Georgia, la joya por descubrir del Cáucaso.
Me gusta cruzar fronteras. Tras la tensión seria de los trámites con el pasaporte se ofrece un país distinto, una nueva forma de interpretar la vida. A veces mucho más ordenada que la del pais que abandonas. Otras veces una caida libre al caos y a los buscavidas que viven de la desorientación del viajero recién llegado. En cualquier caso cruzar la frontera entre Turquía y Georgia es un shock más allá de ser la frontera que separa Asia y Europa.
Y no es que haya mucha diferencia entre la gente, pues las poblaciones fronterizas son permeables al país vecino. El shock radica en el idioma. De repente las letras se convierten en trazos initeligibles, nunca vistos. Encontrar el autobús a tu destino es una odisea, pues un leve error de pronunciación puede mandarte a la otra punta del país. Por suerte esta dificultad inicial la supimos superar con el paso de los días. Había que aprenderse las vocales. Una vez situadas en el cuerpo de la palabra era posible verificar si coincidía o no con el destino al que te diriges. Más o menos como jugar al ahorcado.
Nuestro primer destino era Batumi, una ciudad de vacaciones a orillas del Mar Negro. Me impresionaron los edificios del centro restaurados con mucho gusto que ofrecen un agradable paseo. Se está invirtiendo mucho dinero para atraer el turismo de la zona del Cáucaso, y los coches que circulan van acordes a las tiendas de lujo que flanquean las calles principales. Le pongo dos peros. Uno la playa, que es de piedras y acercarse hasta el agua es una penitencia en vez de un placer. Y el otro que, si te sales de las calles renovadas, te encuentras con casas que no han recibido una capa de pintura desde la época de la URSS, y que acogen a la población que no ha podido subirse al tren del «progreso» y que sobrevive con lo que puede. Por tanto esa primera imagen turística de la ciudad se convierte en poco más que un decorado a lo Disneyland para que los visitantes se dejen las divisas.
En las cercanías de Batumi se levanta la antigua fortaleza romana de Gonio, que todavía mantiene en muy buen estado de conservación las murallas, delimitando un espacio perfectamente rectangular. En su interior se encuentra la tumba de San Mateo y justo el día que la visitamos se celebraba su onomástica, así que estaba animada con peregrinos que venían a visitar su tumba y a cumplir con el ritual de persignaciones, besos a la tumba, y choques de cabeza. Para los ojos de un no ortodoxo resulta llamativa toda la parafernalia, acompañada del siemprepresente encendido de las velitas. Cuando les explico que en Españase sustituyen las velas por lucecillas eléctricas les cuesta creerselo. Y si les cuento que en Santiago de Compostela se pueden encender velas en una pantalla de televisión mandando un SMS, los ojos se les ponen como platos.
Una de las cosas que me atraían para venir a Georgia era estar fisicamente en el escenario del mito de Jasón y los Argonautas. La Cólquida era uno de los dos reinos de la actual Georgia. El otro se llamaba Iberia, y hay quien lo conecta con nuestro lado de Europa. Esa es la ventaja de la prehistoria, que la falta de documentos deja volar la imaginación. Lo que sí parece cierto es que la capital de la Cólquida estaba en la actual Kutaisi, la segunda ciudad del país. Si atendemos a la leyenda, Jasón, Castor, Polux y compañía remonaron el actual río Rioni hasta llegar a estos mismos lugares para conseguir el vellocino de oro. Hoy en día se hubieran encontrado con una ciudad gris que apenas empieza a despertar de la debacle del bloque comunista, lo opuesto a la opulencia de la corte del rey Eetes. Y eso se ve de alguna manera también en las caras de la gente.
Sin embargo el paisaje natural es de un verdor exhuberante. En las cercanías están los monasterios de Gelati y Motsameta, guardianes de tradiciones centenarias, pero que no pueden competir con el encanto de Mtskheta, el gran centro espiritual, y antigua capital de Georgia. Por un lado está la iglesia de Jvari, recortándose en lo alto del monte, y de gran importancia histórica. Pero lo que sin duda impresiona, por cansado que esté uno de ver iglesias georgianas, es la catedral. Su exterior está bellamente decorado con los cordones y medallones que rodean puertas y ventanas, pero sin duda es la visión de su interior lo que hace que se te escape más de una exclamación. Con pequeñas ventanas y unos muros gruesos que recuerdan en cierto modo a los templos románicos, sus tres estrechas naves se elevan majestuosas sobre frescos antiquísimos, todo ello iluminado levemente por la luz que deja pasar el tambor de la altísima cúpula central, que es la que da el aspecto exterior característico a estas construcciones.
Ese mismo perfil de iglesia se repite por todas las direcciones en la parte vieja de Tiflis, la capital. Incluso en lo alto de las murallas del castillo se divisa otra cúpula puntiaguda, dando ese toque particular a la línea del horizonte. Pero la más fotografiada es la de Metekhi, que está junto al río Kura, en lo alto de un cortado. La verdad es que toda la ciudad está llena de rincones para descubrir y pasear sosegadamente. La rehabilitación de la parte vieja compite en encanto con el diseño de edificios de nuevo cuño, y está creando una futura joya turística. Los cafés y restaurantes decorados con gusto están listos para recibir a las oleadas de turistas que seguro recorren estas calles en que se empiece a correr la voz. De momento Tiflis, o Tbilisi como se le conoce internacionalmente, es uno de los destinos que más me ha gustado en lo que llevamos de viaje.
También tiene sus toques soviéticos, pero no se notan disonantes con el alma de la ciudad, aunque sean iguales a los que podían estar en cualquier ciudad rusa. Sirva como ejemplo el metro, que al estilo del de Moscú tiene las escaleras mecánicas que salvan la diferencia de nivel con la calle en una sola tirada. Son 320 escalones uno detrás de otro que se mueven a una velocidad nada lenta, bajo la adormilada mirada de la señora que vigila desde una caseta que nadie se caiga en los 2 minutos y 5 segundos que tardas en recorrerlos.
No podíamos irnos de Georgia sin asomarnos al Cáucaso, las montañas que dan nombre a la región. El valle de Kazbegi es el más accesible desde Tiflis, pero por ello no deja de ser espectacular. Desde los 1750 metros del valle se puede observar, con permiso de las nubes, la impresionante pirámide de 5050 metros del monte Kazbegi, ante los cuales se recorta la inconfundible silueta de la iglesia de la Trinidad, otro de los pilares de la espiritualidad georgiana, que para no faltar tiene que estar en la cima de su correspondiente montaña. La excursión hasta allí ofrece unas vistas panorámicas que recompensan el esfuerzo. Para los más atrevidos, unos pocos kilómetros más arriba está la frontera rusa de la región de Chechenia, y el siguiente valle al oeste pertenece a la rebelde Osetia del Sur. Nombres que, ayer como quien dice, estaban en el telediario, y que nos recuerdan que estas preciosas tierras han sido históricamente fuente de conflictos que aún hoy provocan cientos de miles de desplazados y refugiados.
Hola,
Me ha encantado leer tu relato sobre el viaje al Cáucaso. Yo estuve también por esa región hace varios meses y quedé muy satisfecha.
Además me encantó esta región, una maravilla!!
Saludos!