La guarida del Lobo de Hitler
Las ruinas mayas de la península del Yucatán nos parecen una visión onírica cuando salen de frondosas selvas tropicales. En Europa tenemos unas ruinas que también salen de bosque pero en vez de estar ligadas a esa imagen indígena, van vinculadas a la locura nazi. Son las ruinas de los búnkeres desde los que Hitler dirigió la mayor parte de la Segunda Guerra Mundial: La Guarida del Lobo
El objetivo del viaje era visitar Gdansk, de la que hablaré en una próxima entrada, pero una lectura casual me descubrió un sitio que ni siquiera había imaginado. Probablemente llevado por imágenes de época que en alguna ocasión había visto, pensaba que Hitler había dirigido la guerra desde su famoso bunker en Berlín en el que supuestamente acabo suicidándose. La película “El Hundimiento” no hizo más que reforzar esa idea. Pero la realidad es que a Hitler le gustaba estar cerca de los frentes de batalla y por eso construyó varios complejos militares diseminados por los territorios del tercer Reich. Sólo acudió al Führerbunker cuando el territorio del Reich se encogió a su mínima expresión.
El viaje lo tenía ya montado con un grupo de amigos y con los billetes comprados, así que no pude desviarme mucho del plan inicial, pero conforme iba descubriendo más cosas, más ganas tenía de visitar lo que iba leyendo. Vaya por delante que no soy un fan de la parafernalia nazi, pero sí una persona curiosa a la que le gusta ver con sus ojos las cosas. Así que adapté el viaje para incorporar una de estas curiosidades históricas, la que mejor se adaptaba.
Sabía que Hitler se movía en un tren blindado con frecuencia, el Amerika, pero no sabía que había mandado construir dos túneles de hormigón para refugiarse de un supuesto ataque aéreo si era sorprendido cuando planificaba el ataque a Rusia. Hoy puede visitarse uno de los túneles, cerca de Strzyżów, en el que se reunió con Musolini. Tras restaurarlo del noble arte de criar champiñones que lo tuvo ocupado durante los años del comunismo, ahora ya se puede visitar como museo. Estaba demasiado al sur para desviarme, pero lo cito aquí por si alguien tiene tiempo para planificarlo en su viaje. Queda pendiente para otra ocasión.
Mazuria es una zona turística del noreste de Polonia cuyo atractivo gira alrededor de los lagos interconectados que pueblan la región. Si se viaja en verano la parada es obligatoria para disfrutar de los paseos en barco o de la paz de sus orillas, pero en mi caso era otoño y la actividad turística estaba de retirada. Mikolajki, que probablemente es una bulliciosa ciudad en agosto, en otoño, lloviznando y al anochecer era una invitación para recogerte al calor del hogar. Al menos el olor a leña ardiendo inundaba el aire fresco de la orilla.
Viajar por esa zona en otoño tiene el aliciente de ver los árboles con unos colores explosivos. El GPS nos llevó por carreteras terciarias, sin tráfico, y parecía que estábamos rodando el típico anuncio ideal de una marca de coches. Los altísimos árboles de variadas tonalidades se elevaban a ambos lados de la estrecha carretera y uno tenía la sensación de estar entre los rascacielos de un Manhattan forestal al anochecer. En vez de ventanas iluminadas había distintas manchas de amarillos y verdes claros en los impresionantes muros vegetales que contenían la carretera.
Por desgracia la luz era escasa y las fotos sólo quedaron grabadas en nuestras retinas. Si hubiéramos llevado alguna cámara de fotos igual se podía haber hecho algo. Pero al ser una escapada corta imaginábamos que alguno de los fotofanáticos del grupo se llevaría la cámara y al final nos fuimos todos sólo con los móviles. Y no es lo mismo. ¡Maldita política de bultos de mano de las aerolíneas baratas!
Los mismos lagos que atraen a turistas ahora fueron clave en la decisión de esta localización para construir el cuartel alemán. La barrera de Lagos suponía una protección natural frente a un hipotético avance de las tropas soviéticas en caso de que el frente llegara hasta esa zona. Se eligió un bosque apartado de núcleos de población y bajo la cubierta protectora de los árboles se construyeron una serie de edificios en los que Hitler iba a dirigir la ofensiva sobre el territorio soviético.
Las obras comenzaron en 1940 dentro del máximo secreto. Sólo pronunciar la palabra Hitler era motivo para ser enviado al frente ruso. Todo tenía que ser nombrado en clave para evitar que alguna comunicación interceptada diera pistas de su localización al enemigo. El método triunfó e hizo que los aliados no sospecharan nunca de qué es lo que se escondía bajo este tupido dosel arbóreo. Las lonas de camuflaje tapaban los caminos y las torretas antiaéreas que se situaban en los techos de los colosales búnkeres de hormigón.
Debido a la marcha de los acontecimientos en el frente ruso, Hitler pasó aquí la mayor parte de la Guerra Mundial rodeado del alto mando militar alemán. Los aliados creían que el cuartel general estaba en el nido del águila, Berhof, el tantas veces fotografiado chalet de montaña en los Alpes Bávaros. Pero los datos dicen que entre el 24 de junio de 1941 (tres días después de la invasión de la Unión soviética, cuando llegó en su tren por primera vez) y el 20 de noviembre de 1944, cuando por la proximidad de los rusos (a tan sólo 15 km, pero con los lagos en medio) lo abandonó, Hitler pasó aquí más de 800 días dirigiendo la guerra.
Los rusos tardaron dos meses en avanzar esos 15 kilómetros, y el 24 de enero los alemanes abandonaron definitivamente el recinto, volando los edificios con cargas explosivas que en algún caso fueron de más de 8000 kilos de TNT. Unas 54000 minas protegían la zona y no fueron desactivadas hasta 1955. La zona quedó abandonada durante la época comunista, y no fue hasta finales del siglo pasado cuando se promovió el turismo en la zona.
En la actualidad las ruinas son visitables, aunque los carteles amarillos avisan del peligro de meterte en los búnkeres saliéndote del camino. De momento no lo impiden. Todo llegará. El musgo recubre el hormigón de las colosales construcciones, que se elevan casi hasta la copa de los árboles. La vegetación ha crecido en ellos también y da ese aspecto romántico de que la naturaleza quiere tragarse esta oscura etapa de la historia.
Los edificios destinados a garajes y reuniones estaban hechos de ladrillos y están más deteriorados. Los que están construidos en hormigón permanecen resquebrajados en medio del bosque recortando una imponente silueta entre las hojas otoñales. Paredes de hormigón tres metros de grosor desplazadas varios metros de sus lugares dan idea de la fortaleza de la construcción frente a los explosivos que las quisieron destruir. En otros casos la explosión simplemente agrietó el muro o desplazó el techo, de hasta 6 metros, apenas unos centímetros.
De entre las casas de los mandamases alemanes, la de Goering todavía es reconocible a pesar de su destrucción, y su gigantesco búnker anexo todavía tiene torretas antiaéreas en el tejado que los intrépidos pueden trepar. No corrió la misma suerte el bunker de Hitler, que era el más grande y en el que más celo se puso para la voladura. Las torretas antiaéreas salieron despedidas decenas de metros de su emplazamiento y pueden verse cerca del estanque de agua. Los techos de casi ocho metros de grosor han sido volatilizados. Los árboles han colonizado los antiguos salones en los que se decidió la política de exterminio judío, y hoy sobrepasan en altura los restos de los muros. El paisaje es único y al pasearlo en silencio tuve parecidas sensaciones a las que viví al recorrer el campo de concentración de Auschwitz.
En el recinto llegaron a vivir más de 2000 personas y contaba con cine y salones sociales para los oficiales. Dentro de los tres anillos de seguridad había estación de tren y, aeródromo. Sólo uno de los edificios ha sido reconstruido. El antiguo búnker para oficiales de las SS ahora alberga un hotel en el que se puede pasar la noche y disfrutar de la visita a las ruinas con la tranquilidad matinal antes de que lleguen las hordas de turistas. Además de lo exótico del alojamiento, el desayuno es abundante y el precio incluye la entrada a las instalaciones.
En verano hay posibilidad de recorrer la zona en vehículos militares de época, e incluso ejercitarse en el tiro con reproducciones de armas de aire comprimido. Aunque uno no sea fan de la parafernalia militar, el paseo en otoño es muy agradable. Como no hay lugar donde atar un candado, la moda aquí es dejar pequeños palos sosteniendo figuradamente los gigantescos bloques de hormigón. A juzgar por la cantidad de palos, el lugar se está haciendo cada vez más popular.
El sitio más fotografiado es sin duda el monumento (cuya placa ha sido robada ya varias veces) que rinde homenaje al coronel conde Claus von Stauffenberg, el militar que intentó asesinar a Hitler para acabar con aquella locura y que quedó relatado en la película Valkiria. El calor de un 24 de julio unido a las obras en su bunker para aumentar el grosor de sus muros, hizo que la reunión tuviera lugar fuera del bunker. La fuerza de la onda expansiva se escapó por las ventanas en vez de rebotar entre los muros de hormigón del bunker y Hitler no murió. Hoy sólo podemos abstraernos frente a los restos de la cabaña que estuvo a punto de cambiar el curso de la historia.
Yo también quede boquiabierto con la Guarida del Lobo. Cuando uno está loco, aquello que construye también es una locura. La visité en 2012 y de casualidad, que es como sorprenden más las cosas.
Buen artículo. La pena las fotos por el tema de la política de bultos de las compañías Low Cost xD
Saludos!
Gracias Rafa. A mi también me sorprendió mucho. Me quedé con las ganas de visitar los túneles para los trenes. Para la próxima.