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Chauen. La perla del Rif

cuidando la puerta

Chauen. La perla del Rif

Cuando llegan los fríos del invierno todos soñamos con viajar a lugares cálidos y exóticos. Las vacaciones de Navidad son la ocasión perfecta para hacer una escapada, pero encontrar billete de avión se convierte en casi un imposible salvo que el viajero sea realmente una persona previsora y hace semanas que lo tenga en el bolsillo. Para el resto de mortales, siempre nos queda Marruecos, que a pesar de su cercanía ofrece un paisaje realmente exótico, a tan sólo unas horas de tren y barco. La primera parada, y una de las joyas del país es Chauen.

Puertas azules tipicas de Chaouen

Puertas azules tipicas de Chaouen

Cada vez conozco más gente que se siente agobiada por las celebraciones navideñas y la presión comercial que las rodea. Las cenas se suceden en los fines de semana previos, con el consiguiente desgaste para el bolsillo que la lotería nunca me ha solucionado el día veintidós. Cuando el avanzar de los años rompió la magia familiar de las fiestas, me faltó tiempo para aprovechar estos días de otra manera y hacerme una escapada. Un poco por cambiar y otro poco por huir de las luces de neón, junté el dinero que ese año no gasté en lotería -para la desesperación de amigos y vecinos-, y lo que me ahorré del cotillón, y puse rumbo al sur. Desde entonces suelo celebrar las campanadas con doce dátiles en algún lugar de Marruecos. Voy cambiando el destino, pero procuro no dejar de visitar Chauen, una perla blanca entre las verdes montañas del Rif.

panorámica de Chaouen

panorámica de Chaouen

Fundada en 1471 por Moulay Ali Ben Rachid, tomó el nombre con el que los rifeños conocían el lugar, shifshawen, que significa «dos cuernos», en referencia a los picos Tissuka y Meggu que ahora coronan la ciudad. De ahí deriva el nombre francés, Chefchaouen, y el diminutivo cariñoso con el que la conocemos los viajeros, Chauen, adaptación moderna del nombre oficial en la época del protectorado español, Xauen.

Plazuela de Chaouen

Plazuela de Chaouen

La construcción de la ciudad tiene un pasado muy español, y por partida doble. Los primeros habitantes en el siglo XV fueron judíos y musulmanes nazaríes expulsados de Al Andalus, que erigieron una ciudad que les recordara la patria que acababan de perder y que más parece un poblado de la Alpujarra granadina que uno del Rif. La parte vieja está llena de calles blancas y estrechas, salpicadas de añil en puertas y ventanas. Con la llegada del protectorado español se diseñó la parte nueva de la ciudad, de amplias avenidas, que se extiende al oeste de la medina, permitiendo que la parte antigua siga preservando su espíritu antiguo, casi medieval.

Arcos con encanto en Chaouen

Arcos con encanto en Chaouen

Hasta la llegada de los españoles, la ciudad era considerada santa para los musulmanes, y por tanto prohibida a los cristianos, bajo pena de muerte. Sólo el periodista británico Walter Harris, haciéndose pasar por judío, y el francés Charles Foucauld lograron salir vivos y contarlo a finales del siglo XIX. Hoy el ambiente relajado y la amabilidad de sus gentes para nada recuerdan esa época. Atraídos por este ritmo sosegado de vida, y por la proximidad de Ketama, la ciudad está tomando un marcado ambiente hippie, y los peinados con rastas dominan entre los turistas extranjeros, que en épocas festivas la invaden.

mercancías esperando turistas

mercancías esperando turistas

Si el viajero llega en invierno se encuentra con un Marruecos distinto al que pudiera pensar. Acostumbrado a las imágenes del Paris-Dakar te sorprende el paisaje verde del cereal que comienza a brotar en campos irregulares. Imaginando sudar copiosamente descubres que el sol calienta tibiamente durante el día, pero deja paso a unas noches frías y húmedas, sobre todo en ésta parte del Rif. Ese ambiente fresco, que uno casi parece incluso oler, se mete en las casas sin calefacción, y me trae a la mente sensaciones olvidadas de mi infancia, de sábanas heladas y pesadas mantas, calentando la cama poco a poco hecho un ovillo. Para quien no quiera volver a usar la bolsa de agua caliente al irse a dormir, el Hotel Parador ofrece un techo protector de cuatro estrellas – versión marroquí – y unas envidiables vistas al valle, que lo llenan de grupos de turistas.

Chaouen de noche

Chaouen de noche

El centro neurálgico de la medina antigua es la Plaza de Uta al-Hammam, sobre cuyo adoquinado se esparcen las mesas de varios restaurantes y cafeterías, ideales para dejar pasar la vida disfrutando de un sabroso té a la menta, al que los locales llaman jocosamente güisqui bereber. Los ancianos conversan sin prisa embutidos en sus gruesas chilabas, indiferentes a lo que les rodea, mientras una riada de gente no cesa de transitar de un lado a otro. Ante la ausencia de vehículos, los burros son los protagonistas aquí, y transportan hasta las botellas de butano en sus alforjas. El vendedor de flautas intenta llamar la atención haciendo sonar sus melodías entre las mesas, compitiendo con el que se acerca susurrando “kif… hachís…”. Sin darte cuenta la llamada del almuédano vuelve nuevamente a convertirse por enésima vez en la banda sonora de tu película, y la gente se dirige hacia la Gran Mezquita, con su sencilla pero elegante torre octogonal.

alcazaba de Chaouen

alcazaba de Chaouen

En el lado sureste de la plaza se encuentra la alcazaba – al kasbah – cuyos ocres muros fueron el cuartel general del caudillo rifeño Abd el Krim, pero que por uno de esos avatares de la historia, terminaron siendo su calabozo cuando fue apresado. En el interior hay un simpático jardín y un pequeño museo que da el toque cultural. Para los amantes de las compras, las callejuelas que parten de la plaza son un bazar sin fin en el que las tiendas de artesanía se alternan con las de ropa, dulces y recuerdos, y en las que te puedes perder gustosamente sin ningún miedo.

Callejuela de Chaouen

Callejuela de Chaouen

Al vagar por las calles estrechas, con sus sobrias paredes blancas de arcos oscuros y puertas trabajadas en azul, sientes encontrarte con el alma morisca que salió un día de la Alpujarra, y que las murallas de la vieja medina han guardado celosamente durante tantos siglos. Suelo acabar el paseo saliendo por la puerta de Al-Ansar, tras la que se llega al río Laou, que recoge las aguas de la fuente Ras al Maa. Allí las mujeres lavan las ropas como hacían sus abuelas, igualito que las imágenes de los belenes navideños, y los molinos giran entre quejidos de la madera, moliendo el cereal del que se hornearán unos jugosos panes circulares.

Rincon de Chaouen

Rincon de Chaouen

Al otro lado del río serpentea entre las chumberas un camino que lleva a una vieja mezquita en lo alto de una colina, desde la que se observa la mejor vista de la ciudad. Las casas blancas parecen agarrarse unas a otras sobre la ladera de la montaña, mientras en el centro se destaca el verde de la alcazaba. El aire puro te embriaga y los pulmones parecen quejarse de semejante calidad. El cambio de luz del crepúsculo viene acompañado de otra nueva llamada a la oración que parece repetirse como un eco por el valle. Los faroles comienzan a encenderse y es el momento de regresar a disfrutar de una buena cena.

Colores

Colores

En los menús se nota cómo la colonización española influyó en los nombres de algunos platos, y en las cartas todavía se puede leer en árabe palabras como kalamar y uliva. A pesar de que la gastronomía marroquí que se ofrece en los restaurantes es muy poco variada y se limita a unos pocos platos, el sabor de un buen cuscús no tiene rival. En la mayoría de los lugares que lo ofrecen es muy aceptable, aunque sean modestos. Suele acompañar en el menú le los pinchos de carne o vísceras de cordero a la brasa, y el tajine, carne cocida en unos recipientes especiales de barro, y que según quien lo prepare lo convierte en un matahambre o en una exquisitez. No es fácil encontrar un buen tajine, y si nunca lo has disfrutado piensas que es un plato soso. Si alguien dedica el tiempo y cariño necesario, difícilmente olvidarás ese sabor exótico que le dan las pasas, ciruelas y especias.

escena callejera de Chaouen

escena callejera de Chaouen

El restaurante tenía un patio precioso decorado con mucho gusto con motivos moriscos. Unas cortinas ocultaban unos cuartos privados a los que entraban bandejas y de los que salían carcajadas. Unos músicos tocaban con ritmo pegadizo los tambores mientras disfrutaba de unos deliciosos pasteles y un té a la menta, repasando las sensaciones de un suculento tajine, de los difíciles de encontrar. No era un sultán, pero por unos instantes me sentí tratado como tal. Entonces llegó un joven asturiano con una mochila a la espalda. Parecía ser un viejo conocido del lugar. En un instante abrió su bolsa y saco una gaita y se puso a tocar con ellos, arruinándome la magia del momento. Por si fuera poco con la influencia española en la historia de Chauen, ahora llegan las autonomías a dejar su granito de arena.

cuidando la puerta

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admin

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