Un pequeño país, con una gran historia.
Cruzar las fronteras los domingos se nos ha hecho costumbre, mas por coincidencia que cualquier otra cosa, esta es la tercera vez que lo hacemos y obviamente ese día de la semana, al país con triste historia pero esperanzadora población, Armenia.
Pasado el momento de compra de visado y sellado del pasaporte en la frontera, nos dirigimos a Spitak, muy poco conocida y casi totalmente reconstruida después del terremoto de 1988. Nos recibieron y trataron con mucha amabilidad, y fue allí mismo donde comenzamos a conocer sucesos y relatos que han ido tejiendo los fuertes sentimientos que los Armenios tienen por su tierra, de la que hablan sin parar, sin un ápice de rencor ni por el pasado mas cercano, ni por el presente. Este ha sido un país donde continuamente hemos aprendido cosas, no solo historia si no lo mas importante, acerca de la gente, sus creencias, sus costumbres, su sentir, el cual saben transmitirlo intensamente. Son una nación, que se siente muy orgullosa de haber sido la primera en haberse convertido al cristianismo hacía el 301 y de seguir siéndolo pese a las constantes invasiones, árabes, turcos otomanos, persas y hacía 1828 finalmente los rusos.
Para visitar una de tantas iglesias que se encuentran en la zona, se ha de pasar por Vanadzor, la cual es un buen ejemplo de ciudad industrial Soviética, con los edificios de su industria química, que se encuentran prácticamente a lo largo de la misma, pero que un porcentaje muy alto están en desuso.
Kobayr, es uno de esos conventos en ruinas que si no sabes donde está es imposible que la veas, escondido entre árboles en lo alto de una montaña, pero de acceso fácil por entre las viviendas de algunos locales. Ya dentro del edificio sin techo, pero con un par de paredes en buen estado, decoradas algunas con escritos en antiguo armenio y otras con frescos, se puede dar buena cuenta de la maravillosa obra de ingeniería realizada.
Durante la hora y media de camino a Yerevan, el paisaje esta marcado por los montes Argat y Ararat de este último estábamos advertidos que su fantástica vista era mucho mas impresionante que la que se tiene desde Dogubayazit, en Turquía, y por un momento se puede pensar que es lógico que lo digan, ya que lo que el monte significa para ellos es mucho mas profundo y místico, pero a la vez inalcanzable y doloroso.
Ya en la capital, es agradable la cálida temperatura que invita a salir a pasear por sus bulliciosas calles, llenas de cafés atestadas de familias y jóvenes; me llamó la atención las mujeres armenias, son elegantes, muy bonitas y andan con la seguridad que les da el saber que no dejan indiferente al sexo opuesto.
Las coincidencias nos acompañaron hasta el último día que estuvimos en el país, ojalá hubiera sido de forma mas amable pero las situaciones se presentan tal y como son. “El mundo es un pañuelo” y es mejor hacer las cosas bien por que cualquier cosa puede pasar; el recorrido de Tbilisi a la frontera Armenia lo hicimos con un carro compartido, el cual el conductor había quedado de ayudarnos en destino a buscar transporte a Spitak, por aquello de la dificultad del idioma y el alfabeto, que es diferente al nuestro y al georgiano, en el puesto del control el conductor nos hizo bajar las maletas y cuando llegamos al otro lado, el se había ido; en ese momento nos las arreglamos como pudimos y para volver a Tbilisi, nuestro alojamiento en Yerevan contrato un carro para transportarnos junto con otros viajeros, y que casualidad que era el mismo conductor que nos había dejado tirados en la frontera, lo triste de la historia es que este señor nunca aceptó que el había actuado mal, una disculpa nunca recibiremos, pero a lo mejor esta situación no se vuelve a repetir.
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