De cremaciones en Bali
Los ritos en torno a la muerte cobran protagonismo en estos días cercanos a Todos los Santos. En los últimos tiempos la influencia de Hollywood parece hacernos creer que en todo el mundo los niños van pidiendo por las casas caramelos. Pero quedan muchos rincones en los que los ritos ancestrales prevalecen a las nuevas modas y la muerte se presenta como un hecho cotidiano en el día a día de la sociedad. Las cremaciones de Bali son un ejemplo.
Es muy difícil viajar por Bali y no tropezarte con alguna ceremonia religiosa. Unas de las más espectaculares y coloridas son las de la cremación y, durante nuestra estancia en Ubud, tuvimos la suerte de que el calendario balinés hubiera señalado que esos días eran propicios y pudimos elegir entre tres. La participación de la comunidad es total y la vida se paraliza como si se tratara de una gran boda. Puede decirse que los funerales se están convirtiendo en un aliciente turístico que atrae a turistas de todos los rincones de la isla. Si te motiva la idea no tienes más que meterte en un buen buscador de vuelos y planificar tu viaje con el calendario balinés en la mano.
Entre la muerte de una persona y su cremación suelen transcurrir meses en los que el fallecido es enterrado temporalmente cerca del Puri Dalem (templo de la muerte) de la localidad. Allí esperará hasta que los sacerdotes señalen una fecha favorable y se hayan recaudado los fondos necesarios para la cremación, que en algunos casos pueden llegar a miles de euros. No es raro al encontrar un cementerio ver tumbas con sombrillas de colores, esperando que llegue el día señalado en el que se vuelve a trasladar el cadáver al domicilio, que se habrá decorado con palmas para la ocasión.
Como si de una falla se tratara, el toro sagrado se planta sobre una plataforma de bambú en la puerta de la casa en los tres días de celebraciones previas a la cremación, como avisando de lo que va a suceder. También se levanta la torre funeraria (Bale) con sus tejadillos a modo de pagodas en la que se transportará el cuerpo hasta el lugar de cremación.
El día señalado el pueblo es un continuo desfilar de gente engalanada portando ofrendas de lo más variopinto. Desde decoraciones rococó de palma con pinchitos morunos, a pollos o cerdos asados clavados en una estaca. Más que un rito funerario parece una celebración festiva. Los muchachos pelean por encaramarse a las patas de los toros, y algunos los montan como si de un rodeo se tratase.
Acompañado de sus familiares el ataúd abandona la casa y es subido a la parte central de la torre y se ata con trozos de tela. Junto a él se monta el que parece dirigir todo el tinglado. Los porteadores, que hasta ese momento aguardaban sentados pacientemente, levantan la plataforma como si se tratara de un paso en semana santa.
De repente las bandas de gamelán arrancan con sus ritmos machacones y la procesión se pone en marcha en medio de un alegre jolgorio que hace olvidar el motivo de tan multitudinaria reunión. Al llegar a las esquinas, tanto la torre como los toros giran varias veces sobre sí mismos bajo los gritos de sus porteadores para despistar a los espíritus y que no encuentren el camino de vuelta a la casa familiar, que evita así ser molestada con visitas indeseadas.
Las procesiones de las tres cremaciones de ese día pasaban por delante del palacio real de Ubud antes de dirigirse a sus puntos de cremación, por lo que desde un mismo sitio se podía ver todo. Había que elegir cuál seguir después. Según me habían contado, la altura de la torre y el número de tejadillos indican la posición social del fallecido, hasta un máximo de 11 en el caso de miembros de la familia real.
Los 9 tejadillos de la torre del profesor Tjokorda Rai Sudharta indicaban que esa cremación sería importante. Otra de las procesiones tenía el toro blanco y la torre sin tejadillos, pero las bandas de gongs eran numerosas también. Al preguntar me dijeron que el que se había muerto era un sacerdote, y que ellos no necesitan los tejadillos en la torre. Dudé cuál seguir, pero finalmente me decanté por mi colega de profesión. Y me alegro, pues si me remito a los hechos observados en la cremación, aquí los profesores parece que cuentan con cierto reconocimiento social.
Una vez llegados al lugar de la cremación el cuerpo del toro se abre y el cuerpo se saca del ataúd y se mete dentro. Entonces las ofrendas se apilan a los pies del animal mientras en su interior empiezan una serie de rituales para preparar al difunto, dirigidos por sacerdotes bajo la atenta mirada de su viuda que no parecía especialmente dolida. Imagino que la procesión iría por dentro, aunque también podía pensar que en el pasado ella hubiera acompañado a su marido, viva.
El ambiente entre la muchedumbre en esta parte de la ceremonia era distendido. Los vendedores ambulantes intentaban hacer negocio con la multitud y los bomberos reían junto a sus coches mientras los chiquillos correteaban ajenos a la seriedad que uno imaginaba en semejante momento. Los aplausos indicaron que un valiente había trepado la torre funeraria con éxito a coger la figura de la punta y que guardó rápidamente como trofeo.
Y entonces los andamios provisionales alrededor del toro se desmontaron en un abrir y cerrar de ojos, y dos grandes quemadores de gas aparecieron en escena quitando el romanticismo de la pira de madera que esperaba. Con el rito consiguiente iniciaron el fuego y en poco rato las llamas hicieron la estructura irreconocible. El cuerpo se hizo visible cayendo desde la panza del toro, y aún ardería unas horas hasta convertirse en cenizas. Para cerrar finalmente el círculo la familia se encargará de llevarlas al mar mientras el espíritu se reencarnará nuevamente.
Cuando cansado por el calor de mediodía decidí retirarme a tomar un zumo de frutas para reponerme fui consciente de la fuerza que tiene la tradición en Bali. Si para honrar a una persona importante la altura de la torre funeraria es superior a los cables que cruzan la calle principal y hay que elegir entre achicar la torre o desmontar los tendidos eléctricos para que pase la torre, triunfa la costumbre. Toda una ciudad turística como Ubud se encontraba sin luz (y sin cajeros automáticos, internet, etc) porque en Bali la tradición todavía puede al ansia de ganar dinero.