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Islas exteriores del atolón de Chuuk

Islas exteriores del atolón de Chuuk

Al venir a Chuuk creí­a que era lo más remoto que podrí­a encontrarme en el Pací­fico. Estaba equivocado. Entre las principales islas hay cientos de islas más pequeñas habitadas, esparcidas a todo lo ancho del Océano. El grado en que conservan el modo antiguo de vivir depende de manera inversa a la frecuencia de su contacto con el mundo exterior. He tenido la suerte de pasar unos dí­as en un par de ellas, y me he sentido tratado como un verdadero rey, fruto de la hospitalidad isleña. Si así­ eran tratados los marineros que se aprovisionaban de ví­veres frescos, no me extraña que al tener que regresar a la vida en el mar causasen más de algún motí­n.

Houk está al noreste de Chuuk. Es una de las islas más tradicionales y al llegar te frotas los ojos al ver los hombres no vistiendo nada más que su thu cubriéndoles las partes púdicas. Sólo queda espacio para la coqueterí­a en la forma de hacerse el nudo. Las mujeres llevan una falda y nada más. Y uno se encuentra raro en pantalón y camiseta, así­ que aprovechando una celebración yo también me enfundé en mi thu, fresquí­simo por cierto.

Al llegar dejé el reloj y el dinero y no los volví­ a coger hasta que me fui. El tiempo cobra otra dimensión y el estrés»¦ ¿qué es eso? La naturaleza es generosa por aquí­, y no sólo con la temperatura, de deliciosa primavera, si no que provee de cocos, taro y fruta de pan. Eso sobre tierra, porque bajo el agua los peces casi pican sólo con el anzuelo. Qué lujo eso de estar jugando a baloncesto en una canasta colgada en una palmera, y que cuando eliminen a tu equipo te esperen con un coco recién abierto. Aunque hay que andarse con cuidado de donde te sientas a recuperar el aliento, pues los cocos que no se cogen caen por su propio peso, y a los novatos recostados contra su tronco nos pueden jugar una mala pasada. A mí­ me cayó a medio metro, pero el susto fue casi como si me hubiera dado de lleno.

Las canoas tradicionales poco a poco han ido cayendo en el olvido en beneficio de las cómodas motoras que funcionan aunque el viento venga en contra. Pero al darse cuenta de que si se acaba la gasolina se acabó el pescado, están volviendo a construirlas en la parte boscosa de la isla, utilizando las mismas técnicas de hace siglos. Y es que aunque una pequeña avioneta a veces visita la isla, las mercancí­as llegan en barco un par de veces al año; por tanto cualquier cosa ajena a la isla es un bien muy preciado. Aquí­ todaví­a se utilizan los materiales de construcción que la naturaleza proporciona y la única comida que viene de fuera es el arroz.

Por la tarde, la playa cobra vida y la gente comienza a salir entre las palmeras a darse un baño. Los niños persiguen a unos pequeños tiburones entre risas hasta que los atrapan, sin preocuparse de la mamá que está un poco más adentro. Dando un paseo se me ocurrió agacharme a coger una concha, y a los dos segundos cada niño me estaba dando otra, con lo que en un par de minutos el thu de varios improvisados asistentes estaba lleno de trozos de coral y conchas de regalo.

Al caer la noche no hay mucho que se pueda hacer. Hasta hace unos pocos años los jóvenes se reuní­an para cantar y bailar en las casas de las canoas junto a la playa, y aprovechaban para conocerse y escaparse a la oscuridad del bosque. Pero con la llegada de la última invención de occidente, la costumbre se ha perdido. No es lo que pensáis: no es la televisión, que en una isla sin electricidad no tiene mucho protagonismo. Hablo del café instantáneo. Ahora la gente va a casa del vecino a tomar café, y los frascos se vací­an cada noche a velocidad de vértigo. La velada sólo concluye cuando se acaba el café.

La organización social se basa en el grupo familiar, que reparte responsabilidades y tareas entre todos los parientes, bajo la dirección del jefe del clan, y que redunda en el beneficio de todos los miembros de la comunidad. Algunos salen a pescar y reparten la captura entre toda la familia. Lo mismo pasa con los productos de la tierra, o incluso con los niños; si una madre tiene muchos niños, le dan el bebé a una chica joven del clan para que lo crí­e como si fuera su hijo. Hay una anulación del individuo que se diluye en pro del bien común. Incluso un extraño a ese mundo como era yo, fui rápidamente adoptado por la comunidad y, al pasar junto a algún grupo de casas, era saludado con el «ven y come». Y es que salvo comer y encargar niños, poco más hay que hacer.

Las fiestas siempre van acompañadas de grandes comidas en las que cada clan aporta su cuota. Incluso se pescan unas tortugas para acompañar a los cerdos que han crecido inocentemente atados a una palmera junta la playa. Reunida toda la población, empieza el programa, que es como llaman aquí­ a los discursos de las personalidades, y que pueden durar un par de horas. Luego se sirven bandejas con suficientes ví­veres para una semana a las personas importantes y, una vez que decides que has tenido suficiente (vaya susto me lleve cuando vi la mí­a y apliqué nuestra costumbre de no dejar nada en el plato), se pasa a las mujeres y a los niños que están esperando pacientemente sentadas en el suelo. Pero para recogerlas se mueven en cuclillas, pues la tradición dicta que si hay un familiar en la zona, la mujer tiene que andar en esa área por debajo del hombre. Aunque resulta incomodo para mis ojos occidentales, es su costumbre y por tanto, respetable.

Al sur de Chuuk están las Mortlocks, un conjunto de islas no muy lejanas entre sí­ que entraron en contacto con occidente como punto de aprovisionamiento para los barcos balleneros, seguidos de los misioneros, y que incorporaron más costumbres externas a ellos. Además, son atolones, con su laguna protegida por el arrecife de coral. La parte interna ofrece la cara amable del mar, con sus playas de arena y una zona tranquila para pescar, mientras la parte externa, abierta a la furia del océano, pone el oleaje rompiendo sobre rocas cortantes de coral muerto, dos caras muy distintas de un mismo mundo.

Aquí­, las islas tienen generadores e incluso farolas para iluminar la noche. La calle que las recorre longitudinalmente está arreglada, como una avenida a escala, y alguna televisión pone el sonido a la noche, congregando a todo el clan alrededor del último video llegado de Weno. Con la marea baja puedes caminar por el arrecife hasta el siguiente islote de palmeras, donde los cangrejos del coco salen corriendo a poner su sabroso cuerpo a salvo en cuando te ven. Si las ganas acompañan puedes continuar con la única dificultad de salvar el canal que nutre de agua la laguna con las mareas; entonces puedes volver al punto de partida. En el camino encuentras todo tipo de criaturas que viven en el arrecife, y los cascos oxidados de barcos que quisieron verlo demasiado cerca.

Pero la isla de Satawan tiene otros restos esparcidos entre las palmeras y plátanos. Fue base japonesa durante la guerra mundial, y los tanques y aviones están donde los dejaron, rodeados de la vegetación que ha crecido durante sesenta años. A pesar de que las señoras de la isla se han estado haciendo las peinetas con el aluminio del fuselaje de los aviones, todaví­a se puede tener la sensación de pilotar un zero intentando ver el enemigo entre las plantas de taro.

Sin embargo hay algo que comparten igualmente ambos grupos de islas: la hospitalidad sin lí­mites. Qué maravilla que en el siglo XXI queden lugares en el mundo donde la vida se entienda todaví­a con los parámetros de siglos atrás. Y que ojalá les dure.

admin

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