Yangshuo
El moderno metro de Guanzhou (antes Cantón) te transporta del expreso que la une con Hong Kong, a la caótica estación central de donde sale el viejo tren hacia Guilin. Es otro más de los ejemplos de las dos Chinas que todavía conviven. Una vez allí, el autobús que te lleva hacia Yangshuo te mete en la China rural que desde niño te imaginabas, y que da vértigo si la comparas con Pekín. Campos de arroz salpicados de sombreros cónicos, con bueyes de agua arando casi artesanalmente. Los campos son trabajados con mimo y a mano, quitando las malas hierbas en cuclillas, y regándolos con cubos llenados en los ríos cercanos. Se podría decir que en China, la agricultura alcanza el grado de arte»¦ o de trabajo de chinos. Pero el conjunto es, si cabe más impresionante, pues los campos de diversos tamaños conforman un paisaje parecido a un puzzle de colores.
El atractivo principal de esta zona cárstica son los picos de paredes casi verticales cubiertos de vegetación. Los más fotografiados son los que están a orillas del río Li, por su reflejo en el agua. La foto la redondearía la silueta de un pescador con cormoranes recortado en el atardecer, pero la realidad es otra. El río se ha convertido en una autopista de barcos repletos de turistas chinos con una cámara en cada mano. Y en cuanto a los pescadores, la contaminación y la pesca excesiva han hecho que esta interesante actividad ya no sea rentable por los peces que se cogen, sino por los turistas. Así que los únicos pescadores con cormoranes están ociosos en la orilla hasta que la proximidad de algún barco les hace posar para las fotos.
La técnica de pesca es interesante. Se pone un anillo al cuello del cormorán que le impide tragar los peces grandes que atrapa. Entonces se acerca al dueño que le espera sentado en la barca, quien se lo quita y le da de recompensa unos peces más pequeños que sí puede tragar.
Una forma de disfrutar de los alrededores es coger una bicicleta y perderte por los pueblitos, siempre escoltado por los picos que emergen de los arrozales dorados. En uno de esos pueblos me encontré con el desfile a caballo de los artistas que anunciaban la función de circo para esa tarde. O eso me supuse cuando al salir del pueblo vi la carpa que daba sentido a tan rara procesión.
Pero si se quiere disfrutar del río, en el pueblo de Xingping se alquilan botes pequeños que te evitan las explicaciones del guía acerca de los nombres de las montañas. Los chinos le ponen nombre a todo, desde el evidente «serpiente que sale del agua» hasta cotas de imaginación que asombrarían al principito. Siempre me pregunto si cada guía se inventará sus propios nombres, o en verdad se estudian con un mapa semejante zoológico de calificativos. Yo prefiero imaginarme mi propia película sin guión, mientras sentado en la proa dejo arrastrar los pies con la corriente y disfruto del silencio. En los claros de los frondosos bambús de la ribera, se adivinan las casas humeantes de algún pueblo, y de vez en cuando aparecen paisanos en sus navatas de bambús cargadas con la compra, que empujan con percha a modo de góndolas.
Yangshuo es uno de esos sitios que pueden hacer sedentario a un viajero»¦ por un tiempo. El alojamiento adecuado, junto con los restaurantes a la europea, lo convierten en un oasis en medio del estrés que supone viajar independientemente por China. Aunque te hayas acostumbrado, agradeces el tener algo para desayunar que no sean los noodles de arroz. Se da el caso de gente que ha estirado la habitual semana hasta más de cuatro años. Y es que la afluencia de extranjeros hizo que los estudiantes chinos vinieran aquí para aprender inglés, necesitándose cada vez más profesores de inglés, que veían a su vez una buena manera de hacer una inmersión en la cultura china. El resultado es que la West Street parece la ONU, con gente de todos los rincones del mundo, en un entorno que podría ser cualquier lado menos China.
Al sentarte en un restaurante decorado a la italiana, con el menú repleto de pasta y antipasti, tienes un momento de alucinación y te imaginas que la pizza que has pedido va a ser como las de casa. La esperas con impaciencia, repasando mentalmente la técnica de comer con tenedor y cuchillo. Al verla, el aspecto es igual pero sólo al hincarle el diente, el sabor inusual a especias y ajo te devuelve a China de sopetón. Sabe a diablos. Y mira que ya lo sabías. A pesar del decorado, la gente de la cocina no ha salido del pueblo en su vida, pero no has podido evitar el que tu imaginación vuele y te juegue esa mala pasada. Mejor seguir practicando con los noodles para cuando comer con palillos sea deporte olímpico.
El poder sentarte en una terraza y hablar todos en el mismo idioma, con el mismo transfondo cultural, sin necesidad de tener que dibujar o gesticular para que te entiendan, es un descanso mental difícil de explicar. Necesitas comentar con viajeros las situaciones embarazosas que te han pasado y así liberar esa carga mental al reírte de ellas. Incluso repasar las costumbres chinas que tanto te sorprenden. Porque la mayoría de las veces cuando preguntas, te contestan «mei you» (no tengo), aunque estés convencido de que sí que tienen lo que pides. O porque dicen que no saben dónde hay internet, y al entrar a preguntar en la tienda de al lado resulta que es un cibercafé. O porque cuando estás tranquilamente escribiendo tu diario se acercan a ver los «dibujitos» que haces. O porque quieren hacerte fotos cuando te ven comiendo con tenedor. Y eso te va cargando. Son las cosas del choque cultural.
Nadie de los allí presentes había conseguido nunca levantarse a desayunar antes que los chinos. El día que te levantas orgulloso al amanecer, resulta que todos los chinos están terminando ya de hacer taichí. Pero lo que no superas, aunque lleves meses, es la forma de sonarse. Aquí, primero, reorganizan sonoramente las flemas y, luego, las escupen sin problema sobre la marcha. La muchacha china más bonita que he visto en todo el viaje fue la que consiguió hacer el ruido más repulsivo cuando cruzaba frente a mí, aunque por suerte escupió al lado contrario. Cualquiera le da un beso después.