Rumbo al sur de India
Monte Abu es famoso por sus templos jainitas y por ser el lugar elegido por los habitantes de Gujarat para pasar las vacaciones. Hay quien viene buscando un respiro para sus glándulas sudoríparas, ya que gracias a la altura se puede decir que por las noches hace fresquete. Pero la mayoría vienen a reponer las sales perdidas en el calor con la cerveza (y otros licores no tan refrescantes) que la ley seca no les deja comprar en su estado. El resultado es que el pueblo parece que sólo tenga hoteles y restaurantes. Y turistas, que en dimensión india significa cientos de personas a tu alrededor, hagas lo que hagas.
Diwali, el festival de las luces, estaba al caer y las bombillas que ya alumbraban las fachadas de los hoteles daban un ambiente navideño. Para los hindús es el fin de año, y todo el mundo se prepara con esmero limpiando y renovando casa y negocios. Al dueño del hotel donde nos alojamos le debió de dar una urgencia, porque se puso a picar el suelo de la entrada por la noche, sin importarle el ruido. Las sierras de cortar baldosas se oían pasada la medianoche. El resultado fue que al día siguiente la entrada lucía con un precioso suelo nuevo. No se puede contradecir las decisiones del astrónomo de la familia.
Los templos de mármol de monte Abu son impactantes por el detalle de sus esculturas. A los escultores se les pagaba por la cantidad de polvo que acumulaban cada día, motivándolos a cuidar el detalle. Las columnas, techos, marcos de puertas, paredes, tienen un desfile de músicos, bailarinas, dioses, caballos, elefantes y demás seres, que le podrían entretener a uno días enteros. El más espectacular, y que debería dejarse para el final si uno puede saltarse el orden del recorrido, es el Vimal Vasahi, construido en el siglo XI y que con sus 57 altares alrededor del patio asombra a todo el que lo visita. Como no se pueden hacer fotos, es de los sitios que hay que ver in situ y guardar las imágenes en la retina.
En el tren a Mumbai, nombre con el que se conoce ahora a la antigua Bombai, coincidimos en el compartimento con un equipo de televisión que volvía de un rodaje. Necesitaban un personaje uzbeko para un pequeño papel en una serie, y dada la versatilidad de los rasgos de Adriana, le propusieron el papel. Lástima que sólo íbamos a estar un día en la meca del cine indio. Cine que por cierto ha rodado una película de éxito en España (Zindagi na milegi dobara), y la gente está con ganas de visitar el país. Como les dé a los indios por ir para allá, que se preparen en la tomatina de Buñol, uno de los sitios que más gracia les ha hecho, porque son multitud.
Me sorprendió Mumbai. La esperaba más caótica, sucia o llena de chabolas. Pero la realidad fue otra. Quizá porque nos guiaba nuestra amiga Kanakee y evitó zonas conflictivas, o porque no estuvimos el tiempo suficiente, pero la imagen que me queda es de una ciudad dinámica, con una energía especial. Los edificios de la época inglesa le dan el decorado, pero los millones de indios venidos de todos los rincones del país aportan el alma. Tiene unos paseos marítimos que no deben envidiar al malecón habanero (aunque el agua del mar sea tan tóxica que impida el baño) y los motocarros llevan taxímetro que funciona (esto para uno que lleva viajando un tiempo por India le quita un buen número de regateos). Incluso se pueden reservar los autobuses interurbanos por internet. Me gustó, y queda pendiente volver con más tiempo, y disfrutar de su variedad de restaurantes, bares y bazares.
Como toda gran ciudad tiene sus contras, y la movilidad es una de ellas. Había comprado un billete a Aurangabad en un bus nocturno, y había elegido el punto de recogida más cercano, que quedaba a un buen trayecto en taxi. Al ir a coger uno, resulta que ninguno nos quería llevar. Decían que había un atasco, y que no iban. Aquí es así. Cuando paras un motocarro primero acepta llevarte al sitio si quiere, y luego viene la discusión del precio. A veces directamente rehúsan llevarte, y éste era el caso hoy. No quedaba otra que coger las mochilas y meternos en los trenes locales, esos que van abarrotados hasta llevar gente colgando de las puertas, para evitar el atasco y llegar a la zona de salida del bus. Superamos la experiencia sin perder ninguna de nuestras posesiones, que ya es un logro. Encontrar el autobús correcto fue la segunda parte de la odisea, pues allí nadie sabía nada y en el billete de internet tampoco daba más datos que el nombre de la compañía y el destino. En un momento dado había cinco buses de la compañía pero ninguno era el nuestro. Menos mal que la gente es majísima, y se preocuparon de los pobres blanquitos, y con hora y media de retraso pudimos encontrarnos mutuamente el autobús y nosotros y salir de allí camino de Aurangabad.
En dos ocasiones han intentado llevar la capital de India a los alrededores de la actual Aurangabad, mucho más céntrica, pero en ambas ocasiones fracasaron y volvió a Delhi. De la primera quedan los restos de la fortaleza de Daulatabad, y de la segunda la tumba de la mujer de Aurangzeb, que es una curiosa imitación del Taj Mahal. Pero la razón principal para venir hasta aquí es que es la base ideal para explorar las cuevas de Ellora y Ajanta. Excavadas a lo largo del primer milenio de nuestra era, son los monumentos que más me han impresionado de toda India.
Desde el siglo II antes de cristo, hasta el VI de nuestra era, Ajanta se fue llenando de cuevas hinduistas y budistas, según la moda religiosa del jefe de la época. Excavadas en una preciosa hoz del río, cayeron en el olvido cuando se empezaron a excavar las de Ellora, y no fue hasta 1819 cuando una partida de caza a cargo de John Smith las volvió a poner en el mapa. Lo bueno es que la ausencia de humanos durante todo ese tiempo preservó las pinturas del interior, y hoy podemos disfrutar los colores y diseños tal y como estaban. En otras destacan las esculturas, y cuesta creer que todo el trabajo se haya hecho vaciando la roca en vez de modelarla. A mí me cautivó la cueva 26 con su buda acostado, y las pinturas de la 1 y 2.
En Ellora se empieza a excavar en al siglo VII, en las zonas budista e hinduista, pero las más recientes son jainistas, del año 1000. A veces las distintas religiones competían artísticamente y la ejecución iba mejorando con los años. En algunas cuevas parece desafiarse las leyes de la física, vaciando enormes volúmenes de roca que dejan techos enormes sostenidos por pocas columnas, pero que siguen así siglo tras siglo. Como no son desmontables, no hay museo que se haya podido llevar los murales y esculturas, y están todas aquí para deleite del turista.
La guinda del pastel, que justificaría la visita en sí misma, es el templo Kailash. Está construido vaciando 200.000 toneladas de roca para dejar al aire el edificio del templo. Aunque empezó a excavarse en el siglo VIII, tardo casi 200 años en completarse. Es como un elaborado edificio con su santuario interior, galerías y antecámaras, construido y decorado con cientos de esculturas, pero con la particularidad de que todo está excavado de la roca que lo rodea. Una obra de ingeniería y arte que debería estar por mérito propio entre las maravillas de la humanidad.
Empecé el 2011 en Etiopía, maravillado con las iglesias excavadas de Lalibela. Ahora estaba terminado el año hindú frente al Templo Kailash, que las supera con creces. Ese día era Diwali, y por la noche, además de iluminar las casas y encender velas por todos lados, se queman fuegos artificiales y petardos. Me río yo de las fallas. Durante más de cuatro horas el sonido era como el de un bombardeo, y en algunos momentos también peligroso, pues los petardos explotaban entre el tráfico. Menos mal que hay 320 millones de dioses hindúes y siempre puede haber uno velando para evitar desgracias mayores.
Hola Nacho. Me alegro que tengáis unos días para descansar en tan azarosa tarea. Que os siga yendo bien y que Dios, o Alá o quien tenga menester os proteja!