Norte de Tailandia, crisol de etnias.
El avión de Yangoon a Chiang Mai fue una cápsula que me trasladó en el tiempo. A pesar de los cambios que está experimentando el país, Birmania está muy retrasada todavía respecto a Tailandia. Sin haberme dado cuenta me había adaptado al día a día birmano. Se me había hecho normal el polvo, el desorden y la dureza del transporte. Y de repente, al salir del aeropuerto y ver las aceras limpias de Chiang Mai, por las que se puede caminar sin esquivar obstáculos, sentí que avanzaba medio siglo y volvía a encontrarme con tiendas bien surtidas, restaurantes de comida variada, y hoteles económicos que no te hacían salir corriendo.
Quizás por eso Chiang Mai me pareció una ciudad encantadora. El centro es un conglomerado de templos y alojamientos o restaurantes para turistas que se recorren agradablemente en bici. Nada que ver con las fotos en blanco y negro del Wat Phem Tao, que muestran imágenes de cómo era la ciudad en los años 50, y ciertamente parece la Birmania actual. El aspecto de los templos recuerda a los de Luang Prabang, en Laos, pero con ese cuidado que ponen los tailandeses en el detalle. Las ofrendas de dinero en Wat Phra Singh, el templo principal de la ciudad, no se dejan de cualquier manera. Se meten en unas fundas de plástico y se cuelgan ordenadamente de unos hilos para hacer un falso techo de tiras de dinero. Los sacerdotes más respetados tienen sus estatuas en posición de meditación. Antiguamente la escultura se iba recubriendo con ofrendas de papeles de oro, pero desde que la tecnología de los museos de cera llegó al país, las estatuas parecen de personas vivas y asustan tanto como impresionan.
El centro de la espiritualidad de la zona se encuentra en las colinas de Di Suthep, cercanas a la ciudad. El Wat Phra That está tan lleno de vida como la pagoda Shwedagon y las bailarinas o los grupos de percusionistas no paran de actuar. Los monjes repasan los dorados de los dragones que guardan las puertas, y los fieles acuden con sus ofrendas a cientos. Como había alquilado una moto, me adentré un poco más en la montaña para visitar poblados de las etnias que viven en la montaña y degustar por fin café recién tostado junto a los cafetales. Y tras un día de inmersión rural, nada mejor que adentrarse en los mercadillos nocturnos de Chiang Mai para olvidarse del cansancio entre las artesanías, gangas, y variadas comidas callejeras.
La carretera 1095 entre Chiang Mai y Mae Hong Song se está haciendo mítica entre los mochileros, y ya hay camisetas que hablan de sus 1864 curvas. Más bien es una curva ondulante continua que marea a la mitad de los pasajeros que la recorren en cuatro ruedas. Para partir el viaje pasamos un par de noches en la aldea de la etnia Lisu de Nong Thong, en casa de Susana, una avispada mujer que ha convertido su casa en una especie de turismo rural, con la ventaja de que habla un poco de inglés.
Por la noche las familias se reunían al calor del fuego en vez de frente a la televisión, y durante el día los chiquillos corrían por la calle sin ninguna vigilancia materna. Los cerdos y pollos campaban a sus anchas por las calles de tierra y las mujeres hacían las labores caseras vestidas en sus trajes típicos. Los hombres todavía visten los pantalones tradicionales, de tejido aterciopelado y colores chillones, y las chicas llevan cortado el pelo por encima de la nuca. Pero cuando los jóvenes se reúnen para jugar al fútbol, las camisetas de Messi y compañía tampoco faltan.
Los alrededores tienen un paisaje cárstico cubierto con vegetación frondosa que los hace muy fotogénicos y están llenos de cuevas repletas de estalactitas y demás travertinos muy interesantes. La más visitada es la de Tham Lot, atravesada por un río lleno de peces acostumbrados a vivir en la oscuridad, y que se puede recorrer en balsas de bambú. Los lugareños de la etnia shan se encargan de acompañarte con una vieja lámpara de queroseno mientras van fumando su cigarro gigantesco al más puro estilo birmano. Al fin y al cabo la son la misma etnia que en Birmania, y la frontera, a sólo unos pocos kilómetros, poco les importa a ellos.
Mae Hong Song sigue siendo un pueblo tranquilo a pesar del constante aumento del turismo. Las estupas doradas de Wat Chong se reflejan en el lago Nong Jong Kham mientras al otro lado la gente hace Tai-Chi, y se empiezan a montar los puestos del mercadillo nocturno. Es la base ideal para adentrarse en las montañas hacia la frontera birmana y disfrutar de la naturaleza. En los alrededores hay poblados de hasta cinco etnias distintas, aunque los más visitados son los Karen birmanos, por sus mujeres “jirafa”. Sin embargo a mí me sorprendió Ban Ruam Thai, que con ayuda real reconvirtió los cultivos de opio en cafetales, y que tiene un lago que parecía de los Alpes. Al dar un paseo en balsa de bambú de repente aparecieron cuatro cisnes negros. No creía que existieran más allá de la frase hecha del “cisne negro” por eso me emocioné como un niño.
Por si fuera poco la diversidad étnica de la zona, cuando el ejército chino del Kuomintang fue retrocediendo ante el avance de las tropas de Mao, unos cuantos soldados se refugiaron a este lado de la frontera norte tailandesa. Con el paso de los años el asentamiento se convirtió en Ban Rak Thai, un pequeño pueblo chino, rodeado de plantaciones de té Oolong, que te transporta a Yunan, y en el que puedes disfrutar de su gastronomía típica.
Para regresar decidí perderme por una ruta poco habitual, hacia Mae Sariang y Mae Sot. La selva se hizo frondosa, salvaje. La niebla matutina tapaba el sol y las casas dispersas volvían a tener el techo de palma. Para recorrer 225 km de curvas tardé 6 horas metido en un pick-up, la única opción de transporte, pero el paisaje hizo que pasaran casi sin enterarme. A pesar de estar en uno de los puntos más alejados de la capital, las carreteras estaban más que aceptables. Ahora mismo firmarían algunos pueblos de Teruel por poder tenerlas igual. Los carteles en tailandés dejaron de tener traducción al inglés, pero lo que no faltó fueron los altares en homenaje al rey, con sus ofrendas y guirnaldas de colores.
Cerca de Mae Sot las casas comenzaron a agruparse dando la apariencia de pueblo. Lo que no cuadraba era la alambrada que las recorría a su alrededor. Durante kilómetros el apelotonamiento de casas no cesó. Luego supe que no era un pueblo cualquiera. Eran los miles de refugiados birmanos que huyeron de su país en diferentes momentos de represión y que están a merced de la generosidad de sus vecinos o de las correspondientes ayudas internacionales.
Sukhothai era la última parada antes de volver a Bangkok. La antigua capital tailandesa tiene unas ruinas interesantes y unos monjes muy mandones. Caímos por casualidad en una estupa apartada, y un monje nos invitó a entrar a ver el buda de los ojos de diamante. Picado por la curiosidad y por el tatuaje que cubría toda su espalda le seguimos al interior. Allí nos indicó con gestos y en tailandés (supongo) que cogiéramos las barritas de incienso como él y que repitiéramos lo que decía. No hubo opción de declinar el ofrecimiento. Luego nos dio el oro laminado para que lo pegáramos al buda, y nos dio una bendición (supongo) acompañada de una pulsera, para luego mandarnos a la calle. Fue un curioso cierre espiritual a esta larga estancia en Asia de cuatro meses antes de saltar a Australia y volver a un mundo mucho más material.
Desde días atrás el ánimo estaba despidiéndose poco a poco de este continente donde lo espiritual es tan importante. En Mae Hong Song hicimos volar un globo de papel en una ofrenda en el templo junto al lago, emocionados como niños. Es como si una sensación de paz se hubiera instalado tras tantas semanas en este ambiente. Pero el final fue abrupto. El visado de Adriana no lo aprobaban, y no pude disfrutar de Bangkok por la tensión de pensar en las opciones que nos quedaban si definitivamente no llegaba. Por suerte, en el último momento llegó y nos embarcamos rumbo al hemisferio sur.
Hola pareja¡¡
aunque con memos asiduidad , seguimos vuestro viaje con muuuucho interés.
Por aquí como siempre, bueno con un poco mas de frío. Ahora mismo nevando…..
Se os ve muuu guapos, como dirían en mi pueblo mu majicos…jjjj
La foto de la ofrenda del globo de papel es una chulada, se os ve la cara de emoción…
Bueno un besote de toda la familia.
Gracias por la crónica, le hace creer a uno que hubiera estado allí disfrutando de estos increíbles parajes.
Un abrazo fuerte y espero que sigáis disfrutando del viaje.