Pamukale, Capadocia y Nemrut Dagi; las 3 fotos típicas de Anatolia Central
Hay lugares maravillosos que tienen su encanto en cosas intangibles, difíciles de captar con una cámara de fotos. Son sitios donde la gente y su ritmo de vida son los que te enganchan, pero eso no cabe en una foto, eso hay que sentirlo, y la transimisón de ese sentimiento no es tan mediática como la imagen. Sin embargo otros lugares ofrecen un lado fotogénico y sus posters llenan paredes de medio mundo con esa instantánea. Quién no ha visto los travertinos de Pamukale o las chimeneas de hadas de Capadocia y ha soñado con ir allí.
La importancia de las fotos como motor de la industria turística es fundamental. Ahora están de moda las votaciones online para elegir las nuevas maravillas del mundo, y lo que se vota en realidad es la foto, pues la mayor parte de la gente no las ha visto in situ. De pequeño me había quedado embobado viendo unas fotos donde la gente se bañaba en unas piscinas blancas, colgadas en un acantilado. Y me aprendí el nombre. Pamukale. Castillo de algodón. Cuando hice por visitarlas hace unos años, me contaron que estaban secas y que no merecía la pena, así que lo dejé.
Tras dejar atrás la costa, ahora Pamukale no era un desvío excesivo en el camino, así que no quise dejar escapar la oportunidad de ver si la foto se correspondía con el presente o no. Y no sé si hice bien. Es duro confrontar un sueño con la realidad, porque puedes hacer caer una ilusión. No es que haya sido el caso totalmente, pero no es lo que tu subcosciente construye tras ver las fotos. Es un sitio único, un enclave irrepetible, pero la mayor parte de los travertinos están secos. Sólo algunas zonas retienen agua, lo que le da un aspecto un poco tristón. Da para llevarte esa foto de recuerdo que siempre quisiste sacar, pero sólo puedes bañarte en unas piscinas artificiales que han construido en la parte que puedes pisar. Han dejado un sucedáneo para que el flujo de divisas no pare, pues lo cobran a precio de oro.
Justo encima de los travertinos están los restos arqueológicos de la antigua Hierápolis, la ciudad balneario en la que los romanos disfrutaban las aguas. Tiene un agradable paseo si se hace al atardecer, esperando a la puesta de sol sobre las piscinas. Para disfrutar de ruinas, mucho mejor Afrodisias, una ciudad mucho menos concurrida dedicada a la diosa del amor y que sorprende por la grandiosidad de algunas construcciones. A mí me impactó el odeón, en un estado de conservación asombroso, y el estadio, de origen griego, de 270 metros de largo en el que todavía se conservan los asientos de piedra para 30000 espectadores.
Si en otras zonas turísticas de Turquía parecía que había muchas instalaciones para pocos visitantes, Pamukale y Capadocia, el siguiente destino, estaban todos llenos. Costó trabajo encontrar un hotel en Goreme llegando sin reserva. La maquinaria del turismo de grupos ha dividido la región en tres zonas y logra disimular en increible número de visitantes. Sirva como ejemplo que cada amanecer, a pesar de los precios prohibitivos, se levantan entre 50 y 100 globos para ver el increible paisaje desde el aire, formando un espectáculo en sí mismo.
Parece que haya sido el propio Dalí el que se encargó de diseñar estos valles. Fruto de la erosión sobre sedimentos volcánicos de distinta dureza, cada lugar que mires te sorprende. No sabes si estás en un decorado de la guerra de las galaxias o en una zona de lanzamiento de cohetes que se han quedado petrificados. A eso hay que sumarle que la gente del lugar le pilló el gusto a excavar, y si ya son raras las formaciones, sorprende aún más que las hayan agujereado para acondicionarlas de viviendas o establos. Cuando llegó el cristianismo las iglesias las hicieron de la misma forma, y cuesta creer cuando estás dentro y ves sus pinturas que haya sido todo excavado. Lo malo es que el exceso de visitantes ha hecho que tan frágiles materiales se deterioren más rapidamente, y algunas iglesias que ví en anteriores visitas ahora están cerradas.
Si te sales de los circuitos oficiales todavía se puede disfrutar del encanto rural de estos valles mágicos. Tuvimos la suerte de que Tamsu y sus amigos profesores nos pillaran en autoestop y recorrimos con ellos lugares que de otra manera no hubieramos podido ver, terminando el día con un concierto de música clásica en Mustafapasa, un encantador pueblo de casas de piedra con relieves, que todavía te permite hacer una idea de cómo era la región antes de la explosión del turismo.
También me encantó Selime, un monasterio excavado completamente en la roca, con todas las dependencias comunicadas por corredores que hacían las delicias de los chavales, y la pesadilla para los padres. Y cuando no había roca en la superficie, la afición de los locales hacía que excavaran hacia el interior. En la zona hay varias ciudades subterráneas, de las que visité Derinkuyu. Puedes bajar hasta el nivel -5, a 55 metros de profundidad y ver cómo vivían las 4000 personas que se podían refugiar allí en caso de amenaza exterior, encerrándose con impresionantes puertas de piedra que dejaban rodar para cerrar los pasillos estrechos que comunicaban los barrios bajo tierra.
La estación de Kaisery era la salida para el siguiente destino. En visitas anteriores había visto las fotos de cabezas gigantes en algún lugar del centro de Anatolia. Ahora estaba en ruta. Vería in situ las cabezas del Monte Nemrut. Mientras esperaba el autobús seguía reflexionando sobre el progreso que ha afectado al país en los últimos años. La estación no tenía los aspersores para refrigerar el aire de la de Denizli, pero estaba acristalada como un aeropuerto, y su centro comercial tenía hasta delicatessen donde vendían cecina de vaca. Sorprendido pregunté al que me vendió el billete sobre el número de pasajeros que la usaban, pero los idiomas que hablamos cada uno no eran coincidentes, así que gracias a su ordenador y al traductor de google supe que 6000 pasajeros diarios. Hay que reconocer las mejoras en infraestructuras del país, pero como la gente me dice, este progreso no está arrastrando a todos. Hay gente que se queda atrás y no puede beneficiarse de los avances. Los salarios no suben igual que el precio de los billetes del autobús.
La ciudad de Kahta parece que se ha quedado al margen del progreso del resto del país, y hasta del turismo, y eso que es uno de los mejores sitios para acceder al Monte Nemrut. Costó encontrar gente para montar una excursión, pues el transporte público no llega hasta el Monte Nemrut donde se encuentra la tumba de Antioco I. Este caprichoso rey del siglo I aC decidió enterrarse bajo una montaña de piedras de 50 metros en la cima del Monte Nemrut, y para que quedara claro construyo dos terrazas con esculturas de distintas deidades que son los restos que ahora se pueden ver.
Nuestro chofer sólo hablaba kurdo, así que en las paradas que hizo en el camino, señalaba en un libro lo que podíamos ver, y se lo daba al primero que pillaba para que hiciera de guía al resto. La verdad es que las visitas previas fueron de lo más intersante por inesperadas. El paisaje de un amplio valle entre las montañas era en sí mismo un espectáculo, pero el puente romano de Cendere tras la garganta cortada por el río Kahta, o el castillo mameluco de Keni Yale valen la pena en sí mismos. Y sobre todo Arsameia, la antigua capital del reino
Comagene fundada por Mitriades I en el 80 aC, que tiene un emplazamiento privilegiado sobre el valle. Aparte de las estelas diseminadas entre matorrales y carrascas, llaman la atención los templos cueva, túneles que descienden hacia el interior de la roca durante decenas de metros y que se cree que eran utilizado para algún tipo de culto.
Tras una subida espectacular se llega al Monte Nemrut. Allí están mirando al horizonte las gigantescas cabezas que aparecían en las fotos. La verdad es que el paisaje que lo rodea es impresionante, y las esculturas le dan un aire místico al lugar. Quizá haya sido la foto de las tres que más me ha gustado, probablemente por que es la que menos tenía vista, y por tanto la que menos expectativas me había creado. Por eso hace ya un tiempo que no quiero ver fotos de stios en los que no he estado para así dejarme impactar sobre la mente en blanco, sin condicionar.
Jo, que recuerdos…ya casi habia olvidado el lugar…claro han pasado casi 20 años desde que estuve!!!!
Camino de las antiguas republicas ex-sovieticas, no os perdais el lago Van con sus iglesias bizantinas, la ciudad abandonada de Ani cerca de Kars o el Ishak Pasha Palace en Dogubeyazit. Y alucinar con los campos de lava que rodean al monte Ararat…Ah! y si pasais por Diyarbakir comed su famosa sandia…
Buen viaje!!!!!!!!!!!