Rincones no tan vistos de Nueva York
En entradas anteriores del blog estuvimos recorriendo los sitios más turísticos de Nueva York y los museos menos conocidos. Si todavía te queda tiempo antes de coger el avión o simplemente quieres huir de las masas, te propongo algunas ideas que pueden darte otra visión más intimista de algunos rincones de la ciudad. Pero date prisa, las noticias vuelan y puede que ya no estés solo.
A pesar del cemento y los rascacielos, en Nueva York se siente la llegada del otoño. Los árboles de los parques amarillean con gusto y muchas de las casas están adornadas con calabazas y motivos otoñales. Un buen lugar para aprovisionarse de calabazas decoradas es el mercado de Chelsea, en un antiguo matadero reconvertido en paraíso de los gourmets, con restaurantes creativos y puestos de delicatesen para alegrar un día entero. Una vez aprovisionados, se puede ir a hacer picnic al High Line, como hacen los locales.
Hace 100 años, el West Side de Manhattan era un importante centro industrial, que decidió impulsar la elevación de las vías férreas que lo suministraban para evitar accidentes en los cruces de las calles. Como resultado se creó la High Line, un tramo elevado de ferrocarril que estuvo en funcionamiento hasta los años 80, cuando el último tren con pavos congelados la clausuró. La voluntad de un grupo de vecinos consiguió parar la demolición del tramo sur y trabajar para su recuperación como polo de rehabilitación del barrio.
Como resultado, las décadas de abandono dejaron a la naturaleza reconquistar el cemento a la gran manzana, y con un poco de creatividad se ha convertido en un parque lineal elevado, que supone un nuevo oasis en medio de la urbe. La vía zigzaguea entre los pisos bajos de rascacielos que se han revalorado notablemente, y se asoma en tramos junto a las aguas del Hudson, convirtiéndose en uno de los lugares más de moda de la ciudad. La intervención ha servido para sanear esta parte de la isla, y para ofrecer una agradable nueva perspectiva urbana a los turistas.
Caminando de vuelta me encontré a una marabunta de gente disfrazada de personajes de películas y ficción. Mis ojos no daban crédito. Parecía que estaba en un comic, o en un estudio de grabación. Dibujos animados y superhéroes compartían acera en diferentes tamaños y edades. Eran los participantes de la comiccon de Nueva York, un desfile de imaginación y oportunidades fotográficas.
Cuando llegué a la quinta avenida y la vi cerrada al tráfico, pensé que estarían desfilando, pero no conté con la fecha, el 12 de octubre, y la suerte de que ese día era el desfile de la Hispanidad, donde el alma latina de Nueva York muestra todo su poderío. Los dos millones y medio de hispanohablantes celebraban el 50 aniversario del desfile que aplaude la cultura en común de los países de México hasta Tierra de Fuego en comunión con España.
Otro de los grupos de inmigrantes más típicos de Nueva York son los italianos, y una visita a fondo de la ciudad no puede perderse su barrio, Little Italy. Los vecinos de Chinatown están en fase expansiva, pero los locales de solera de las calles Mulberry y aledañas todavía te permiten revivir las escenas de película que tu subconsciente ha guardado tras verlas tantas veces en el cine.
Además es una buena forma de recargar las baterías. Las terrazas con menús de pasta son bastante asequibles y las tiendas de delicatesen te pueden preparar bocadillos de productos frescos o pizzas caseras al taglio para que las disfrutes en los bancos junto a los escaparates mientras ves la vida pasar a como si estuvieras dentro de una película de sobremesa de domingo.
Otra zona muy interesante es la isla de Roosvelt en el río Este. Recomiendo acceder con el funicular que se coge en la segunda avenida y disfrutar así de las vistas de los rascacielos desde otra perspectiva, y del puente de Queensboro por el que llega el maratón a la isla de Manhattan.
En el extremo sur están las ruinas del antiguo hospital de la viruela, escenario ideal para una película de intriga, y con unas vistas distintas del skyline paseando junto al río bajo una bóveda de árboles otoñales. En la punta está el parque de los cuatro sueños del presidente Roosvelt, justo frente a los edificios de la ONU. Un buen lugar para meditar en medio de la gran ciudad.
Otro paseo recomendable es cruzar el puente de Brooklyn y disfrutar de las vistas desde el parque de Dumbo. Los antiguos almacenes industriales se están convirtiendo en modernas librerías y lofts la zona está sufriendo un interesante renacimiento. Hasta el casi centenario tiovivo Jane´s (1922) se ha adaptado a los tiempos modernos y se ha acristalado para que los niños modernos no sufran las inclemencias del invierno.
Los amantes del góspel pueden disfrutar con una visita al corazón de Harlem en una mañana de domingo. Señoras engalanadas con pamelas y maridos elegantes hasta el último detalle caminan en familia hacia los diferentes templos del vecindario alrededor de las 10 de la mañana. Las opciones para elegir son variadas. En algunas iglesias los coros son casi profesionales, pero están tomadas por grupos de turistas y los locales están hartos de que la gente se levante en que se aburre y no viva la celebración como lo que es.
En la calle 137 y 138 con la avenida Malcom X están las más visitadas, pero en la Mother African Methodist, si miramos el color de la piel, había más turistas que locales. Otras iglesias más pequeñas pueden tener coros menos armoniosos, pero la devoción suple esas carencias y uno puede sentirse partícipe de la celebración comunitaria y contagiarse de esa alegría que inunda el ambiente.
Pero para disfrutar de la ciudad, lo mejor es patearla y viajar en metro. Allí se ve el pulso vital de sus ciudadanos, que son parte del atractivo que tiene esta ciudad singular. Y se es consciente de lo agujereada que está la gran manzana. Vaya obra de ingeniería. Algunas de las estaciones son verdaderas obras de ingeniería, y otras tienen detalles singulares de arte, especialmente mosaicos cerámicos.
Caminando uno puede encontrarse con esas sorpresas inesperadas que enriquecen el viaje, como inauguraciones de tiendas que le regalen estatuas a tamaño real de Lego, o descubrir calles todavía adoquinadas entre los rascacielos, como Washington news, y que le transporten a esa imagen de Nueva York de película, en la que conforme se acercan estas fechas de Navidad, uno acaba viendo a Santa Claus en todas partes.
detalle de azulejos en el metro de NY