado por aquí la pareja, teníamos película para rato. Ya en Suecia los bosques abren un claro de vez en cuando para alternar las típicas casitas rojas de ventanas blancas con unos lagos idílicos. Y casi sin enterarme aparecemos en la capital.
Estocolmo se extiende a traves de un archipielago de 24000 islas, unidas eficientemente por puentes. En vez de un lugar de costa, parece una ciudad que viva de cara a un río que no para de dar vueltas. Y es que en realidad aquí se juntan las aguas del lago Malaren y las del Báltico, con lo que la salinidad es bajísima. De hecho se pudieron rescatar sin descomponer los restos del Wasa, hundido desde 1628, y que hoy se puede visitar en uno de los museos más impactantes que he visto. Y si quieres darte el lujo de dormir en un gran velero, en el centro de Estocolomo está anclado el «Af Chapman» que es uno de los hostales más curiosos en los que podrás alojarte.
Fuera del centro histórico, donde los edificios nobles y casas coloridas ponen de manifiesto los 750 años de historia de la ciudad, las casas aparecen de repente entre los árboles con sus banderas azules y amarillas, y en muchos casos el yate amarrado, dando más la impresión de ser un sitio de recreo que una capital europea. Incluso en el barrio de Hammarby hay pistas de esquí, eso sí, iluminadas, pues en invierno a las tres ya es de noche.
Además llegamos en domingo, que tiene un ritmo especial. Y en particular éste que salió soleado. La ciudad se llena de gente sin prisa, sonriente, vestida de una manera informal para aprovechar cualquier rayo de sol. Es todo lo contrario a Italia en domingo, donde todo el mundo se viste elegantemente para dar un paseo. De hecho les llama la atención lo «bien» vestidos que vamos en el sur de Europa en las ciudades. Y si visitas una casa, deberías quitarte los zapatos antes de entrar. Con la de veces que me han regañado por ir descalzo por casa»¦
Un día fuimos a comer de pícnic al parque natural de Bjorno. El sitio precioso, y me quedé con las ganas de darme un paseo en barca por los miles de canales que hay entre las islas. Además para un español se hace duro estar con el jersey en una merienda campestre. Y es que aunque todavía se ven flores, los abedules ya empiezan a amarillear, indicando que se avecinan días en los que el sol será un objeto muy deseado.